jueves, 19 de enero de 2012

Solos ante la inmensidad de la vida

No es sensato, ni cierto, afirmar que los que se oponen al aborto legal estén deseando que sigan muriendo miles y miles de mujeres en nuestro país como consecuencia de abortos. Pero sí conviene dejar claro que cuando alguien dice "sí a la vida" en medio del debate por el aborto legal, está afirmando algo vacío de verdad, falaz. Aquellos que se oponen al derecho al aborto legal, seguro y gratuito deberían tener bien claro a qué es a lo que en realidad se oponen, porque en Argentina se seguirá abortando con o sin ley. Entonces, si somos capaces, en tanto sociedad democrática y civilizada, de elaborar una ley sabia incluso es posible que se aborte menos, o no, pero con toda seguridad habrá muchas menos muertes de mujeres argentinas.

Personalmente me parecen muy peligrosas las simplificaciones y estigmatizaciones que con tanta frivolidad algunos compañeros de ruta argumentan su posición a la hora del debate sobre este tema, ya que hablamos de algo muy complejo, que trata de decisiones personales, íntimas y dolorosas; nadie desea abortar, y cuando lo decide lo hace luego largas y angustiosas cavilaciones.

Por otro lado, entiendo que entorpece claramente que seamos hipócritas en algo tan delicado como esto, porque la inmensa mayoría de nosotros vivió personalmente o en su entorno más íntimo situaciones de aborto. Cuando desaprensivamente se declara que no hay que despenalizar el aborto, estamos diciendo entonces que nuestras madres, hermanas, esposas, hijas, primas, tías, amigas deberían ir a prisión.
Y naturalmente, sería aconsejable preguntarse con honestidad intelectual y un mínimo de dignidad qué debería suceder con los hombres que pusieron su simiente y luego apoyaron la decisión; o peor aún: dejaron a la mujer sola ante ella; o incluso peor: la obligaron a tomarla.

Hay que tener algo bien claro a la hora de debatirlo: si nada cambia y se hace lo que desean quienes se oponen a esta ley, las mujeres con recursos suficientes seguirán abortando sin ningún riesgo para su salud, y las que no poseen recursos suficientes lo seguirán haciendo como hasta ahora: jugándose la vida.

Debemos tener en cuenta que aproximadamente el 40% de los embarazos en Argentina se interrumpen por medio de abortos ilegales, una cifra que duplica el promedio de América Latina, según las estadísticas de la organización de derechos humanos Human Rights Watch. Tampoco podemos ignorar que el alto número de abortos en Argentina se le atribuye a la falta de un programa de salud sexual y al acceso deficiente a los métodos anticonceptivos. Ni que se calcula que en América Latina se producen alrededor de 4,5 millones de abortos clandestinos al año, de los cuales un 21% acaba con la muerte de la mujer. O que el presidente del Comité de Bioética del Hospital Italiano, Mario Sebastiani, aseguró que en Argentina hay “600 mil abortos y 300 o 400 muertes maternas por año”.
Como dicen que ya decía de manera contundente René Favaloro en 1998: "Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar".

Personalmente sigo convencido de la necesidad social de afirmar la “Educación Sexual para Decidir, Anticonceptivos para No Abortar, Aborto Legal, Seguro y Gratuito para No Morir”. Esta consigna de las organizaciones sociales integrantes de la “Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito” es lo suficientemente clara para enmarcar el debate allí, y no caer en falacias -e hipocresías- inconducentes.

En lo personal, me sigo preguntando por qué a algunas personas les resulta vital imponerle al resto de la sociedad que vivan según sus propias y personales normas éticas y morales, aún cuando ellos mismos no las aplican en su vida cotidiana.

Esto volverá sobre nosotros, con crueldad como ahora vuelve, hasta que lo resolvamos. A los que no estén de acuerdo conmigo, les pido que, antes de la consigna, imaginen pararse frente a las lágrimas de esa nena de 11 años a la que violaron, mirarla a los ojos, y explicarle porqué ya no puede volver a ser una niña -si ella sólo quiere volver a jugar-.