martes, 23 de abril de 2013

Mi ciega luz, mi vértigo secreto, mi larga y venturosa travesía

El Frepaso nos hizo muy mal. Es triste decirlo, porque empecé a militar en el Frente Grande cuando estaba en el colegio secundario, y fue mi partido durante casi diez años. Pero hoy creo que nos hizo mal, muy mal. Y todavía pagamos las consecuencias.

Gracias al Frepaso aprendimos, primero, a confundir la ética con la política — y aclaremos, antes de que oscurezca, que con eso no quiero decir que haya que dejar la ética de lado para hacer política, muy por el contrario, pero el Frepaso nos hizo confundir una cosa con la otra. Terminé de entender el origen de esa falacia cuando Carrió, hace unos años, dijo que había que unir a los honestos de izquierda y de derecha, liberales y socialistas, porque lo importante era el “contrato moral”. Ahora creo que Lilita fue el último aliento del post frepasismo; exagerado, sobreactuado y un poco delirante, como todo en Lilita, pero frepasismo al fin. Porque la idea de que lo que divide aguas en la política (y en la definición de un proyecto de país) es apenas la honestidad, sin importar las ideas, es el colmo de la no-política que el Frepaso ayudó a instalar en el “progresismo” argentino. Y es una mentira enorme.

Imaginemos a un funcionario honesto. No importa si es presidente, ministro, diputado o juez. Un funcionario ‘honesto’ en el sentido de que no roba, no se lleva a casa más dinero que el de su salario, no contrata a sus parientes y amigos sólo por serlo, no usa su función para favorecer a determinadas empresas con negocios en el Estado, no hace nada fuera de la ley, y termina su mandato más pobre de lo que era. ¿Alcanzaría eso para votarlo, para militar con él? ¿Alcanzaría su honestidad para hacer del país, la provincia o la ciudad donde ejerce su función un lugar mejor para vivir? Decir que sí sería como pensar que basta una buena ortografía para hacer literatura. La política es la lucha (en democracia, pacífica) entre diferentes visiones de mundo, entre diferentes proyectos de futuro colectivo, y no apenas un mecanismo para seleccionar administradores incorruptibles, que debería ser apenas un prerrequisito — aunque sabemos que, en la práctica, nunca lo fue. Si no, elegiríamos a los gobernantes por concurso público, analizando su currículum, investigando sus antecedentes y tomándoles examen, y no votando.

Nuestro funcionario honesto ficcional podría ser, también, un empleado fiel del estatus quo, un cobarde incapaz de enfrentarse con inteligencia a los poderes fácticos en beneficio de las mayorías, un conservador obscurantista que ponga en peligro los derechos y libertades de las minorías, un administrador probo pero ineficiente, sin condiciones para manejar la economía, un autoritario mesiánico, un fanático del pensamiento neoliberal que nos abandone a nuestra suerte en la jungla capitalista y aniquile las defensas del Estado y sus funciones más elementales, un xenófobo, un racista, un homofóbico, un nostálgico de brigadas perdidas de otro tiempo cuyo dogmatismo le impida entender el presente, un bruto con carisma pero más peligroso que mono con navaja. O nada de eso pero, simplemente, un tipo que defiende un proyecto de país con el que no estamos para nada de acuerdo, sin por ello dejar de ser, en el sentido más estricto del término, honesto.

Puede ser honesto y ser, sin embargo, todo lo que no queremos.

Y aun su “honestidad” podría ser cuestionada, a partir de otras concepciones políticas de la ética. Lilita ponía como ejemplo de liberal honesto a Ricardo López Murphy, que probablemente nunca haya robado dinero público — no lo sé, pero supongamos. Sin embargo, ¿qué clase de ética es la del que trabaja como intelectual orgánico y operador político de los intereses de unos pocos que tienen demasiado, sin importarle el destino de millones sin casi nada a los que condenaría sin pensarlo dos veces a la falta de un futuro digno? ¿Qué honestidad tiene el tipo que en veinticuatro horas en el Ministerio de Economía casi acaba con la universidad pública? ¿Nuestra ética se limita apenas a no robar, y que los pobres sigan siendo pobres y los oprimidos sigan oprimidos? ¿Tan baratas son nuestras utopías?

Además, ¿de dónde sacamos que es posible trazar una línea que divida la política en honestos y deshonestos coincidiendo con las fronteras de los partidos, como si la corrupción fuera un fenónemo exclusivamente político? ¿Los políticos vienen de Marte en un plato volador? No. Son del país que somos.

El honestismo, como lo llama Martín Caparrós, fue un discurso eficaz durante el menemismo por dos razones: porque el menemismo era tan escandalosamente ladrón y mafioso que irritaba, daba asco y vergüenza, y porque había una mayoría que, aun sabiendo que se estaban robando hasta los ceniceros, creía que sus políticas económicas eran correctas o, al menos, que cambiarlas sería más peligroso que continuarlas. Menem, Neustadt y compañía habían ganado una batalla cultural e ideológica y habían convencido a la mayoría del país de lo que Álvaro Alsogaray no pudo, lo que les permitió hacer las reformas económicas estructurales que ni la dictadura había conseguido. Que nos hicieron mierda. Y el Frepaso, apurado por llegar al poder, no quería entrar en ese debate. Chacho era un cagón. Entonces le propuso al país un “contrato moral” que no tocara la convertibilidad ni cambiara la distribución del ingreso. De ahí fuimos a la Alianza, Agulla hizo una buena campaña, y así nos fue. Como frutilla del postre, lo más patético del frepasismo fue Chacho renunciando a la vicepresidencia porque habían comprado votos para aprobar una ley contra los trabajadores, pero sin cuestionar la ley ni defender a los trabajadores — la forma sobre el fondo. Y volviendo, después, para traernos a Cavallo. Que de honesto, dígase de paso, no tenía nada.

El honestismo, además, era mentira, tan mentira como la ilusión de que la corrupción es “de derecha”, aunque para muchos de nosotros la honestidad fuera parte de nuestra concepción de lo que es ser de izquierda. Recuerdo cuando ganamos la intendencia de Avellaneda y, mientras algunos pensábamos que era la Revolución Sandinista, otros ya se imaginaban más ricos que Daniel Ortega unos años después. Recuerdo a un secretario que llegó al acto en el que asumió manejando una 4×4 imponente —tan menemista— que se había comprado unos días antes de asumir, reemplazando al Renault 12 con el que lo conocimos cuando tenía el pelo largo. Recuerdo a otro concejal de pelo largo que cantaba canciones de Mejía Godoy en las peñas del partido y dos años después había dejado de ser “el flaco” para ser “el gordo”, se había cortado el pelo y vestía trajes de empresario. Y votaba todo lo que tuviera que votar para comprárselos. Como cantaba Cazuza: E aquele garoto que ia mudar o mundo / Mudar o mundo / Frequenta agora as festas do “Grand Monde”.

Ahí el Frepaso nos hizo mal otra vez, porque era todo falso. No había ética, ni siquiera honestista. Lo que importaba era el poder, que se justificaba, ahora, con política: “el proyecto”. Muchos empezaban a relativizar la honestidad, porque el fin justificaba los medios. Nuestros aliados radicales eran más ladrones que el menemismo al que habíamos combatido por ladrón, pero no importaba, nos decían para justificar la alianza, porque los necesitábamos para ganarle. Y nuestros compañeros “progres” aprendían a un ritmo cada vez más acelerado las reglas de juego. Y les gustaban. Para muchos de ellos, los que no entrábamos en ese juego éramos unos ingenuos, unos boludos.

Nos decíamos que era un gobierno “en disputa”. Y es cierto que había mucha buena gente haciendo cosas muy valorables, siendo fieles a sí mismos. Hay que dar la pelea desde adentro, pensamos; luego nos debatíamos entre quedarnos o irnos a medida que nos dábamos cuenta de que se estaba yendo todo a la mierda. También estaba la inercia, el miedo al fracaso, la necesidad de dar la pelea para no reconocer que había salido todo mal, la omnipotencia, la excesiva confianza en nosotros mismos. Y la ingenuidad que hoy justificamos porque teníamos veintipico. Algunos hicieron carrera y se hicieron ricos — y hoy son kirchneristas, del FAP, lilitos, peronistas federales, radicales, hasta del PRO, pero aquí o allá tienen un carguito en algún lado. Otros nos encerramos en el pedacito de poder que nos tocaba, militando veinticuatro horas por día y tratando de ser fieles, ahí, a nuestra ética y a nuestro proyecto político, que no dejaba de ser micropolítica. Nos sirvió para aprender. Hasta que al final terminamos yéndonos decepcionados, a casa o a militar en otros espacios: los derechos humanos, el movimiento LGBT o la sociedad de fomento del barrio, asqueados de la política partidaria, porque ya no le creíamos a nadie; todo nos parecía cínico. Pagamos cara esa decepción. Muchos no volvieron a militar.

Y ahí llegó el kirchnerismo, que nos sedujo después de ganar unas elecciones en las que no lo votamos, porque tampoco le creíamos nada. Llegaba de la mano de Duhalde, ¿cómo le íbamos a creer? Pero, de repente, Kirchner pateaba el tablero, desafiaba los límites de lo posible y hacía, desde el peronismo y aliado con muchos de los que siempre fueron nuestros enemigos, mucho de lo que nosotros hubiésemos querido que el Chacho se animara a hacer; y más. El kirchnerismo hacía inclusive lo que jamás hubiésemos soñado, lo que parecía imposible. No lo podíamos creer. Y nos enamoró.

El kirchnerismo no nos proponía honestismo, sino mucha política. Toda la política que el Frepaso nunca nos dio, pero de arriba para abajo y sin chistar, con ladrillo y con bosta, como decía el General. Nos interpelaba poniendo en práctica lo que la cobardía política del progresismo de los noventa creía imposible, utópico, irresponsable. Nos mostraba que se podía, que no era el fin de la historia, que venían otros tiempos. Pero su manera de construir poder y su círculo de amigos nos alejaban. Acompañábamos desde afuera o asomados, sin ser parte del todo, pero entusiasmados.

Con ladrillo y con bosta, el kirchnerismo hizo muchas cosas que nos enorgullecen; lo digo en tiempo presente. Las hizo sin nosotros y le ganamos respeto. Y para algunos, eso empezó a ser suficiente para olvidarse de aquella primera ética básica y mirar para otro lado ante muchas cosas. Y meterse del todo. No importa si roban. Roban pero hacen lo que nosotros no supimos. No importan los mamarrachos institucionales, no seamos puristas. Las reacciones de muchos compañeros a los que aprecio y respeto frente a las denuncias de corrupción en el gobierno —y las dudas que a mí mismo me generan a veces— parecen una revancha contra ese error fundacional del frepasismo. Hay que bancar el proyecto, porque si viene la derecha de nuevo hace mierda lo que conquistamos en estos años en los que por fin conquistamos algo. Y ese algo existe, no es una promesa vacía. Hay muchas cosas que están mal, pero también hay un país mejor en muchos sentidos, al que queremos defender. El piso y el techo, decía Sabatella, uno de los mejores de los nuestros, hasta que lo encuadraron y, como Chacho, nos dejó huérfanos.

O bancás todo sin chistar o te vas a la vereda de enfrente, y Martín decidió bancar todo.

La “oposición”, mientras tanto, hace frepasismo desde el otro extremo ideológico. Carente de proyecto de país y de un discurso convincente sobre cualquier cosa, disponibles para defender los intereses del mejor postor, juegan al honestismo con la misma falsedad con la que el Frepaso hizo la alianza con la UCR para echar a Menem. Su honestismo es más falso que billete de tres pesos. De Narváez hablando de la corrupción kirchnerista es como Carlos Monzón denunciando la violencia de género. Schiavi, antes de Once, fue jefe de campaña de Macri. Antes de estar con Macri, fue funcionario de Grosso. Y después de Macri, se fue con De Vido. A los radicales ya los conocemos. La oposición cacerolera, impresentable, hace de la honestidad, la república y todo el bla bla bla un circo hipócrita que desnuda su incapacidad para ofrecer política. Emulan al Frepaso, pero por derecha y sin un mínimo de credibilidad.

A mí me molesta mucho más la corrupción del kirchnerismo que a cualquier antikirchnerista. Porque cuando un funcionario de este gobierno roba, pone en riesgo muchas políticas que defiendo y muchas conquistas que no quiero perder. Podemos decir: le hace el juego a la derecha. Y porque no quiero que, en nombre de principios en los que creo, un chanta se llene los bolsillos. Y también porque la corrupción corroe las conquistas, impide los cambios que faltan y trae consecuencias atroces, como Once. Por eso, me duele ver a compañeros que aprecio y respeto justificando cualquier cosa y diciendo que es todo una operación de la derecha y los medios y haciendo terapia cada noche con 678. Me duele verlos aplaudiendo a Mauro Viale con tal de criticar a Lanata, a quien admiraban cuando hacía, en los noventa, lo mismo que hace ahora. Ni lo uno ni lo otro.

Como escribió Mendieta en este post, “¿qué carajo tiene que ver con nosotros un tipo como Fariña? ¿Cuál es la unión que nos une a personajes de la ostentación, del lujo vulgar, de esa estética tan noventista? Nada. Absolutamente nada. No los merecemos. Nosotros no somos eso ni lo queremos ser. (…) de este lado, acá donde bancamos a este gobierno precisamente por las cosas que esa clase de gente detesta, tenemos el derecho y la obligación de no hacernos los boludos. Y de exigir respuestas. Y pedimos respuestas políticas además de las judiciales. Y las pedimos porque no vamos a permitir que negreen nuestros sueños. Nuestros ideales. Y vamos a defender lo hecho y, sobre todo, lo que falta —lo muchísimo que falta— por hacer”.

Comparto cada una de esas palabras, sin saber cómo sigue esta historia y deseando que no se vaya todo a la mierda, otra vez. Porque si se va a la mierda, va a seguir habiendo Fariñas, Schiavis y Onces, con otro color político, qué duda cabe, pero vamos a perder todo lo otro. Y porque lo otro se achicará cada vez más si lo que se impone, de nuevo, es la ética de los noventa, con sede en Puerto Madero. Hay que defender lo que conquistamos, aunque haya que defenderlo, también, de quienes lo hicieron posible y lo están poniendo en riesgo.


"El honestismo y los ladrones", de Bruno Bimbi (34), periodista, profesor de portugués, máster en Letras por la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro y doctorando en Estudios del Lenguaje en la misma universidad. Actualmente coordina la campaña por el matrimonio igualitario en Brasil. Es activista de la FALGBT y autor del libro “Matrimonio igualitario” (Planeta, 2010). Escribe el blog Tod@s en la web de TN.




Mi ciega luz, mi vértigo secreto, mi larga y venturosa travesía, mi explorada, bendita geografía, mi ruta circular, mi viaje quieto. Eclipse de la voz, fuego indiscreto que cumple prodigiosa profecía, da lumbre al sol y claridad al día, sombra a la noche, a la ilusión objeto. Da sed al agua, filo al malherido, paz a la angustia, a la inquietud urgente reposo dulce, albergue bendecido. Y derrama en tu beso ese torrente que llevas en el pecho contenido y en la sonrisa encubres, de repente.
(Cármen González Huguet)

lunes, 22 de abril de 2013

Que mis huesos abonen mi suelo natal

Si supieran todos la enorme verdad que encierran estos versos.
Conmovedora, profunda, prístina verdad.


Fue mucho mi penar andando lejos del pago,
tanto correr pa' llegar a ningún lado;
y estaba en donde nací lo que buscaba por ahí.

Es oro la amistad que no se compra ni vende,
sólo se da cuando en el pecho se siente;
no es algo que se ha de usar cuando te sirva y nada más.

Así es como se dan en la amistad mis paisanos,
sus manos son pan, cacho y mate cebado;
y la flor de la humildad suele su rancho perfumar.

La vida me han presta'o y tengo que devolverla,
cuando el fiador me llame para la entrega;
que mis huesos, piel y sal abonen mi suelo natal.


La imagen corresponde a una fotografía del proyecto "Un fresco abrazo de agua", del enorme fotógrafo entrerriano Gustavo Cabral.




sábado, 13 de abril de 2013

Misterios que al papel lleva la mano

Elegir al cardenal Jorge Bergoglio como Papa es una jugada maestra de la diplomacia vaticana. La Iglesia Católica, a punto de naufragar entre escándalos financieros y sexuales, necesitaba urgente otra “imagen” ante la opinión pública mundial y mucho más en Latinoamérica. El perfil de Benedicto XVI, un alemán, duro, rígido, inquisidor, no logró poner a flote la “barca de Pedro”. Por el contrario.

Necesitaban un hombre en Latinoamérica, el último bastión de católicos que debe ser preservado de las desviaciones populistas en política y de las herejías de los teólogos de la Liberación.

Latinoamérica, la tierra de los mártires por la justicia –Romero, Angelelli y tantos otros– es un humus peligroso para la ortodoxia religiosa.

La tierra del socialismo del siglo XXI y de gobiernos posneoliberales huele a “izquierda” y eso no es del agrado vaticano.

Particularmente en Argentina, porque es el primer país latinoamericano que produce avances profundos en los derechos de las minorías sexuales, haciendo ley de la nación el matrimonio igualitario. Esto es una ofensa grave al pudor romano y a la dogmática moral católica. Un mal ejemplo que debe ser exorcizado. De hecho, Bergoglio escribió a las hermanas carmelitas que “es la pretensión destructiva al plan de Dios... no se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ‘movida’ del padre de la mentira”. Para los neófitos en términos religiosos, el “padre de la mentira” es el demonio. Se trataba de una guerra “santa”.

Además, Argentina es pionera en llevar adelante los juicios a los genocidas a lo largo y ancho de todo el país. Para una Iglesia que todavía no se hace cargo de sus complicidades con los delincuentes de lesa humanidad, los “juicios por memoria y justicia” son una bomba a punto de estallar en sus propias narices. En los atrios de cada palacio episcopal. Hay que desactivarla.

Argentina es un modelo para todo el continente en estos temas y también un modelo para todos los pueblos víctimas de las distintas formas del terrorismo de Estado y la homofobia. Esto Roma no lo puede ni perdonar, ni tolerar, ni dejar avanzar, atenta contra su pretendida imagen de santidad celestial.

A muchos les queda la sensación de que algo comienza a cambiar y hablan de tener “esperanza”. Me parece que es sólo eso, una sensación. O un gran deseo convertido en ilusión. Por otro lado, vale la pena recordar que la esperanza cristiana no se funda ni en el Vaticano y menos en el Papado. Sólo se funda en el Jesús del Evangelio.

Que me digan que es sencillo, austero y que anda en subte ni le quita ni le agrega nada. Primatesta usaba una sotana derruida, no tenía auto ni propiedades, también era sobrio y frugal.

Es cierto que tal vez era peor un papa del Opus Dei, o no sé, porque a veces es mejor tener claro al adversario. Un conservador derechoso de buena imagen no deja de ser un problema. Confunde.

Que se llame Francisco poco honor le hace a Francisco de Asís, la “hermana pobreza” de los franciscanos no se sentía cómoda en los palacios romanos. Y por más que se llame “Francisco”, el Papa es un monarca romano medieval. Cambia la imagen, sólo la imagen. La estructura de poder es la misma, sus intereses los mismos.

En Argentina y en el continente, los sectores de la derecha serán fortalecidos, tanto los políticos como los religiosos, ya están brindando. Les agarró un fervor religioso desconocido.

Pero como el Espíritu seguro no está en Roma y sí entre los excluidos que claman justicia, a dormir tranquilos y a seguir peleando. No nos silenciaron antes, tampoco podrán ahora.


Nicolás Alesio, presbítero, teólogo, integrante del Grupo Angelelli.
El Arzobispado de Córdoba informó que, a raíz de su postura sobre la ley de matrimonio igualitario, el párroco Nicolás Alessio quien desafiara con esta postura al entonces cardenal Jorge Bergoglio (http://www.clarin.com/sociedad/cura-desafio-Bergoglio_0_296370515.html) está "excluido de todo el ejercicio del sagrado ministerio" y que la medida es de carácter inapelable. "Bastó que opinara distinto para que me echaran -denunció el religioso suspendido en 2010-. Más de 30 años al servicio del pueblo de Dios no han significado nada para la Iglesia Católica."




¿Qué ser alguna vez no esperó en vano algo que si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano, el tiempo los descubre y los publica.
(Juan de Dios Peza)

martes, 9 de abril de 2013

La hechicera ha muerto

Murió "La Thatcher", quien no sólo fue corresponsable junto con la última dictadura cívico-militar argentina de la muerte de cientos de pibes con el único objeto de consolidar su poder, también es corresponsable de la tragedia económica que hoy asuela a Europa.


No es casual que muchos europeos hoy estén celebrando su muerte.



Botón de muestra:


La muerte de Margaret Thatcher fue recibida con fiestas en las calles de Brixton y Glasgow. Multitudes gritan "Maggie Maggie Maggie, muerta muerta muerta" durante la improvisada celebración...
Margaret Thatcher's death greeted with street parties in Brixton and Glasgow




domingo, 7 de abril de 2013

Buenos Aires, todo terminó, abre las alas

Me cuentan que:

"en los planos de la obra del Maldonado que están en la Facultad de Ingeniería de la UBA, sede Las Heras (otro 'mamarracho', paradigma de la manera exacta de no hacer un edificio), figura que el arroyo corre entre dos paredes y un techo, lo cual no es exactamente un 'tubo'... por eso en las crecidas fuertes se socavan las bases de los adoquines y se hunde el pavimento que los cubre. He visto un auto enterrado hasta más allá del techo en plena calle..."


Referencia: http://descubriendolostesoros.blogspot.com.ar/2013/04/soportar-el-peso-de-la-existencia-del.html


Imagen: Puente de la calle Vera sobre el arroyo Maldonado, cuando Buenos Aires era aún una ciudad humana.

Viendo esta fotografía me vine a la cabeza la vívida imagen de tantas ciudades europeas que se hacen en torno a ríos, no sobre ellos. Cuándo fue que decidimos que Buenos Aires, la ciudad que amamos, no sea más la bella "Reina del plata". Cuándo nuestra insensatez tapó la belleza de nuestra ciudad con asfalto y cemento.
Y cuándo, pero cuándo será que nuestra indignación devendrá en decisión de hacer de Buenos Aires una ciudad para las personas que la habitan.

Concluyo, con más pena que gloria: es el capitalismo estúpido.
Es el capitalismo, estúpido.




Respira y canta. Donde todo se termina abre las alas. Eres el sol, el aguijón del alba, el mar que besa las montañas, la claridad total, el sueño.

(Blanca Varela)

Soportar el peso de la existencia del hombre

Sin duda la mejor actuación de Mickey Mouse en toda su carrera fue cuando representó al discípulo del mago en la música incidental de Paul Dukas: "El aprendiz de hechicero", con la batuta de Leopoldo Stokowsky. Por una vez Mickey pudo liberarse de la banalidad de los argumentos de Disney y mostrar su capacidad actoral en un conflicto humano. El equipo Dukas, Stokowsky, Mouse, nos muestra una inundación artificial. No se debe al capricho de la naturaleza, sino que es el resultado de la acción humana (o ratonil) que pone en marcha mecanismos que después no sabe o no puede contrarrestar.

Lo que hace a Buenos Aires inundarse es muy, pero muy semejante. En las últimas semanas, la Ciudad de Buenos Aires sufrió graves inundaciones. A quienes las administran en diferentes períodos les suele resultar más fácil hablar de "catástrofes naturales" para eludir su responsabilidad en la construcción de esas catástrofes. No está de más repetir, una y otra vez, que las catástrofes naturales no existen: el desastre es la expresión social de un fenómeno natural.

Como siempre, para entender algo necesitamos saber su historia. Las inundaciones nos acompañan desde que la sífilis que le quemó el cerebro a Pedro de Mendoza le impidió percibir la topografía del terreno donde fundó la ranchería que dedicó a la Virgen del Buen Aire. Así, nos cuenta Ulrico Schmidel, el cronista de la expedición, que una iglesia de esa ciudad "se la llevó la corriente del río", lo que quiere decir que la puso en el bajo de la barranca, en la zona de influencia de las sudestadas. Lo más interesante es que los historiadores oficiales de la Ciudad (Rómulo Zabala y Enrique de Gandía) desmienten absolutamente que Mendoza haya fundado en un lugar inundable. Y al mismo tiempo cuentan de un edificio que se perdió por la inundación. Ese tipo de contradicciones se mantiene hasta el presente.

Juan de Garay, con una cabeza más lúcida, fundó en el alto de la barranca. Sin embargo, las instrucciones del Rey de España para fundar ciudades en América eran las del trazado en cuadrícula, sin que importara mucho lo que hubiera dentro de esas líneas forzosamente rectas. Así, Buenos Aires se superpuso a una serie de arroyos, que los vecinos llamaron "Terceros", ya que ése el nombre de los cobradores de impuestos. Sucede que ambos "se llevaban todo". Ocupar los Terceros fue el primer error urbanístico importante, ya que causó inundaciones durante los siguientes trescientos años, hasta que fueron canalizados y tapados.

Fuera de esto, la Ciudad atravesó un período bastante estable, mientras se mantuvo dentro de límites naturales bien definidos. Que eran, al norte y oeste el arroyo Maldonado, al este la parte superior de la barranca del Río de la Plata, y al sur el bañado de Flores (que terminaba en el Riachuelo).

Los mapas de la Ciudad de fines del período colonial muestran claramente esos límites naturales. Los cartógrafos del siglo XVIII marcan el borde de la barranca sobre el Río de la Plata, la playa, los bancos de arena y los bajos inundables que llegaban al Riachuelo. Ese era el límite que las leyes coloniales y el sentido común indicaban no ocupar. Estos detalles aparecerán en todos los mapas hasta los últimos años del siglo XIX, cuando la especulación inmobiliaria y la política manden los inmigrantes a vivir a las zonas inundables. Los gallegos irán a Soldati y Barracas, los tanos a La Boca y los mapas borrarán para siempre que esas personas fueron a las zonas bajas, que no debían haberse poblado porque no eran aptas para eso. Miren ustedes cualquier guía de calles de Buenos Aires y verán que tiene menos información que un mapa del siglo XVIII.

Tenemos una muy buena descripción de la gran inundación de 1820 en el cuento "El Matadero", de Esteban Echeverría (aunque lo ambienta varios años después, para hacerla coincidir con la intriga política). Allí nos cuenta que si uno se subía a las torres de las iglesias, podía ver la ciudad rodeada de agua hasta el horizonte. Dato relevante: estaba rodeada de agua del lado de afuera. En la peor crecida del siglo XIX (y tal vez la peor de la historia de la Ciudad), Buenos Aires no se inundó. Y es que la historia de las inundaciones es, al mismo tiempo, la del descenso de la Ciudad hacia los bajos: la parte inferior de la barranca del Plata, los valles de inundación de los arroyos.

Juan Manuel de Rosas empezó ocupando la zona de bañados de Palermo, en la costa del Río de la Plata, donde edificó su palacio. El lugar no era adecuado para eso, pero había una razón política: desde 1838, una armada francesa boqueaba el puerto de Buenos Aires. Más tarde se les unieron los ingleses y tuvimos el boqueo anglofrancés. Rosas tenía que demostrar que era capaz de afrontar cualquier contingencia y que era lo suficientemente macho como para ganarle a la naturaleza. "Hasta el barro cimarrón de Palermo y la tierra ingrata se conformaron a su voluntad", dice Jorge Luis Borges de esa decisión.

A su caída (¡la de Rosas, por supuesto!) varios políticos, encabezados por Sarmiento, impulsan el proyecto de parquizar el bañado de Palermo. Lo que significa la mejor decisión posible. Una foto de Buenos Aires tomada desde la costa nos mostrará la cadena de parques que caracteriza la Ciudad. Casi todos esos espacios verdes están en el bajo de la barranca, en el sitio que podía tener un uso recreativo pero no habitacional. Recordemos que el Palermo de Thays llegaba hasta el borde del agua, que a fines del siglo XIX estaba en la hoy avenida Figueroa Alcorta.

Han sido décadas de irresponsabilidad las que llevaron a crear las condiciones para que cientos de miles de personas habitaran en terrenos inadecuados para vivienda. Tal vez haya sido el intendente Crespo (a quien honramos en el nombre de un barrio) el que inauguró la simpática actividad de lucrar con la inundación ajena. Crespo fue el impulsor de los loteos en el valle de inundación del arroyo Maldonado. Allí fueron a parar los obreros de una fábrica de calzado, acompañados enseguida por los pequeños comerciantes judíos.

Y una vez que hicimos el negocio de meter un montón de gente en tierras que no debían habitarse, llega el momento de hacer el negocio de la obra salvadora. En 1924 se proyecta el entubamiento del arroyo y se lo anuncia como la solución definitiva. En el casi un siglo que siguió, siempre se prometieron y realizaron obras públicas milagrosas que, en el mejor de los casos, sólo atenuaron un poco las crecidas. Y en el peor y más frecuente de los casos, las empeoraron. El entubamiento del arroyo Maldonado (hoy avenida Juan B. Justo) fue el mejor negocio para los especuladores y los vendedores de obras y el peor para los vecinos.

En una sociedad que se fascina por unas cuantas toneladas de cemento, es fácil convencer a la opinión pública que la obra más grande será, también la más efectiva. Al esconder el arroyo bajo el entubado negamos su existencia y pudimos hacer enormes negocios inmobiliarios con cientos de miles de personas ingenuas que creyeron que la obra se había hecho para protegerlas.

Por el contrario, un arroyo cualquiera se comporta en una crecida mucho peor si está entubado que si corre a cielo abierto. Las paredes del túnel, las columnas, el propio techo, frenan el escurrimiento y lo hacen mucho más lento que si lo hiciera en su cauce natural. Hoy el Maldonado inunda más que si no estuviera entubado. Y, por supuesto, inunda a más gente porque la falsa sensación de seguridad que dan estas obras, atrae más y más pobladores ingenuos que creen que la existencia de una ciudad hace desaparecer mágicamente los mecanismos de la naturaleza.

El negocio de vender primero terrenos inundables y después obras sobre ellos fue tan rentable, que se repitió con los demás arroyos: Vega, Medrano, White, Cildáñez, según el mismo modelo de comportamiento. Y con los mismos escasos resultados.

Hay una cuestión de fondo que hace que seamos pesimistas con respecto a las soluciones milagrosas que cada vez escuchamos. Y es que un río o un arroyo no son comparables a calles llenas de agua. Todo río o arroyo cava con sus crecidas un área llamada "valle de inundación", que es la que vuelve a ocupar cuando llueve por encima del promedio. De modo que hacer un caño de desagüe más o menos sofisticado es técnicamente viable. Pero modificar la topografía en una zona construida para elevarla, escapa a las posibilidades técnicas y económicas. Sólo que nadie quiere arruinar su carrera política diciendo la verdad.

Esta situación está agravándose rápidamente porque el cambio climático hace que cada vez llueva más en las zonas húmedas. Para peor, la mayor parte de nuestros decisores políticos no tiene la menor idea de las profundas implicancias de este fenómeno sobre nuestra vida cotidiana, y no les interesa conocerlas.

Con el correr de los años, las ciudades fueron creciendo, y en muchos casos lo hicieron sobre sus valles de inundación. En definitiva, eran zonas próximas, fáciles de ocupar y aun vacías. A veces se trataba de tierras públicas que podían ser ocupadas gratuitamente por migrantes que se hacían una casa precaria, con los materiales que encontraban a mano. Otras, eran tierras baratas que fueron loteadas por empresas inescrupulosas, toleradas por el poder público. En ocasiones, los propios gobiernos construyeron barrios de viviendas populares sobre tierras baratas, sujetas a crecidas. Una investigación que nos estamos debiendo es relevar todos los planes de vivienda social que se hicieron en el país para saber cuál es la proporción que se construyó en tierras bajo cota de inundación. En más ocasiones de las que puedo recordar, un ex funcionario me explicó: "Eran las tierras que teníamos".

La urbanización de áreas inundables incluye historias de muy fuerte corrupción política y administrativa, ya que alguien tuvo que permitir el loteo de terrenos inadecuados para el uso urbano.

Son, entonces, dos fenómenos paralelos que confluyen para asentar población en áreas inundables. Por una parte, los valles de inundación de los arroyos son la ubicación previsible de las villas miseria, las favelas, callampas o cantegriles de todo el continente. Simplemente, sus habitantes no tienen el acceso económico a tierras mejores. Pueden ser los amplios valles de inundación de los arroyos del Gran Buenos Aires, que a veces tienen una pendiente tan escasa que se requiere un ojo entrenado para detectar sus limites. O las zonas próximas al río Mapocho, en Santiago de Chile. O las profundas correderas que llevan al Guayre, en Caracas.

A partir de 1930, el proceso industrial acelera la urbanización vertiginosa y obliga a utilizar todos los espacios disponibles. Esto hace cada vez más fuerte la presión social y económica para ocupar los terrenos bajos: Buenos Aires debe crecer, sin que importe cómo ni dónde lo haga. La casi totalidad de la superficie del partido de Avellaneda es zona de riesgo.

Nos resultan importantes estos datos como reflejo de una sociedad que necesita ocupar todas las tierras posibles y que necesita creer en su capacidad ilimitada para dominar los fenómenos naturales. Por eso, después de cada obra de atenuación de crecidas se anuncia que se ha logrado "la solución definitiva".
Pero lo sugestivo es que no son sólo los pobres los que se inundan. El descenso de las ciudades hacia los valles de inundación de ríos y arroyos es una parte muy importante de su proceso de expansión, y no fue tenido en cuenta en todas sus implicancias. Basta con ver en los diarios de este período las fotos de las inundaciones urbanas o ver también las fotografías de inundaciones actuales, que afectan viviendas construidas en este período.

En algunos casos se trata, previsiblemente, de viviendas autoconstruidas por pobladores marginales. Pero con mucha frecuencia nos encontramos con obras hechas por profesionales de la arquitectura y emplazadas en áreas inundables. El caso de varios de los countries de Pilar, que quedaron bajo el agua en una inundación reciente, es un buen ejemplo de lo que no debe hacerse y se hace todos los días. Por supuesto, todo el aparato normativo está pensado para facilitar esas operaciones. Para definir una línea de ribera (es decir, para saber si un terreno va a quedar adentro o afuera de la zona inundable) es necesario tener en cuenta las crecidas del último siglo. Las normas de la Provincia de Buenos Aires consideran que cien años es mucho y toman sólo 5 años. O sea que basta una breve temporada seca para poner en el mercado una gran superficie inundable y meter allí a todos los que confiaron.

Lo que nos lleva a pensar en términos de un cierto estilo de formación profesional que desestima todo lo que no puede incorporarse al tablero de dibujo. Precisamente, el ambiente (o, en este caso, los ritmos de la naturaleza) es aquello que cae fuera del tablero, pero debería caer adentro del proyecto.

El tema también hay que asociarlo al urbanismo y a la política urbana. Aceptar de una vez que las obras definitivas no existen, que en el mejor de los casos sólo podrán atenuar las crecidas, pero que los problemas subsistirán. Verlo de otra manera nos sirve para empezar a adaptar la Ciudad a su realidad inundable. Por ejemplo: ¿tiene sentido volver a cruzar la avenida Santa Fe con cuerdas y botes? ¿No será el momento de empezar a construir puentes peatonales? Después, las obras tal vez ayuden a que se usen una vez cada dos años en vez de usarlos dos veces en una semana.

Lo mismo con la electricidad. No tiene sentido seguir discutiendo cada vez si hay o no cortes preventivos en las zonas de riesgo. Es decir, si dejamos la gente a oscuras o si corremos el riesgo de que alguien muera electrocutado. En muchas zonas necesitamos tener luces de emergencia. Por supuesto, no se construye igual en sitios que se inundan que en otros que van a estar siempre secos. Hay que cambiar los Códigos de Edificación y de Planeamiento Urbano para adaptarlos a esa realidad. La primera y más urgente medida es definir con claridad las zonas con riesgo de inundación y comenzar a actuar en ellas.

Y cerramos esta nota volviendo al cine. En "Portero de Noche", Dirk Bogarde y Charlotte Rampling nos muestran una perversa relación entre el carcelero y su víctima. Entre nosotros, las víctimas de las crecidas son quienes dan el mejor respaldo a quienes las inundaron. Porque definir un área como inundable equivale a hacer bajar el valor de la propiedad inmueble. En una sociedad en la que el valor de las propiedades es un bien más protegido que la vida, son muchos los inundados que no quieren este tipo de medidas y viven pendientes de la próxima (y tal vez inútil) obra mágica.


Acerca del autor del artículo: Antonio Elio Brailovsky es profesor Titular en las Universidades de Buenos Aires y Belgrano, economista político de la UBA, de 66 años, irrumpió en la militancia ecológica hace treinta con la denuncia del uso como defoliante del "agente naranja", también es autor de una decena de libros. El primero, Historia de las crisis argentina, un saccrificio inútil, es una de las mejores reseñas críticas de la historia productiva nacional. El último, de 2011, Buenos Aires, ciudad inundable, editado por Le Monde Diplomatique, es excelente.



También resulta interesante y necesaria la entrevista publicada en Página/12 al autor del libro: Economista, escritor, profesor universitario, experto en Ecología y ex defensor adjunto en la Defensoría porteña, Antonio Brailovsky explica por qué no hay que sentarse a esperar un resultado mágico mientras los especialistas definen qué obras revisar o emprender después de las inundaciones.
“Empezar ya mismo una gestión del riesgo”



Imagen: obra de Benito Quinquela Martín.




Así como no podemos sostener mucho tiempo una mirada, tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría, la espiral del amor, la gratuidad del pensamiento, la tierra en suspensión del cántico. No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo las proporciones del silencio cuando algo lo visita. Y menos todavía cuando nada lo visita. El hombre no puede sostener mucho tiempo al hombre, ni tampoco a lo que no es el hombre. Y sin embargo puede soportar el peso inexorable de lo que no existe.

(Roberto Juarroz)

sábado, 6 de abril de 2013

En el centro de la fiesta está el vacío

Ahora que descubren la precariedad, que filman a los pibes descalzos, que los pobres somos buenos, que los noticieros no son malos, que los funcionarios pisan los charcos y que los camiones se llenan de alimentos no perecederos, aprovechamos estos minutos de masiva sensibilidad, para interpelar al orgullo manifiesto por esta ráfaga de bondad:
¿Cuánto tiempo pasará para que los “humildes dignos de misericordia” volvamos a ser los “piqueteros de la discordia”, por reclamar la urbanización y el respeto que no llegan con ninguna donación?

Porque la “maquinaria solidaria” de la Argentina suele activarse por el llamado de la muerte, que jamás nos discrimina. Y vale un montón esa reacción en la desesperación, ésa que a todos nos resulta emotiva, pero alguna vez habrá que plantearse una “maquinaria preventiva”.
Pues recién entonces, cuando no haga falta una tragedia para activar la Patria Sensiblera, tal vez podamos cargar un camión entero de “Solidaridad no perecedera”.

(La Garganta Poderosa)


Imagen: La familia de Juanito Laguna, de Antonio Berni (1960).




A veces me parece que estamos en el centro de la fiesta, sin embargo en el centro de la fiesta no hay nadie. En el centro de la fiesta está el vacío; pero en el centro del vacío hay otra fiesta.
(Roberto Juarroz)

jueves, 4 de abril de 2013

Lloremos nuestros sueños, y salvémonos nadando de nuestro llanto

Sería deseable que nadie hable en términos políticos sobre las catástrofes climáticas que nos asolaron estos días.
Que nadie culpe a nadie y todos se dediquen a colaborar en la medida de lo posible con quienes han devenido en víctimas.
Que quienes estén al frente de los municipios involucrados no estén más fuera, y si están fuera que pidan perdón por no estar (y que no mientan que están no estando) y se pongan a trabajar en solucionar las urgencias.
Que quienes somos simples mortales nos hagamos cargo también de la responsabilidad que tenemos.
Porque también la tenemos.
Que quienes tienen responsabilidades de gestión se acerquen a hablar con los afectados a llevarles una palabra de comprensión para que se sienten escuchados, y sobre todo implementando medidas de contención que palíen sus necesidades inmediatas para que no se sientan tan solos en momentos tan dramáticos.
Ojalá alguien lo haya logrado.

Y que mañana, cuando se hayan secado las lágrimas, con el dolor intacto, pensemos sin crueldad cómo nos conjuramos para que no nos pasen más estas cosas.
Porque podemos, necesitamos y debemos pararnos frente a esto sin resignación.




Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Oliverio Girondo.

Mejor estemos todos juntos

La impactante historia James Peck, el inglés nacido en Malvinas que solicitó el documento argentino para poder vivir en Argentina, a quien su padre, el único habitante de las islas que luchó junto a los soldados ingleses en la recuperación de las islas, en su lecho de muerte, consumido por el cáncer, le regaló una remera del Che Guevara:
"Supongo que ya no la usaré", le dijo.
Su tía, quien estaba ahí, preguntó con tono de reproche si ése no era un terrorista.
- No, he was a freedom fighter -respondió su padre.

Ver nota y entrevista a James Peck.

Solía angustiarme y pensar todo el día en la guerra, pero ya no soy así. Me di cuenta de que mi trabajo igual puede ser bueno sin todo el sufrimiento. La obsesión es mala, destruye a los que te rodean -dice James antes antes de volver al spanglish para definir su estado actual como el de una "tranquila person".
Estoy cómodo acá, en la Argentina, y no quiero seguir mundándome. Hasta mis hijos me ven feliz. Todo esto del pasado y de la guerra se fue, no existe más, chau -explica.

Ver la obra de James Peck por él publicada.



La conmocionante historia de Miguel Savage, un argentino que por ser colimba le tocó en desgracia participar de aquella infausta guerra en las infames condiciones en las que participaban los colimbas. Pudo haberle costado la vida, lo cambió para siempre.
Quiso el destino que peleara contra el padre de James Peck, quien es hoy uno de sus mejores amigos. Lo llevó a Malvinas a conocer al que fuera su enemigo (ambos combatieron en la batalla de Monte Longdon), con quien se dió un abrazo.
Conviene escucharlo. También nos cuenta nuestra propia vida. Al menos la mía.

Escuchar a Miguel Savage hablar en TED x Río de la Plata



Imagen: dibujo de James Peck.


Mejor, estemos juntos: