lunes, 30 de julio de 2012

Cualquier semejanza con la realidad, es sólo magia

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:
-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.


"Algo muy grave va a suceder en este pueblo", de Gabriel García Márquez.




Ah soledad, mi vieja y sola compañera, salud.
Escúchame tú ahora, cuando el amor como por negra magia de la mano izquierda, cayó desde su cielo, cada vez más radiante, igual que lluvia de pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto, y quebrantaron al fin todos sus huesos, por una diosa adversa y amarilla.
Y tú, oh alma, considera o medita cuántas veces hemos pecado en vano contra nadie y una vez más aquí fuimos juzgados, una vez más, oh dios, en el banquillo de la infidelidad y las irreverencias.

(José Ángel Valente)

domingo, 29 de julio de 2012

La enloquecida fuerza del desaliento

Difícil es negar que el deporte está perdiendo, definitivamente, el espíritu del que estuvieron imbuidos los más conocidos de los cuatro juegos antiguos celebrados por los griegos -los otros eran: los ístmicos, los píticos y los nemeos-, y se está transformando en algo cada vez mas claramente asimilable al Circo Romano.

En este contexto, fue por lo menos grotescamente gracioso, que los organizadores de Sydney 2000, eligieran como icono de las medallas para la edición de los Modernos Juegos Olímpicos a desarrollarse allí, una imagen del Coliseo Romano.

Mas allá del tan torpe como increíble error histórico, que hoy de algún modo repiten con absurdas restricciones a la libertad de expresión, tales como la prohibición de exhibir la figura del Che Guevara, alegando canallescamente motivos de seguiridad, desnudándose con crudeza, lo que me parece altamente sugestivo, tanto como que aquellos organizadores Australianos y el Comité Olímpico Internacional -a todas luces más afecto al dinero mal habido que a los libros de historia-, hubieran hecho aquella, a la vez que desafortunada, esclarecedora elección.

Lo de Sydney fue, indudablemente, un acto fallido colectivo. El de estos juegos, que ya empiezan a verse más claramente como ostentación de la riqueza de las naciones, quizá sea más buscado que el producto de un error en la forma de entender la democracia, probablemente sea más consciente de lo por nosotros deseable...




De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...
(Ángel González)

sábado, 28 de julio de 2012

Sos el corazón de mis ilusiones, lo que soy

Para mí sos esta imagen.


Porque no sólo sos la gloriosa década del '80, la pasión del Cacho, los campamentos, las guitarreadas, la grandeza de Timoteo, aquellos locos (los que recuerdo y los olvidados), las rateadas, la colonia.


Aún más que esta corta e injusta lista de recuerdos, para mí sos esta imagen que representa, como pocas en mi vida, esos momentos mágicos que defino como aquellos en los que éramos felices y no lo sabíamos.


¡Feliz 108 cumpleaños Ferro querido!




Vieja soledad que con mis palpitaciones todo sentimiento extraño duerme tras de ti porque eres el corazón de mis ilusiones y todo lo que eres vive dentro de mí...
(Fernando Ramos)

viernes, 20 de julio de 2012

Saltando las piedras que nos lastimaron

Una imagen que describe con dramática claridad la deriva de la crisis económica española.

No sé en qué devendrá la inevitable crisis política que están construyendo con su ceguera quienes en este momento gobiernan el Reino de España, pero personalmente sospecho que si el 15M fue nuestro voto a Clemente amplificado, ahora se está gestando el "que se vayan todos" español.

La gente está muy cabreada. La gente está muy enojada con el PPSOE. Los españoles suelen ser gente tranquila y respetuosa, pero a veces pierden la paciencia, y creo que se está gestando eso. Si se mantienen los privilegios de los pocos y se exigen sacrificios a los muchos, barrunto que la cosa devendrá en algo diferente.

Viendo la crudeza de lo que está sucediendo en España, y con la crueldad que lo hace, no parece mala idea que hagamos algunas comparaciones, que quizá sean odiosas, pero son de estricta necesidad, atendiendo a las enormes similitudes que tiene la realidad española con nuestra propia gran crisis, tanto en su construcción, como en su explosión.

Como recordar que así analizaba la situación y perspectivas de nuestro país, hace justo 10 años, el director del Instituto de Estudios Latino Americanos, de la Universidad de Londres, en la entrevista publicada por Página/12, en julio de 2002:
"...el panorama económico es tan negro, desde la perspectiva interna y cada vez más desde la externa, que es dudoso que un futuro cambio en la composición de gobierno pueda afectar la política y resultados del interinato. La crisis es tan profunda que hay que describirla como “histórica”, que se están descomponiendo muchas de las expectativas de los partidos políticos, y también la ideología y el comportamiento ciudadano, si es que ya no han sido revertidos para siempre."

Y luego plantearse que si en el último número de la revista "Voces en el Fénix" se afirma que "nos encontramos ante un proceso virtuoso de producción y consumo, lo que fue determinante para las satisfactorias tasas de crecimiento de nuestro producto bruto", en el marco de un análisis no sólo muy interesante, también muy necesario acerca de "La industria que queremos conseguir", quizá se deba a que luego de que nos explotó en las manos la bomba que construimos insistiendo insensatamente con las recetas de los organismos internacionales de crédito, excesivamente ideologizados, empezamos a tomar algunas decisiones correctas.

Podemos, y debemos, analizar con tranquilidad y honestidad intelectual la situación, decidir qué errores hemos cometido, concluir que en los últimos tiempos, basados en necesidades reales pero exagerando groseramente en su implementación, hemos cometido algunos innecesarios, o quizá no, y determinar qué hay que corregir, y qué profundizar.
Pero lo que hay que tener muy claro, es que hasta aquí se hizo lo que se debía, y de manera correcta. Si no volveremos a tropezar con las mismas piedras que los mismos matones de barrio pretenden volvernos a poner en el camino.




¿Y por qué el sol es tan mal amigo del caminante en el desierto?
¿Y por qué el sol es tan simpático en el jardín del hospital?
¿Son pájaros o son peces en estas redes de la luna?
¿Fue adonde a mí me perdieron que logré por fin encontrarme?
(Pablo Neruda)

El sueño del regreso

Vuelvo sin mí; pero al partir llevaba en mí no sólo cuanto entonces era sino también, recóndita y ligera, esa patria interior que en nadie acaba.

Oigo gemir la aurora que te alaba, músico litoral, viento en palmera, y me asedia la enjuta primavera que la razón, no el tiempo, presagiaba.

Entre el capullo que dejé y la impura corola que hoy en cada rama advierto pasaron lustros sin que abrieran rosas.

Viví sin ser... Y sólo me asegura, entre tanta abstención, de que no he muerto la fatiga de mí que hallo en las cosas.

(Jaime Torres Bodet)


A todos mis amigos y compañeros de ruta con los que disfrutamos aquí (y en feisbuq) descubrir tesoros diariamente, les quería comentar que mi regreso a la patria va viento en popa.
Mi mujer llegó antes que yo y ya tiene laburo de lo suyo.
Yo ya tengo apalabrado algo de lo mío, que tendré que ver si se puede mejorar cuando llegue en dos semanas.
Nos resta concretar el alquiler de un techito (para no joder mucho tiempo a la familia), lo que será más complejo porque el destino será la eterna y altiva ciudad de Buenos Aires.

Sólo una cosa nos faltaría para que sea perfecto: que podamos ambos pagar impuesto a las ganancias. De momento nos conformamos con lo que hay, que ya está mejor de lo que esperábamos.

Como siempre, mis dioses me bendicen (incluso, generosos como son, por momentos me han permitido vivir sin tanta estrechez).




jueves, 19 de julio de 2012

El añorado pasado, inexacto, bajo nuestra alfombra

"El Gobierno encargó a una comisión de expertos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) un estudio riguroso sobre el sistema previsional argentino. La conclusión fue que el régimen presenta tantas falencias que lo mejor es reformularlo y crear uno nuevo. Por caso, sólo el 30 por ciento de los trabajadores está aportando regularmente para su jubilación, lo que provocará que en diez años cerca de la mitad de los mayores de 65 no tendrá los aportes suficientes para asegurarse un retiro. El sistema privado, advierten los técnicos de la OIT, “presenta numerosas características propias de un mercado oligopólico”, y actualmente cobra las comisiones más altas del mundo. Los afiliados a las AFJP dejan el 45 por ciento de su aporte a las empresas, un nivel mucho más alto que el de Chile, con 28 por ciento, al que le siguen Colombia, Malasia y Singapur."

El sistema previsional es tan malo que se debería crear uno nuevo.
Esa es la conclusión a la que arribó un informe de la OIT, que ayer presentó el Ministerio de Trabajo. En diez años, cerca de la mitad de los mayores de 65 años no podrá jubilarse.

(Publicado en Página/12, el Viernes, 19 de julio de 2002)


Proyectando cierto escenario macroeconómico (crecimiento cero en 2003, y luego a tasas anuales inferiores al 3 por ciento), y suponiendo una renegociación que logra una quita del 60 por ciento sobre la deuda en default, el país deberá afrontar en el resto de la década el pago de servicios de la deuda (amortizaciones más intereses) que representarán el 5,7 por ciento del PBI en 2003, el 6,2% en 2004, el 9,7% en 2005 y el 9% en el quinquenio 2006-2010. Esto implicaría que mientras la Argentina no logre reabrir su acceso a los mercados de capitales para colocar deuda nueva, el esfuerzo fiscal será enorme. Consistirá en alcanzar un superávit primario (ingresos menos egresos, antes del pago de los servicios de la deuda) que oscilaría entre 6 y 10 por ciento del Producto.
Carrió, Menem, Saá, Macri, López Murphy... ¿quién quiere encargarse de la faena?

Con la crueldad de los números.

(Publicado en Página/12, el Viernes, 13 de julio de 2002)


"Se verificó en ese momento –cuando la toma de rehenes era un delito que se repetía y repetía– la incompetencia de las fuerzas de seguridad para manejar las situaciones. Pero también se verificó que en la desesperación por la primicia, a las empresas periodísticas la vida no les importa un comino. Ahora, el delito que se repite y se repite es el de los secuestros. La mayoría de las veces express, en que los secuestradores mantienen a la víctima en un auto mientras negocian nerviosamente un rescate de 500, 700 o 1000 pesos. Aunque en menor medida, también están los casos de secuestros extorsivos, protagonizados por bandas más organizadas, con aguantaderos para esconder al secuestrado y cifras mucho mayores en la negociación."

Secuestros, periodistas y policías.

(Publicado en Página/12, el Jueves, 18 de julio de 2002)




Hay algo de inexacto en los recuerdos: una línea difusa que es de sombra, de error favorecido. Y si la vida en algo está cifrada, es en esos recuerdos precisamente desvaídos, quizás remodelados por el tiempo con un arte que implica ficción, pues verdadera no puede ser la vida recordada. Y sin embargo a ese engaño debemos lo que al fin será la vida cierta, y a ese engaño debemos ya lo mismo que a la vida.

(Felipe Benítez Reyes)

miércoles, 18 de julio de 2012

Qué extraña manera de estar vivos

"La gente", concluyo, son esas señoras agrias y prejuiciosas, que se quejan amargamente de todo lo que no entienden cuando hacen alguna cola.
"El pueblo", en cambio, son aquellos que, acertada o equivocadamente, vota, asume y toma decisiones. Y si es menester, se queja.

Luego están los mediadores de la verdad, los proveedores de la palabra, inefables personajes que ya parecen estar hartos de su propia ineficacia en la tarea que les han encomendado: ser formadores de opinión.
Me parece a mí que lo mejor que se puede hacer es ignorar los debates banales que estos oscuros personajes proponen para intentar mejorar su eficacia en la formación de opinión, cuyo objetivo es que no sólo asuman como propios sus argumentos aquellos que llamamos "la gente", sino que también, y fundamentalmente, los repita "el pueblo".

Sospecho que no resulta conveniente convertirse en "la gente". Ser "la gente", de la experiencia empírica resulta que suele ser triste, y lo poco que sabemos nos demuestra que si algo nos aporta cosas válidas, eso es la alegría.
Dado que, como efectivamente sabemos, sin alegría no hay nada que valga la pena.

Además, deberías preguntarte que si te enganchás recurrentemente en la banalidad, cómo sabés que no sos vos el banal...


Imagen: Foto de Fernand Fonssagrives




Estáis muertos. Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos. Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte. Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados, y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra. Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca, sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades. Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida. Estáis muertos.

(César Vallejo)

martes, 17 de julio de 2012

Habrá un vivir

En esta página del Ministerio de Economía hay una cuenta atrás.

Un reloj que muestra lo que falta para que yo llegue al país, y también lo que falta para terminar de pagar el corralito.

Cuando llegue a Argentina, precisamente ese día, el corralito que marcó el final de la segunda y más infame de las décadas, será definitivamente parte de la infausta historia de nuestra patria.


- o - o - o - o -

No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.

Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.

"Hay un morir", de Macedonio Fernández.

Imagen: Pintura china (desconozco el autor).




La muerte nos acorrala. Nuestra vida es, erguida y con la mirada limpia, a pesar de ella, contra ella. Superarla cada día es nuestro destino, cruel e infame. El amor y la alegría nuestra mejor arma. Imposible estar seguro de nuestra victoria, sólo de nuestra resistencia.
Quizá sólo de eso se trate.

lunes, 16 de julio de 2012

La necedad de vivir sin tener precio

En el capitalismo mágico, somos todo lo libres que nuestro dinero puede pagar, dado que tal y como reza su primera ley: "la libertad de las personas es inversamente proporcional a la libertad de los capitales".

Y como ya sabemos, los capitales sí que son libres. Y cuando alguien osa querer controlarlos, con la pretensión de que las personas de escasa libertad, esas que todos sabemos que poca es la libertad que pueden pagar, sean al menos un poco más libres, los oscuros propietarios de los infames mediadores de la palabra y la verdad gritan: ¡Amenazan nuestra libertad! ¡Nuestra libertad es sagrada!
Y es entonces cuando los necios, conmovidos, gritan: ¡La libertad de su dinero es nuestra libertad!

Confundidos, los esclavos de las necesidades insatisfechas esperan, hasta que impacientes, por fin ellos gritan con fuerza: ¡Nuestros hijos también desean libertad! Entonces los oscuros propietarios de los infames mediadores de la palabra y la verdad acusan: ¡Eso es violencia! Y los necios asienten asustados.

¿Y la revolución? Paciencia, paciencia...




Yo no se lo que es el destino, caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino. Yo me muero como viví.

La libertad sin igualdad, es sólo una palabra vacía

La derecha en todo el mundo, confiesa su mediocridad, su triste mirada del mundo, equiparando libertades personales con libertinaje económico. Las necesarias regulaciones del estado las cuestionan con falacias que pretenden que la igualdad social es contraria a la libertad personal.

Nada dicen, por cierto, del ataque a la libertad de quienes se benefician económicamente con esas regulaciones. No parecen ser libertades de las que su poesía oscura deba preocuparse.

Finalmente, es lo de siempre: pinta tu aldea, y pintarás el mundo. Cualquier parecido con algunos discursos argentos no es ninguna coincidencia...
Es pura ideología..


Esto escribía Mariano Rajoy, ya en 1984:


Hace algunos meses “FARO DE VIGO” tuvo la gentiliza de acceder a la publicación de un artículo en el que comentábamos un libro a nuestro juicio apasionante. “La envidia igualitaria” de Luís Moure-Mariño que analiza con profusión de detalles y argumentos aquella afirmación y el consiguiente problema de la igualdad-desigualdad humana, pero que añade a este estudio el de otro tema no menos importante e íntimamente unido al primero, cual es el de la envidia, uno de los más graves y perniciosos de los pecados capitales.
La primera parte de “La envidia igualitaria” tiene como objetivo básico, ampliamente logrado por cierto, el recopilar los escritos históricos sobre la envida. En ella se sintetizan los diversos estudios y opiniones que a lo largo de los tiempos ha provocado el pecado de la envidia.
En el segundo apartado del libro, Gonzalo Fernández de la Mora analiza de manera exhaustiva y profunda el problema de la envida –a la que define como “malestar que se siente ante una felicidad ajena, deseada, inalcanzable e inasimilable”-, de su utilización política (vaguedades como “la eliminación de las desigualdades excesivas”, “supresión de privilegios”, “redistribución”, “que paguen los que tienen más…” son utilizadas frecuentemente por los demagogos para así conseguir sus objetivos políticos), las defensas ante la misma (la huida, la simulación y la cortesía son medios de que tiene que valerse el “envidiado” para evitar el provocar el sentimiento), y la manera de superarla que es la autoperfección y la emulación. Por último, el autor dedica unas brillantes páginas a demostrar el error en que incurren quienes a veces conscientemente y utilizando el sentimiento de la envida y otras sin valorar el alcance de sus aseveraciones, sostienen la opinión de que todos los hombres son iguales y en consecuencia tratan de suprimir las desigualdades: El hombre es desigual biológicamente, nadie duda hoy que se heredan los caracteres físicos como la estatura, color de la piel… y también el cociente intelectual. La igualdad biológica no es pues posible. Pero tampoco lo es la igualdad social: no es posible la igualdad del poder político (“no hay sociedad sin jerarquía”), tampoco la de la autoridad (¿sería posible equiparar la autoridad de todos los miembros de un mismo gremio, por ejemplo, de todos los pintores o los cirujanos?), o la de la actividad (es difícil imaginar un ejército en el que todos fueran generales; o una universidad en la que todos fueran rectores), o la del premio, o la de oportunidades (las circunstancias, temporales, geográficas y familiares colocan inevitablemente a los individuos en situaciones más o menos favorables, nadie tiene la misma oportunidad mental, ni histórica, ni nacional: no es igual nacer en EE.UU. que en U.R.S.); ni siquiera la económica: “allí donde se ha implantado una cierta igualdad pecuniaria –mediante la nacionalización de los medios de producción, la abolición de la herencia, la supresión de las rentas del capital y la equiparación de casi todos los salarios- se han radicalizado las inevitables desigualdades de poder, creadores de desigualdades económicas quizá no monetarias, pero espectaculares. Aunque la cuenta corriente de Stalin no fuera superior a la del más mísero music, nadie podría afirmar la igualdad económica de ambos. Para imponer tal igualdad habría que eliminar el poder político, lo que es imposible”.

Pero si importantes son todas y cada una de estas ideas, individualmente consideradas, a todas ellas trasciende el mensaje, o la pretensión final del autor sobre la que entiendo todos los ciudadanos y particularmente los que asumen mayores responsabilidades en la sociedad, debemos reflexionar. Demostrada de forma indiscutible que la naturaleza, que es jerárquica, engendra a todos los hombres desiguales, no tratemos de explotar la envidia y el resentimiento para asentar sobre tan negativas pulsiones la dictadura igualitaria. La experiencia ha demostrado d de modo irrefragable que la gestión estatal es menos eficaz que la privada. ¿Qué sentido tienen pues las nacionalizaciones? Principalmente el de desposeer –vid. RUMASA-, o sea, el de satisfacer la envidia igualitaria. También es un hecho que la inversión particular es mucho más rentable no subsidiaria. Entonces ¿Por qué se insiste en incrementar la participación estatal en la economía? En gran medida, para despersonalizar la propiedad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria. Es evidente que la mayor parte del gasto público no crea capital social, sino que se destina al consumo. ¿Por qué, entonces, arrebatar con una fiscalidad creciente a la inversión privada fracciones cada vez mayores de sus ahorros? También para que no haya ricos para satisfacer la envidia igualitaria. Lo justo es cada ciudadano tribute en proporción a sus rentas. Esto supuesto, ¿por qué, mediante la imposición progresiva, se hace pagar a unos hasta un porcentaje diez veces superior al de otros por la misma cantidad de ingresos? Para penalizar la superior capacidad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria. Lo equitativo es que las remuneraciones sean proporcionales a los rendimientos. En tal caso ¿por qué se insiste en aproximar los salarios? Para que nadie gane más que otro y, de este modo, satisfacer la envidia igualitaria. El supremo incentivo para estimular la productividad son las primas de producción. ¿Por qué, entonces, se exige que los incrementos salariales sean lineales? Para castigar al más laborioso y preparado, con lo que se satisface la envidia igualitaria. Y así sucesivamente. Juan Ramón Jiménez lo denunció en su verso famoso “Lo quería matar porque era distinto”; y el poeta romántico Young dio en la diana cuando afirmó “todos nacemos originales y casi todos morimos copias”. Al revés de lo que propugnaban Rousseau y Marx la gran tarea del humanismo moderno es lograr que la persona sea libre por ella misma y que el Estado no la obligue a ser un plagio. Y no es bueno cultivar el odio sino el respeto al mejor, no el rebajamiento de los superiores, sino la autorrealización propia. La igualdad implica siempre despotismo y la desigualdad es el fruto de la libertad. La aprobación por nuestras Cortes Generales de algunas leyes como la última de la Función Pública constituye un claro ejemplo de igualdad impuesta pues pretende equiparar a quien por capacidad, trabajo y méritos son claramente desiguales y sólo va a servir para satisfacer ese gran mal que constituye la envidia igualitaria. Frente a ella sólo es posible la emulación jerárquica: hagamos caso de la sentencia de Saint-Exupery “Si difiero de ti, en lugar de lesionarte te aumento”.

LA ENVIDIA IGUALITARIA
Mariano Rajoy Brey
Presidente de la Diputación de Pontevedra
FARO DE VIGO, 24 de julio de 1984




Para que la ignominia no derrote al amor no sirven las palabras, solo la sangre puede, en la igualdad, amar y ser amada.

miércoles, 11 de julio de 2012

Cuando la promiscuidad puede ser la solución

Algunos amigos, creo, simplifican la cuestión culpando a las nuevas tecnologías; pero a mí, francamente, se me antoja que, en todo caso, esto nos muestra lo que ya había.

Supongo que la solución será la promiscuidad: leer y escribir todo lo que se pueda, reivindicando en la medida de nuestras posibilidades el buen gusto.


Es que hay días en los que me terminan doliendo los ojos con algunos textos.

Y lo peor del caso es que muchos de esos textos están escritos absolutamente en mayúscula, y cuando me gritan, invariablemente, me termina doliendo la cabeza.

Así que finalmente, quizá esto sea, probablemente, sólo para protegerme del dolor.


Este es un caso prístino en el que la promiscuidad no es el problema.
El mal gusto, sí...




Descalificaciones hacia Galicia, su gente y su cultura

Descalificaciones hacia Galicia, su gente y su cultura por parte de españoles ilustres, y otros con menos brillo:

"Los gallegos no se colocan en predicamento, porque no son alguien".
(Miguel de Cervantes)

"El gallego fue creado para el descanso del asno".

“Galicia nunca fértil de poetas”
(Miguel de Unamuno)

"No fíes en perro que cojea, ni en amor de gallega"

"Muy góticas de facciones, y de pelo muy espín;
virginidades monteses aman a lo jabalí”.
(en alusión a las mujeres gallegas-)

“Soberano señor, que permitiste que los gallegos te llamasen padre”

"Antes puto que gallego"
(Francisco de Quevedo)

"Oh, montañas de Galicia,
Cuya, por decir verdad,
Espesura es suciedad,
Cuya maleza es malicia,
Tal, que ninguno codicia
Besar estrellas pudiendo,
Antes os quedais haciendo
Desiguales horizontes;
Al fin, gallegos y montes,
Nadie dirá que os ofendo".

"Papas de mijo en concas de madera,
cuevas profundas, ásperos collados,
es lo que llaman reino de Galicia".
(Luis de Góngora)

"Si a la lengua la ciencia no acompaña, lo mismo es saber griego que gallego".

"Ni perro negro, ni mozo gallego"

"Ai gallegas, rollizas como un nabo, entre puerca y mujer,
que baja al río, y lava más gualdrapas que un esclavo".
(Lope de Vega)

"¿Que diablos alabáis la tierra de Galicia, que juro a Dios toda ella es tierra de mierda?".
(Lucas Hidalgo)

"moça gallega que por ser muy cortés, era facil en el prometer y
mucho mas en el cumplir.."
(Fernández de Avellaneda)

“Aunque gallego, es honrado”.
(Monroy y Silva)

"A gallego pedidor, castellano tenedor"

“Gallegos, gente no santa.”

"¿Rogaste a gallegos?,
ya no puedes venir a menos".

"No salen tantas flores en diez mayos,
como en Galicia mozas y lacayos"

"Eres honrado. -Y noble, aunque gallego".

"Antes moro que gallego"

"Gallego, vuelvete moro y te daré dos reales".

"Venga el gallego a segar,
miserable jornalero,
que los hombres de Castilla
tienen el trabajo a menos".

"Los gallegos vinieron al mundo para descanso de los animales".

- "Soys de Toledo?
-No soy, sino gallego.
-¿Gallego?
Para enviar un recado será muy lindo criado."
(Tirso de Molina)

"Zapatero es gallego, en el sentido más peyorativo del término"
(Rosa Díez)

Si buscamos en la Real Academia Española la palabra 'Gallego', salen hasta 11 acepciones: 1. Natural de Galicia. 2. Perteneciente o relativo a esta comunidad autónoma de España. 3. En Castilla, se dice del viento cauro o noroeste, que viene de la parte de Galicia. 4. Dicho de una persona: Nacida en España o de ascendencia española. Pero al llegar a la 5 y 6 aparece C. Rica. tonto (|| falto de entendimiento o razón) y El Salv. tartamudo.




jueves, 5 de julio de 2012

De todo comienza a hacer bastante tiempo

El objeto de este post, es que no nos olvidemos nunca de dónde venimos. Básicamente porque algunos son de memoria extremadamente frágil.
Como esos negadores del holocausto, que lo niegan porque Israel desarrolla una política de terrorismo de estado sobre el pueblo palestino, con el explícito objetivo de quedarse con su territorio. Pero es que a todos los seres humanos de buena leche nos resulta inaceptable la salvaje crueldad del estado de Israel, pero no por eso negamos que unos locos asesinaron con extrema crueldad millones de judíos (no sólo, a muchos otros más, pero esa es otra historia).

En este caso es más o menos lo mismo, con el siguiente razonamiento implícito: "como no me banco a la presidenta, entonces niego todo".

Cuando resulta evidente que si no podemos (o no queremos) recordar de dónde venimos, cómo decidiremos a dónde ir (o no ir) sin equivocarnos.

Desde hace un tiempo, tomé la costumbre de leer todos los días el diario de justo hace una década, y cada tanto encuentro artículos interesantes, como me lo pareció éste que copio a continuación:


El actual gasto de consumo del conjunto de las familias argentinas representa un valor equivalente al necesario para que 128 millones de personas salgan de la pobreza, o para que 300 millones superen la indigencia. Sin embargo, a fines de junio pasado más de 18 millones de personas no contaban con los ingresos necesarios para adquirir una canasta básica, y de ellos cerca de 8 millones se encontraban en situación de indigencia. Los datos surgen de un reciente trabajo del Instituto de Estudios y Formación de la CTA.

La investigación, que lleva por título “Catástrofe social en Argentina”, agrega también que dos tercios de los menores de 18 años, 8,3 millones de personas, son pobres. “Se trata de un país donde la mayor parte de los pobres son niños y donde la mayor parte de los niños son pobres”, destaca. Desde el inicio de la recesión, en 1998, la desocupación creció el 74,2 por ciento, la pobreza el 67 por ciento y la indigencia el 180 por ciento.

La continua difusión de los alarmantes indicadores sociales parece producir un efecto de acostumbramiento en quienes escuchan desde fuera del problema. Se trata de cifras en constante crecimiento, pero que agregan poco si se las considera aisladamente. Sin embargo, desde octubre pasado, cada mes 700.000 personas se convirtieron en nuevos pobres. Si se mantiene el rumbo actual, con el nivel de inflación previsto por Economía, a fin de año la situación se habrá vuelto particularmente explosiva. El economista Claudio Lozano, autor del informe, estimó que la pobreza alcanzará al 65,1 por ciento de la población (23,1 millones de personas) y la indigencia al 32,2 por ciento (11,4 millones).

En cuanto a la distribución regional del problema, la mayor parte de la población pobre vive en los principales centros urbanos, mientras que el NEA y el NOA revelan porcentajes de pobreza e indigencia superiores en un 40 y un 78 por ciento a los del resto del país.

La principal causa del empeoramiento de la situación fue la fenomenal transferencia de ingresos provocada por la devaluación y el consecuente aumento de precios. Los efectos negativos de la pérdida del poder adquisitivo de la moneda –expresa la investigación– “han desplazado los eventuales efectos positivos de carácter sustitutivo que de la misma podían inferirse”. Así, la destrucción del aparato productivo y la completa ausencia de crédito consiguieron una panorama inédito: que la devaluación sólo se traduzca en distribución regresiva del ingreso. En los primeros 5 meses del año, la caída promedio de ingresos fue del 21,6 por ciento, lo que proyecta para el año una merma del 45,5 por ciento.

Puesto que el aumento de precios fue más significativo en alimentos, el rubro más importante en el consumo de los sectores de menores recursos, los pobres experimentaron una caída de ingresos del 26,3 por ciento y los indigentes de un 29,9 por ciento. Estas bajas se corresponden con los nuevos valores para la canasta básica de alimentos y la canasta básica total, de 252,64 pesos y 598,75 pesos respectivamente, guarismos calculados para un matrimonio con dos hijos de cinco y ocho años.

El trabajo del Idef-CTA también evaluó los efectos de la inflación sobre las prestaciones y actividades del sector público. Si se expresan los números del presupuesto 2002 en pesos de 2001, se tiene que el gasto público cae el 35 por ciento. Considerando que los principales usuarios de servicios públicos como educación y salud son, otra vez, los sectores de menores ingresos, la baja del gasto “profundiza los niveles de desprotección de la población pauperizada”. Cabe destacar que la merma del 35 por ciento está calculada sobre las previsiones de inflación del Ministerio de Economía: 60 por ciento para el IPC y 117,5 para el índice mayorista. Para las hipótesis inflacionarias manejadas por el Idef, la caída del gasto primario sería del 52 por ciento.


El crecimiento de la pobreza ya preanuncia una catástrofe social
Publicado por Página/12, el 04 de julio de 2002.


Que actualmente aún haya más de 7.000.000 de pobres de los cuales casi 1.000.000 son indigentes, es un dato objetivo que considero inaceptable. Pero es que no tener en cuenta al considerarlo estas cifras reseñadas en este informe, desde las que (nos guste o no) venimos, no destacar que la profundidad estadística de estos niveles actuales de pobreza es mucho menor que aquellos de hace una década, y que según palabras del propio Juan Carr estamos en condiciones objetivas de plantearnos la erradicación del hambre en nuestro hermoso país, es de una necedad imperdonable.


Imagen: "La persistencia de la memoria", de Salvador Dali.




De todo comienza a hacer bastante tiempo. Y en una habitación cerrada hay un niño que aún juega con cristales y agujas bajo la mortandad hipnótica de la tarde. Comienza a hacer de todo muchos años. Y la noche, sobrecogida de sí misma, abre ya su navaja de alta estrella ante la densa rosa carnal de la memoria. Comienza a ser el tiempo un lugar arrasado del que vamos cerrando las fronteras para cumplir las leyes de esa cosa inexacta que llamamos olvido. Y llega la propia vida hasta su orilla como lleva el azar la maleta de un náufrago a la playa en que alguien la abre con extrañeza —y esa ridiculez de disfraz desamparado que adquieren los vestidos de la gente al morir.
Lejano y codiciable, el tiempo es territorio del que sólo regresa, sin sentido y demente, el viento sepulcral de la memoria, devuelto como un eco. Como devuelve el mar su podredumbre. Todas nuestras maletas reflejan la ordenación desvanecida de un viaje que siempre ha sucedido en el pasado. Y las abrimos con la perplejidad de quien se encuentra una maleta absurda en esa soledad de centinela que parecen tener las playas en invierno.
(Felipe Benítez Reyes)

miércoles, 4 de julio de 2012

El sueño de la palabra libre

I

Violentar la paz,
es proclamar la violencia
y tomar el terror por bandera.

II

Más que alimentos,
hacen falta escuelas
que eduquen para la vida,
reeducando para vivir,
respetando, ¡amando!.

III

Habría que promover
el culto a la palabra,
y mover los corazones
desde el surtidor del verso,
dialogar más y chillar menos,
comprender y aprender
a reemprender caminos de luz.
Si hemos de gritar
que sea para defender
el derecho a una existencia
digna, el derecho
a poblar caminos de amor
y a repoblar soledades.

IV

El encuentro con la diversidad
no es adversidad, sino reencuentro
de latidos abrazados por la vida.

V

Si hemos de estar con alguien
que sea con los sufren.
Seamos portavoces
de los que no tienen voz.
Seamos poetas
de los que no tienen poesía.
Seamos horizonte
de los que no tienen futuro.
Seamos el abrazo
de los que viven el rechazo.

VI

Los líderes políticos
han de tornarse poéticos:
tan cantautores como autores,
—menos cantamañanas
y más mañana, me digo—,
para crear y creer
en un mundo en paz,
rimado con la justicia,
bajo el tono de la libertad
y el timbre del pluralismo.
Al igual que un aire celeste
y manso, tierra adentro,
como mar en busca de puerto,
como ola en busca de aire,
como aire, calmante
de los desaires,
que colma y cura
el mar de los dolores,
abriendo claridades en la noche.


"Ante el dolor del mundo", de Víctor Corcoba Herrero.


Imagen: "Office in a small city", de Edward Hopper.




Los sueños, son la libertad del pensamiento; permisivos y silenciosos, tácitamente selectivos, mágicos y eróticos. En ellos puedo libremente poseerte muchas veces, infinitas veces; sin restricciones ni disculpas, sin reproches ni palabras. Acariciar tus senos tantas veces anhelados, disfrutar de tu sexo, ¡tantas veces presentido! sin importar el sitio, cualquier lugar es perfecto, porque nadie nos ve, ¡solo nosotros existimos! Mágico poder de un desahogo explosivo, de tu cuerpo tantas veces deseado, de tus besos... ¡tantas veces anhelados!
(Juan Pablo Riveros)

Olvidemos nuestra propia muerte, soñemos

"Así, las exenciones al Impuesto a las Ganancias, explican esos especialistas, atentan contra la progresividad del impuesto y el sistema fiscal al reducir la base imponible del tributo. En un artículo publicado en la revista Voces en el Fénix, el prestigioso tributarista cordobés Salvador Treber ofrece una explicación para la preservación de esas exenciones y tratamientos fiscales privilegiados: 'La orientación y las normas básicas que definen los sistemas fiscales en cada país reflejan y armonizan los intereses de quienes detentan el poder económico', advierte."

De este modo, finaliza el corto pero contundente informe de Tomás Lukin llamado "Las Ganancias que no llegan al Estado", publicado en Página/12, en el que queda meridianamente claro por dónde se le debe entrar en el parlamento a la cuestión del impuesto a las ganancias, tan debatida en estos últimos días: Normalizar el aumento anual (o semestral) del mínimo no imponible, y en el mismo proyecto la contrapartida eliminando estas exenciones mencionadas en dicho artículo, mejorando la progresividad, la equidad contributiva y el nivel de recaudación en términos de producto del estado argentino, dado que sigue siendo aún muy bajo.
Eso sí, ante todo se le debería cambiar el nombre a este impuesto: para quitarle argumentos a la demagogia.

También es interesante la lectura de este otro trabajo de investigación, también breve y contundente, de Salvador Treber, que publicara la Revista Voces en el Fénix bajo el título "La imposición al “campo” (pasado, presente y futuro)", y cuya conclusión más destacada se me antoja que es: "...surge entonces que, sin los Derechos de Exportación, la carga tributaria específica del sector agropecuario representó solamente un 13,7% con respecto a su Producto Bruto Sectorial (PBS); contra el 21,2% de los demás sectores, lo cual implica un costo tributario 41,8% menor. Esto revela que ha participado apenas con un muy modesto 5,44% en el total general aunque agregando las retenciones llega al 7,85%). Resulta además útil, para evaluar debidamente dichas relaciones, tener presente que dentro de las cuentas nacionales, el valor agregado del sector implica 8,41% del total general."


Imagen: "Actividad en la Boca", de Benito Quinquela Martín.




Los sueños son pequeñas muertes, tramoyas, anticipos, simulacros de muerte, el despertar en cambio nos parece una resurrección y por las dudas olvidamos cuanto antes lo soñado; a pesar de sus fuegos sus cavernas, sus orgasmos, sus glorias, sus espantos, los sueños son pequeñas muertes, por eso cuando llega el despertar y de inmediato el sueño se hace olvido, tal vez quiera decir que lo que ansiamos es olvidar la muerte, apenas eso...
(Mario Benedetti)

El sueño que se sueña no se escapa

Esto es muy minimalista, muy personal, incluso se puede entender como autobombo (y seguramente lo es), pero tenía ganas de comentárselos.


De las más de 6.500 lecturas registradas que tuvo mi blog en el último mes, los orígenes más destacados fueron:
Argentina (3.205) ; Estados Unidos (913) ; España (663) ; Alemania (266) ; México (232) ; Colombia (207) ; Chile (136) ; Perú (75) ; Reino Unido (65) ; Venezuela (42)...


Me gusta que más de mitad de las lecturas registradas (no sé por qué no registra las lecturas de la página principal del blog, aquellas que no sean de una página concreta) no sean de Argentina.




La realidad disfraza su propio sueño, y dice: «Yo soy el sol, los cielos, el amor». Pero nunca se va, nunca se pasa, si fingimos creer que es más que un sueño. Y vivimos soñándola. Soñar es el modo que el alma tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe. Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse hecho materia y que se busca en tierra.
(Pedro Salinas)

martes, 3 de julio de 2012

Los fantasmas del temor

Sobre la cuestión de la inseguridad, deberíamos convenir en que es un tema que claramente nos convendría a todos sacarlo fuera de la agenda de la disputa política, porque éste, es un tema grave.

Las estadísticas dicen con claridad que la inseguridad sigue siendo un problema. Bastante menor que en la década de los '90, es cierto, también que son equiparables los números de la inseguridad en Argentina con los de EE.UU., pero aún así sigue siendo un grave problema.

Es inocultable que lo agrava el tratamiento policial, dada la enorme corrupción que hay aún en la policía, tanto que muchos aseguran (y les doy la razón) que la mitad de la inseguridad la genera la propia fuerza de seguridad. También conviene recordar que una parte importante de la inseguridad tiene base en la cuestión social, en la pobreza que aún es mayor de la aceptable, y en la falta de mayor profundidad de la protección social: si lo miran con tranquilidad, verán que los motivos por los que en Europa hay mucho menos inseguridad que en EE.UU. tiene que ver con el estado del bienestar (traduzco a idioma argentino = los subsidios para los vagos que pagan los giles).

Evidentemente es un tema bastante complejo, que se ha convertido en un enorme negocio, y entre las causas por las que se dificulta su solución no está sólo su fuerte politización (donde incluyo su negación tanto como su exageración), también su simplificación. Esa histórica tendencia argentina, a todas luces herencia española, al pensamiento mágico, que hace que permanentemente algunos, de manera ampulosa, declaren contar con contundentes e inmediatas soluciones a problemas históricos y complejos.

Que los medios de comunicación propiedad de grupos económicos que entre otras cosas se dedican al negocio de la información, algunos de ellos participando activamente en la cotidianidad de la lucha política, lo encaren de manera grosera y tendenciosa, no debería excusarnos a los demás a tratarlo con la gravedad que merece la cuestión.

Digo yo...




Solía cantar de amor dulces clamores, ahora lloro triste, y de año en año se seca la esperanza y crece el daño, falta seguridad, sobran temores.
(Gutierre de Celina)

Desde la claridad de tu vientre

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.


"Canción del esposo soldado", de Miguel Hernández.


Imagen: "Futuro Edén", un dibujo de Troche.




Menos tu vientre, todo es confuso. Menos tu vientre, todo es futuro fugaz, pasado baldío, turbio. Menos tu vientre, todo es oculto. Menos tu vientre, todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo. Menos tu vientre, todo es oscuro. Menos tu vientre: claro y profundo.

lunes, 2 de julio de 2012

La profunda superficie de los cambios

Eduardo Aliverti, a quien escucho desde hace unos 30 años, desde aquella radio que a mediados de los '80 el inefable Alvaro Alzogaray -el gran amigo y faro del gobierno del PJ en los '90-, definió como Radio Belgrado, finaliza así el último editorial de su paradigmatico programa radial, Marca de Radio:

"En ligera síntesis: si es por la herramienta política que se necesita para continuar avanzando en la reparación de las mayorías, está claro que es el kirchnerismo el que mejor la encarna. Hay una experiencia de casi diez años que lo avala. No solamente es así por la positiva. En lo que no, es aun más límpido que los adversarios del Gobierno son, por un lado, el adefesio de siempre. Y por otra parte –no deja de ser la misma– enuncia a lo más horrible de una derecha que ni siquiera se traza la perspectiva de ser una burguesía lúcida. Todos sus miembros (patronales agropecuarias, medios de comunicación, sectores financieros, dirigencia partidaria atomizada y sin referentes) son apenas una expresión tribal de rapiña. Se “suman” a ellos unos grupejos autoproclamados de izquierda desde una subjetividad que, objetivamente, en acuerdo con costumbres históricas e histéricas, no hacen más que poner su vocación cariocinética al servicio de los intereses reaccionarios. Podría decirse que ni siquiera tienen la perspicacia de advertir que aportan números de alboroto a los burócratas sindicales que denunciaron toda la vida, pero sería cínico. Parece increíble estar leyendo que Moyano se codeó sin roces con la izquierda. ¿La izquierda de qué? Pues de la derecha a cuyos objetivos sirve. De lo contrario, los periodistas del establishment no hablarían como si nada de la armonía “natural” entre banderas rojas y la quintaesencia de aquello a lo que esos estandartes se opusieron desde que el mundo es mundo."

Aquí podemos escuchar el editorial completo, y también leerlo desde el sitio web del programa, donde gentilmente suben cada semana el material. Disfruto repetir la ceremonia de escucharlo mientras lo leo.


La imagen que ilustra esta entrada corresponde al óleo "Skull", del pintor francés postimpresionista Paul Cezanne.




Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado. No es bueno quedarse en la orilla como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha de fluir y perderse, encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
(Vicente Aleixandre)

Celebramos sobre la alegría de los muertos

El mundo resurge con temor de su invariable crisis.
Yo soy profeta meditabundo y triste aquí en mi tumba de naftalina y viento.
Aquí está el espacio de las ansias destructivas y yo soy el rey de los deshechos y las ruinas.
Estos mundos que yo supe están disgregados a patadas.
Yo quiero divertirme y juego con ellos, los moldeo, los exprimo, los inflo, los reúno en un ciclópeo cenicero y empapo sus cenizas en orines.
Me gusta estar aquí.
Esta cripta me ha llenado de costumbres.
Este reposar es maléfico y tierno, se come la carne y ríe a carcajadas satisfecho.
Voy a contratar arquitectos e ingenieros, hay que planificar construcciones, viaductos y edificios, canchas de fútbol para jugar con las cabezas de los muertos.
Uno se divierte contando alfileres y estigmas las mujeres desnudas que también lo estuvieron allá afuera, los refugios antiaéreos disfrutando de explosiones de cerebros.
Aquí se tienen bulevares con raíces incorrectas, faros de gusanos tan brillantes, filas de hormigas con entorpecido tráfico y también hombres para hacer más humana la vida bajo tierra.
Uno se acostumbra a la vida de la cripta.
Voy a comisionar a los lagartos subterráneos impresores hacer muchas tarjetas de pálidos diseños y haré una gran fiesta con todos los muertos.


Texto: Teódulo López Meléndez


Imagen: "El jarabe de ultratumba", José Guadalupe Posada, considerado por Diego Rivera como el prototipo del artista del pueblo y su defensor más aguerrido, incluso se autoproclamó como hijo de Posada y de la Catrina en su mural Sueño de una tarde de domingo en la Alameda.




Mucha doctrina, poca virtud. No hay picarón tramposo, venal, entremetido, disoluto, infame delator, amigo falso, que ya no ejerza autoridad censoria en la Puerta del Sol, y allí gobierne los estados del mundo, las costumbres, los ritos y las leyes mude y quite. Próculo, que se viste y calza y come de calumniar y de mentir, publica centones de moral.
(Leandro Fernández de Moratín)

domingo, 1 de julio de 2012

Sexo sobre la oscuridad del cesped

Algo vuela hacia el sol y no se sabe
si es la pelota o si es la misma tierra
BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO

ante su red aguarda
la portería aún, araña parda
MIGUEL HERNÁNDEZ

1.

El césped. Desde la tribuna es un tapete verde. Liso, regular, aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizá crean que, con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de ballet. Quien es derrumbado cae seguramente sobre un colchón de plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto forma parte de una pantomima mayor. Además, cobran mucho dinero simplemente por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros cuando el que queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol decisivo. O no decisivo, es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos, cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas. Desde la tribuna es tan disfrutable el racimo humano de los vencedores como el drama particular de cada vencido. Por supuesto, ciertos avispados espectadores siempre saben cómo hacer la jugada maestra y no acaban de explicarse, y sobre todo de explicarlo a sus vecinos, por qué este o aquel jugador no logra hacerla. Y cuando el árbitro sanciona el penal, el espectador avispado también intuye hacia qué lado irá el tiro, y un segundo después, cuando el balón brinca ya en las redes, no alcanza a comprender cómo el golero no lo supo. O acaso sí lo supo y con toda deliberación se arrojó al otro palo, en un alarde de masoquismo o venalidad o estupidez congénita. Desde la tribuna es tan fácil. Se conoce la historia y la prehistoria. O sea que se poseen elementos suficientes como para comparar la inexpugnable eficacia de aquel zaguero olímpico con la torpeza del patadura actual, que no acierta nunca y es esquivado una y mil veces. Recuerdo borroso de una época en que había un centre-half y un centre-forward, cada uno bien plantado en su comarca propia y capaz de distribuir el juego en serio y no jugando a jugar, como ahora, ¿no? El espectador veterano sabe que cuando el fútbol se convirtió en balompié y la ball en pelota y el dribbling en finta y el centre-half en volante y el centre-forward en alma en pena, todo se vino abajo y ésa es la explicación de que muchos lleven al estadio sus radios a transistores, ya que al menos quienes relatan el partido ponen un poco de emoción en las estupendas jugadas que imaginan. Bueno, para eso les pagan, ¿verdad? Para imaginar estupendas jugadas y está bien. Por eso, cuando alguien ha hecho un gol y después de los abrazos y pirámides humanas el juego se reanuda, el locutor idóneo sigue colgado de la “o” de su gooooooool, que en realidad es una jugada suya, subjetiva, personal, y no exactamente del delantero que se limitó a empujar con la frente un centro que, entre todas las otras, eligió su cabeza. Y cuando el locutor idóneo llega por fin al desenlace de la “ele” final de su gooooooool privado, ya el árbitro ha señalado un orsai que favorece, ¿por qué no?, al locatario.

Es bueno contemplar alguna vez la cancha desde aquí, desde lo alto. Así al menos piensa Benjamín Ferrés, veintitrés años, digamos delantero de un Club Chico, alguien últimamente en alza según los cronistas deportivos más estrictos, y que hoy, después de empatarle al Club Grande y ducharse y cambiarse, no se fue del estadio con el resto del equipo y prefirió quedarse a mirar, desde la tribuna ya vacía (sólo quedan los cafeteros y heladeros y vendedores de banderitas, que recogen sus bártulos o tal vez hacen cuentas) aquel campo en el que estuvo corriendo durante noventa minutos e incluso convirtió uno, el segundo, de los dos goles que le otorgan al Club Chico eso que suele llamarse un punto de oro. Sí, desde aquí arriba el césped es una alfombra, casi un paño verde como el del casino, con la importante diferencia de que allá los números son fijos, permanentes, y aquí (él, por ejemplo, es el ocho) cambian constantemente de lugar y además se repiten. A lo mejor con el flaco Suárez (que lleva el once prendido en la espalda) podrían ser una de las parejas negras. O no. Porque de ambos, sólo el Flaco es oscurito.

Ahora se levanta un viento arisco y las gradas de cemento son recorridas por vasos de plástico, hojas de diario, talones de entradas, almohadillas, pelotas de papel. Remolinos casi fantasmales dan la falsa impresión de que las gradas se mueven, giran, bailotean, se sacuden por fin el sol de la tarde. Hay papeles que suben las escaleras y otros que se precipitan al vacío. A Benjamín (Benja, para la hinchada) le sube una bocanada de desconsuelo, de extraña ansiedad al enfrentarse, ¿por primera vez?, con la quimera de cemento en estado de pureza (o de basura, que es casi lo mismo) y se le ocurre que el estadio vacío, desolado, es como un esqueleto de multitud, un eco fantasmal de esa misma muchedumbre cuando ruge o aplaude o insulta o agita banderas. Se pregunta cómo se habrá visto su gol desde aquí, desde esta tribuna generalmente ocupada por las huestes del adversario. Para los de abajo en la tabla, el estadio siempre es enemigo: miles y miles de voces que los acosan, los persiguen, los hunden, porque generalmente el que juega aquí, el permanente locatario, es uno de los Grandes, y los de abajo sólo van al estadio cuando les toca enfrentarlos, y en esas ocasiones apenas si acarrean, en el mejor de los casos, algunos cientos de fanáticos del barrio, que, aunque se desgañitan y agitan como locos su única y gastada bandera, en realidad no cuentan, es imposible que tapen, desde su islote de alaridos, el gran rugido de la hinchada mayor. Desde abajo se sabe que existen, claro, y eso es bueno, y de vez en cuando, cuando se suspende el juego por lesión o por cambio de jugadores, los del Club Chico van con la mirada al encuentro de aquel rinconcito de tribuna donde su bandera hace guiños en clave, señales secretas como las del truco. Y ésta es la mejor anfetamina, porque los llena de saludable euforia y además no aparece en los controles antidopping.

Hoy empataron, no está mal, se dice Benja, el número ocho. Y está mejor porque todos sus huesos están enteros, a pesar de la alevosa zancadilla (esquivada sólo por intuición) que le dedicaran en el toletole previo al primer gol, dos segundos antes de que el Colorado empujara nuevamente la globa con el empeine y la colocara, inalcanzable, junto al poste izquierdo.

2.

Después de todo, la playa es mía. Desde hace quince años la vengo adquiriendo en pequeñas cuotas. Cuotas de sol y dunas. Todos esos prójimos, prójimas y projimitos que se ven tendidos sobre las rocas o bajo las sombrillas o corriendo tras una pelota de engañapichanga o jugando a la paleta en una cancha marcada en la arena con líneas que al rato se borran, todos esos otros, están en la playa gracias a que yo les permito estar. Porque la playa es mía. Mío el horizonte con toninas remotas y tres barquitos a vela. Míos los peces que extraen mis pescadores con mis redes antiguas, remendadas. El aire salitroso y los castillos de arena y las aguas vivas y las algas que ha traído la penúltima ola. Todo es mío. ¿Qué sería de mí, el número ocho, sin estas mañanas en que la playa me convence de que soy libre, de que puedo abrazar esta roca, que es mi roca mujer o tal vez mi roca madre, y estirarme sin otros límites que mi propio límite o hasta que siento las tenazas del cangrejo barcino sobre mi dedo gordo? Aquí soy número ocho sin llevarlo en la espalda. Soy número ocho sencillamente porque es mi identidad. Un cura o un teniente o un payaso no necesitan vestir sotana o uniforme o traje de colores para ser cura o teniente o payaso. Soy número ocho aunque no lo lleve dibujado en el lomo y aunque ningún botija se arrime a pedirme autógrafos, porque sólo se piden autógrafos a los de los Clubes Grandes. Y creo que siempre seré de Club Chico, porque me gusta amargarles la fiesta, no a los jugadores que después de todo son como nosotros, sólo que con más suerte y más guita, ni siquiera a la hinchada grande por más que nos insulte cuando hacemos un fau y festeje ruidosamente cuando el otro nos propina un hachazo en la canilla. Me gusta arruinarles la fiesta, sobre todo a los dirigentes, esos industriales bien instalados en su cochazo, en su piso de la Rambla y en su mondongo, señores cuya gimnasia sabatina o dominical consiste en sentarse muy orondos, arriba en el palco oficial, y desde ahí ver cómo allá abajo nos reventamos, nos odiamos, nos derretimos en sudores, y cuando sus jugadores ganan, condescienden a llegar al vestuario y a darles una palmadita en el hombro, disimulando apenas el asco que les provoca aquella piel todavía sudada, y en cambio, cuando sus jugadores pierden, se van entonces directamente a su casa, esta vez por supuesto sin ocultar el asco. En verdad, en verdad os digo que yo ignoro si hacen eso, pero me lo imagino. Es decir, tengo que imaginarlo así, porque una cosa son las instrucciones del entrenador, que por supuesto trato de cumplir si no son demasiado absurdas, y otra cosa son las instrucciones que yo me doy, verbigracia vamo vamo número ocho hay que aguarle la fiesta a ese presidente cogotudo, jactancioso y mezquino, que viene al estadio con sus tres o cuatro nenes que desde ya tienen caritas de futuros presidentes cogotudos. Bueno, no sé ni siquiera si tiene hijos, pero tengo que imaginarlo así porque soy el número ocho, insustituible titular de un Club Chico y, ya que cobro poco, tengo que inventarme recompensas compensatorias y de esas recompensas inventadas la mejor es la posibilidad de aguarle la fiesta al cogotudo presidente del Grande, a fin de que el lunes, cuando concurra a su Banco o a su banca, pase también su vergüenza rica, su vergüenza suntuosa, así como nosotros, los que andamos en la segunda mitad de la tabla, sufrimos, cuando perdemos, nuestra vergüenza pobre. Pero, claro, no es lo mismo, porque los Grandes siempre tienen la obligación de ganar, y los Chicos, en cambio, sólo tenemos la obligación de perder lo menos posible. Y cuando no ganamos y volvemos al barrio, la gente no nos mira con menosprecio sino con tristeza solidaria, en tanto que al presidente cogotudo, cuando vuelve el lunes a su Banco o a su banca, la gente, si bien a veces se atreve a decirle qué barbaridad doctor porque ustedes merecieron ganar y además por varios goles, en realidad está pensando te jodieron doctor qué salsa les dieron esos petizos. Por eso a mí no me importa ser número ocho titular y que no me pidan autógrafos aquí en la playa ni en el cine ni en Dieciocho. Los partidos no se ganan con autógrafos. Se ganan con goles y ésos los sé hacer. Por ahora al menos. También es un consuelo que la playa sea mía, y como mía pueda recorrerla descalzo, casi desnudo, sintiendo el sol en la espalda y la brisa en los ojos, o tendiéndome en las rocas pero de cara al mar, consciente de que atrás dejo la ciudad que me espía o me protege, según las horas y según mi ánimo, y adelante está esa llanura líquida, infinita, que me lame, me salpica, a veces me da vértigo y otras veces me brinda una insólita paz, un extraño sosiego, tan extraño que a veces me hace olvidar que soy número ocho.

3.

Alejandra. Lo extraño había sido que Benja conociera sus manos antes que su rostro, o mejor aún, que se enamorara de sus manos antes que de su rostro. Él regresaba de San Pablo en un vuelo de Pluna. El equipo se había trasladado para jugar dos amistosos fuera de temporada, pero Benja sólo había participado en el primero porque en una jugada tonta había caído mal y el desgarramiento iba a necesitar por lo menos cinco días de cuidado, así que el preparador físico decidió mandarlo a Montevideo para que allí lo atendieran mejor. De modo que volvía solo. A la media hora de vuelo se levantó para ir al baño y cuando regresaba a su sitio tuvo la impresión de ser mirado pero él no miró. Simplemente se sentó y reinició la lectura de Agatha Christie, que le proponía un enigma afilado, bienhumorado y sutil como todos los suyos.

De pronto percibió que algo singular estaba ocurriendo. En el respaldo que estaba frente a él apareció una mano de mujer. Era una mano delgada, de dedos largos y finos, con uñas cuidadas pero sin color. Una mano expresiva, o quizá que expresaba algo, pero qué. A los dos o tres minutos hizo irrupción la otra mano, que era complementaria pero no igual. Cada mano tenía su carácter, aunque sin duda compartían una inquietante identidad. Benja no pudo continuar su lectura. Adiós enigma y adiós Agatha. Las manos se movían con sobriedad, se rozaban a veces. Él imaginó que lo llamaban sin llamarlo, que le contaban una historia, que le ofrecían respuestas a interrogantes que aún no había formulado; en fin, que querían ser asidas. Y lo más preocupante era que él también quería asirlas, con todos los riesgos que un acto así podía implicar, verbigracia que la dueña de aquellas manos llamara inmediatamente a la azafata, o se levantara, enfrentada a su descaro, y le propinara una espléndida bofetada, con toda la vergüenza, adicional y pública, que semejante castigo podía provocar. Hasta llegó a concebir, como un destello, un título, a sólo dos columnas (porque era número ocho, pero sólo de un Club Chico): conocido futbolista uruguayo abofeteado en pleno vuelo por dama que se defiende de agresión sexual.

Y sin embargo las manos hablaban. Sutiles, seductoras, finísimas, dialogaban uña a uña, yema a yema, como creando una espera, construyendo una expectativa. Y cuando fue ordenado el ajuste de los cinturones de seguridad, desaparecieron para cumplir la orden, pero de inmediato volvieron a poblar el respaldo y con ello a convocar la ansiedad del número ocho, que por fin decidió jugarse el todo por el todo y asumir el riesgo del ridículo, el escándalo y el titular a dos columnas que acabaran con su carrera deportiva. De modo que, tomada la difícil decisión y tras ajustarse también él el cinturón, avanzó su propia mano hacia los dedos cautivantes, que en aquel preciso momento estaban juntos. Notó un leve temblor, pero las manos no se replegaron. La suya prolongó aquel extraño contacto por unos segundos, luego se retiró. Sólo entonces las otras manos desaparecieron, pero no pasó nada. No hubo llamada a la azafata ni bofetada. Él respiró y quedó a la espera. Cuando el avión comenzaba el descenso, una de las manos apareció de nuevo y traía un papel, más bien un papelito, doblado en dos. Benja lo recogió y lo abrió lentamente. Conteniendo la respiración, leyó: 912437.

Se sintió eufórico, casi como cuando hacía un gol sobre la hora y la hinchada del barrio vitoreaba su nombre y él alzaba discretamente un brazo, nada más que para comunicar que recibía y apreciaba aquel apoyo colectivo, aquel afecto, pero los compañeros sabían que a él no le gustaba toda esa parafernalia de abrazos, besos y palmaditas en el trasero, algo que se había vuelto habitual en todas las canchas del mundo. Así que cuando metía un gol sólo le tocaban un brazo o le hacían desde lejos un gesto solidario. Pero ahora, con aquel prometedor 912437 en el bolsillo, descendió del avión como de un podio olímpico y diez minutos después pudo mirar discretamente hacia la dueña de las manos, que en ese instante abría su valija frente al funcionario aduanero, y Benja comprobó que el rostro no desmerecía la belleza y la seducción de las manos que lo habían enamorado.

4.

Benja y Martín se encontraron como siempre en la pizzería del sordo Bellini. Desde que ambos integraran el cuadrito juvenil de La Estrella habían cultivado una amistad a prueba de balas y también de codazos y zancadillas. Benja jugaba entonces de zaguero y sin embargo había terminado en número ocho. Martín, que en la adolescencia fuera puntero derecho, más tarde (a raíz de una sustitución de emergencia, tras lesiones sucesivas y en el mismo partido del golero titular y del suplente) se había afincado y afirmado en el arco y hoy era uno de los guardametas más cotizados y confiables de Primera A.

El sordo Bellini disfrutaba plenamente con la presencia de los dos futbolistas. Él, que normalmente no atendía las mesas sino que se instalaba en la caja con su gorra de capitán de barco, cuando Martín y Benja aparecían, solos o acompañados, de inmediato se arrimaba solícito a dejarles el menú, a recoger los pedidos, a recomendarles tal o cual plato y sobre todo a comentar las jugadas más notables o más polémicas del último domingo.

Era algo así como el fan particular de Benja y Martín y su caballito de batalla era hacerles bromas cada vez que, por azares del fixture, debían jugar frente a frente, ellos dos que eran tan amigos. Y el sordo mantenía al día su contabilidad particular. En los tres años que ambos llevaban en Primera A, Benja sólo le había hecho a Martín dos goles, pero de penal, y más de una vez el golero le había sacado al corner uno de esos fulminantes cabezazos que hacían el delirio de la hinchada y que constituían el más preciado don del número ocho. Cuando estoy frente al gol, decía Benja, mi obsesión es introducir la pelota en un ángulo absolutamente inalcanzable, y ahí no hay golero amigo que valga, pero si tengo la mala suerte de que el tipo que está en el arco me ataja el zurdazo o lo que sea, entonces prefiero que el que se luzca sea Martín y no otro.

El sordo llevaba la cuenta, con el mismo rigor que una computadora, de todas las atajadas de Mar tín, desglosándolas en varias categorías: con los puños, con una mano y al corner, retención con ambas manos, abandono momentáneo del arco a la manera de un back de antaño. Y también la nómina de los tiros al arco efectuados por Benja: de derecha, de zurda, de cabeza, de chilena, tiros muy desviados, apenas desviados, los que daban en el travesaño, en el poste izquierdo, en el derecho, los tantos anulados por “orsai”, los penales errados y los acertados, y como corolario, los rotundos y gloriosos goles efectivamente convertidos.

A Benja y a Martín les divertía aquel culto singular, que oficiaba de memoria plural, pero si bien nunca lo admitían con todas las letras, ni siquiera en sus diálogos privados, en el fondo todo ello halagaba sus respectivas y modestas vanidades y constituía un motivo adicional (además de los ñoquis a la boloñesa y los capeletis a la caruso y el buen tinto de la casa) para hacerles coincidir, al menos una vez por semana, en el local de Bellini, que, aunque en los hechos (y en los precios) había ascendido con justicia a la categoría de restaurante, aún seguía mostrando en su refulgente neón bicolor su condición original de pizzería.

Sólo cuando, después de los comentarios y risotadas de rigor, el sordo consideró oportuno regresar a su puente de mando, o sea la caja, Martín empezó a poner sus preocupaciones y dudas sobre la mesa. Comenzó con rodeos, aproximándose al tema pero sin abordarlo directamente. Por ejemplo, preguntándole a un Benja, más callado que de costumbre, si pensaba en España o en Brasil. Que no pensaba nada, dijo Benja, pero el otro fue contundente: pues yo sí. Benja comentó que hacía bien, que todo era cuestión de temperamento. O de alergias. Y Martín, qué temperamento ni qué alergias, vos podés pegar el brinco más fácilmente que cualquier otro; un buen delantero siempre es codiciable, ya que es un producto que no abunda; para los dirigentes los campeonatos se ganan con los goles que se meten, no con los que se evitan. Benja intenta refutar y recuerda que ha habido sonados pases de goleros. Sí, ya sé: Fillol, Pumpido, y ahora ese ruso Dassaev. Pero no vas a comparar, es tan raro que los intermediarios se rompan los cuernos por conseguir el pase de un arquero. Ustedes los delanteros son los que maradonean, los que prometen (y a veces consiguen) el paraíso; decime Benja, cuántos números ocho tiene este país que puedan verdaderamente hacerte sombra; tenés que irte y si podés no cruces el charco chico sino el charco grande. España, Italia. Además, sos el modelito más codiciado aquí, allá y acullá, o sea el número ocho que colabora con la defensa, domina el medio campo, pasa como un maestro, y por añadidura, hace goles de campeonato. Te juro que si yo fuera delantero ya me habría ido, pero no soy un metegoles sino un evitagoles y eso no cuenta. Si en un partido te meten tres, sabés cómo te putean: si te rompiste todo y no te hacen ninguno, si te pasaste los noventa minutos sacando pelotas imposibles y aguantaste todo el chaparrón de una delantera dribleadora, sorpresiva, potente, nadie se acuerda, pero si en un solo contraataque el número diez pescó a la defensa adelantada y corrió como un gamo e hizo el gol, el héroe es él, nunca el atajapelotas que quedó allá atrás, olvidado y a solas. En cambio, cuando el equipo contrario mete un gol, no se lo hace al cuadro entero sino al guardameta, es él quien falla en el instante decisivo, el que pese a la estirada no pudo alcanzar la pelota, el que tiene que ir mansa y humilladamente a recogerla en el fondo de la red, y también el que es enfocado por las cámaras para que el espectador pueda aquilatar su vergüenza, su bronca, su desconcierto, como contrapeso de la euforia, el estallido y la corrida triunfal del otro enfocado, o sea el autor del gol. Y encima te pasan el replay, para que tu humillación se duplique, se triplique, se multiplique hasta el infinito.

Martín concluyó su parrafada y miró a Benja, como pidiéndole apoyo. Pero el número ocho tomó despacito media copa de tinto, se limpió la boca con la servilleta, sonrió al mundo en general y dijo: “Tengo novia”.

5.

En realidad, se había portado con paciencia y discreción. Tras el idilio manual del vuelo Pluna, dejó pasar tres días antes de llamar al 912437, cohibido tal vez por la secreta sospecha de que aquel número no existiera o sólo fuera una broma de la dueña de las manos. Por fin, el lunes (aprovechando que por suerte no había entrenamiento) se decidió a telefonear y si bien al comienzo la insistente llamada en el vacío pareció confirmar sus temores, precisamente cuando iba a colgar alguien decidió responder y él no dudó de que aquella voz era la de ella.

Hola, soy el del avión, dijo como fórmula introductoria suficientemente ensayada. Ah, dijo la voz, yo soy la de las manos. Sí, claro, me llamo Benjamín. Ya lo sé, y te dicen Benja, yo soy Alejandra y me dicen Ale. Parece que a la gente ya no le gustan los nombres largos. No, más bien creo que es la ley del menor esfuerzo. ¿Te gustaría que nos encontráramos?, preguntó él haciendo lo posible para que la expectativa no se tradujera en tartamudeo. Me gustaría. Y la otra voz era firme, sin la menor preocupación por evitar las vacilaciones.

De modo que se encontraron, a la tarde siguiente, en Los Nibelungos. El lugar lo había sugerido Benja, que jamás iba a esa confitería, distinguida si las hay, creyendo sinceramente que era el sitio más adecuado para un primer contacto. Sólo después advirtió que cualquier boliche de barrio habría sido mejor.

A esa hora de la tarde, todas las mesas de Los Nibelungos estaban ocupadas. Las tortas de manzana, las frutillas mit Sahne, las caracolas, los ochos, los merengues, las palmitas alemanas, colmaban las bandejas de los camareros, entre los que todavía se contaban algunos veteranos que, a través de los años y las vicisitudes, habían atendido a varios estratos de burgueses alegres, burgueses contritos, burgueses monologantes, burgueses activos, burgueses retirados, y también a señoras locuaces, militares camuflados, nietos y bisnietos de ex nazis domésticos, jóvenes modelos de espalditas bronceadas, garbosos locutores de televisión, parlamentarios de ademán fatuo, terceros suplentes de mirada sumisa, y sólo excepcionalmente a algún turista, fogueado y pez gordo, sonriente entre aceitunas, precavidamente feliz con su muchacha en flor. El humo de los cigarrillos formaba una discreta calima, surcada por voces roncas o argentinas (en sus dos acepciones), carcajadas que intentaban no ser risotadas, ceños respetables que se fruncían y desfruncían al compás de temas y anecdotario. Por supuesto, también había clientes no particularmente diferenciados, gente que tomaba su chocolate con stolen o su cerveza con sángüiches surtidos y mientras tanto leía el diario o tomaba apuntes en libretas de tapas verdes. El conjunto era un solo rumor que amontonaba sílabas y sílabas pero no permitía identificar palabras y coexistía con una vaharada espesa de tabaco y miel, de alcohol y pan tostado.

Ale apareció con el mismo vestido que llevaba en el avión (¿no tendrá otro?, pensó Benja, pero enseguida se avergonzó de su frivolidad), estaba linda y parecía contenta. El saludo, todavía formal, fue el pretexto para que las manos se reconocieran y lo celebraran. Hubo una ojeada de inspección recíproca y decidieron aprobarse con muy bueno sobresaliente.

Mientras esperaban el té y la torta de limón, ella dijo qué te parece si empezamos desde el principio. ¿Por ejemplo? Por ejemplo por qué te decidiste a tocar mis manos. No sé, tal vez fue pura imaginación, pero pensé que tus manos me llamaban, era un riesgo, claro, pero un riesgo sabroso, así que resolví correrlo. Hiciste bien, dijo ella, porque era cierto que mis manos te llamaban. ¿Y eso?, balbuceó el número ocho. Sucede que para vos soy una desconocida, yo en cambio te conozco, sos una figura pública que aparece en los diarios y en la televisión, te he visto jugar varias veces, en el Estadio y en tu barrio, leo tus declaraciones, sé qué opinás del deporte y de tu mundo y siempre me ha gustado tu actitud, que no es común entre los futbolistas. No reniego de mis compañeros, más bien trato de comprenderlos. Ya sé, ya sé, pero además de todo eso, probablemente el punto principal es que me gustás, y más me gustó que te atrevieras con mis manos, ya que, dadas las circunstancias, se precisaba un poquito de coraje para que tu cerebro le diera esa orden a tus largos dedos. Tal vez no fuera el cerebro y sí el corazón, sugirió Benja pero no bien lo dijo le sonó empalagoso. Uyuy, quién te dice, a lo mejor tenés el corazón en el cerebro. O viceversa. Bah, una cosa es cierta. A pesar de que me gustás, jamás te hubiera enviado seña alguna, pero el hecho de que coincidiéramos en el mismo vuelo me pareció algo así como un visto bueno del azar, y yo con el azar me llevo bien, sigo moderadamente sus consejos, pero, claro, con la iniciativa de mis manos sobrepasé el consejo del azar, todavía me asombro, yo también arriesgué, ¿no? ¿Te arrepentís? Espero que no. Bueno bueno, parece que me conocés al dedillo, así que mejor contame un poco de vos. Está bien: Alejandra Ocampo, veintidós años, nací en Mercedes pero vivo desde los nueve años en Montevideo, estudiaba en Humanidades pero dejé porque tuve que trabajar, me gano la vida en publicidad, proyecto textos seductores destinados a convencer a la pobre gente de que ingrese al mercado de consumo, a menudo trato de poner algún alerta en las entrelíneas, pero no puedo hacerlo siempre porque el jefe es avispado y se da cuenta. ¿Tus padres? Zona amarga ésa, están y no. Mi padre es uno de los uruguayos desaparecidos en Argentina. Hace tiempo que admití ante mí misma que está muerto, pero mi madre jamás lo admitirá mientras no disponga del necesario, imprescindible cadáver, y en esa esperanza dura, incontrolable, ha ido perdiendo su equilibrio. Mi hermano me lleva dos años, es dibujante y trabaja en otra agencia de publicidad (ya te habrás enterado de que es uno de los pocos sectores en que hay laburo). El y yo tratamos de convencer a mi madre de que es imposible que papá vuelva a estar entre nosotros (lo desaparecieron en el 74), pero ella nos mira recelosa, desconfiada, como si fuéramos cómplices de ese no-regreso. Y sin embargo la ausencia del viejo también para nosotros dos fue una catástrofe. Distinta a la de mamá, pero sin duda una catástrofe. Aunque me veas animada y bastante vital, tengo a veces mis bajones y lloro larga y desconsoladamente, claro que a escondidas de mamá. Lloro porque es algo injusto, porque el viejo era un hombre estupendo, al que quizá debo lo mejor de mí misma. Ahora bien, he observado que cada vez transcurre más tiempo entre uno y otro llanto. La frustración y el sentimiento permanecen, quizá más refinados y sutiles, pero la imagen física del viejo se va como desdibujando, es una lástima pero es así.

Benja avanzó una mano hasta la de ella. Caramba, Ale (ella sonrió ante el estreno del diminutivo), jamás habría imaginado una historia así, no tenés cara de desgracia. Onetti 1960, acotó ella. No, no tengo cara de desgracia, la llevo bien guardada, para no olvidarla, ¿sabés? No tengo cara de desgracia porque no quiero que, además de hundir a mi padre, me hundan también a mí, no en la muerte sin duelo sino en la tristeza. Sé que les cae mal que uno siga viviendo, y aunque fuera sólo por eso, vale la pena vivir y disfrutar la vida.

6.

Ahora Sobredo hace un pase largo de cuarenta metros destinado a Robles que no alcanza el esférico, el alero Pena ejecuta el óbol en dirección a Seoane pero el joven centrocampista es duramente marcado por Ortega, el árbitro dice aquí no ha pasado nada, y entonces Ortega elude diestramente a Menéndez y a Duarte, la acción es realmente espectacular y ahora toca la pelota muy suave en dirección al goleador Ferrés, el Benja Ferrés que cada vez juega mejor y que ahora entra como una saeta, mueve la pelota con la izquierda, cambia de pierna, se viene, se viene, el aguerrido defensa Murias intenta evitar el inminente disparo, pero el Benja lo engaña con un extraordinario vaivén, esto señores es un ballet, se viene, gooooooooool, el impresionante tiro del número ocho penetra en el ángulo izquierdo de la valla haciendo infructuosa la meritoria paloma del veterano Sarubbi, quien para algunos escépticos ya no está para estos trotes, gran jugada la del pibe Ortega y notable la definición del artillero Ferrés, este Benja que está reclamando a gritos su tan esperada inclusión en la selección nacional, pero ya no como número ocho sino como número nueve, pues es innegable su vocación de ariete. Es con estos notables valores, que se formaron en el campito, es con estos productos de la cantera doméstica, que podremos recuperar el prestigio que otrora, etcétera.

En el tercer encuentro, que éste sí fue en un boliche, Benja y Ale decidieron vivir juntos. Desde el segundo encuentro había quedado claro que se necesitaban, tanto espiritual como físicamente. Ale había advertido: Está bien, pero no me lleves a una amueblada, ¿eh? Benja asintió con la cabeza, se quedó un rato pensando y luego dijo que, gracias a los premios a que se había hecho acreedor en la temporada pasada, había podido comprarse un apartamentito en el Cordón, pero todavía estaba vacío, sólo había heladera y cocina de gas. Ale dio un gritito de alegría: Lo amueblaremos juntos, yo también tengo ahorros.

Y lo amueblaron. De prisa. Aguijoneados por el deseo y también por una tímida confianza en ser felices. Empezaron por lo esencial, o sea cama, colchón, sábanas, fundas, almohadas. Luego, una mesa de cocina que serviría para todo. Había placares, de modo que se ahorraron el ropero. Mínima vajilla, cubiertos, platos, manteles, servilletas, hasta una cafetera eléctrica. Ella trajo dos cuadros que tenía en casa de su madre y él aportó unos telares artesanales que había traído de México, cuando fue con el equipo.

El día en que todo estuvo listo, llevaron sidra, brindaron (el orden fue meramente alfabético) por el amor, el fútbol y la publicidad, entre los dos tendieron la cama doble, besándose en cada cruce, con el mínimo pretexto de pasarse almohadas, fundas, portátiles. Luego se enfrentaron, conmovidos, entrelazaron sus manos ya que ellas habían sido las vanguardias, de tácito acuerdo empezaron a desvestirse mutuamente, amorosamente, hasta que el espectáculo de sus cuerpos, la plenitud de sus desnudeces, los exaltó más aún y se juntaron en el abrazo que tantas veces habían imaginado y que de a poco los fue volcando en el flamante lecho, que así quedó gloriosamente inaugurado.

7.

Nunca se lo he confesado a nadie, dijo Benja pocos días más tarde mientras desayunaban en la cocina, pero a vos quiero contártelo. Tengo sueños, ¿sabés? Todos tenemos, dijo Ale. Sí, pero los míos son sueños de fútbol. Qué romántico, dijo ella riendo. No te burles, contigo no necesito soñar porque sueño despierto. Sueño que estoy en la cancha, pero no con mis compañeros de hoy. Estoy con Nazassi, Obdulio, Atilio García, Piendibeni, Gambetta, el vasco Cea, Schiaffino, Petrone, Luis Ernesto Castro, Abbadie y gente así, de distintas épocas, todo entreverado. Pero, Benja, vos no los viste jugar. No, pero he oído hablar tanto de todos ellos, para mi padre y mis tíos siguen siendo ídolos y ellos me han hecho relatos tan vivos de sus jugadas más célebres, que es casi como si los hubiera visto. Y fíjate que no sueño con los de ahora, Ruben Sosa, Francescoli, De León, Ruben Paz, Perdomo, Seré, a los que admiro y he visto jugar, sino con aquellos veteranos. ¿Y qué hacen en tus sueños? ¿Qué hacen? Jugadas extraordinarias. Una de esas noches el vasco Cea me dio un pase notable y sólo tuve que tocarla para hacer el gol. Y desde el fondo llega la voz de Nazassi, alentándonos, amonestándonos, dirigiéndonos. ¿Y eso te sirve de algo en los partidos verdaderos? Sí que me sirve, en realidad lo más extraño me ocurre en los partidos reales. De pronto, en plena cancha, me veo jugar con los viejos y no con mis compañeros actuales. Cuando advierto (no en el sueño sino en la realidad) que quien va a ejecutar el córner no es el pardo Soria sino el fabuloso Mandrake, entonces sé que la pelota va a volar directamente hasta mi cabeza y sólo tendré que darle un suave frentazo para colocarla en el ángulo. Sin ir más lejos, eso fue lo que me ocurrió el domingo. Y cuando, ya en los vestuarios, le pregunté a Soria cómo hiciste para ponerla justito en mi cabeza, él me dijo yo qué sé, fue rarísimo, como si la pelota, después que la lancé, hubiera seguido su propio rumbo hasta donde vos estabas, fue como si yo le hubiera dado un efecto sensacional pero no le di nada. Otras veces voy avanzando con la pelota y dos segundos antes de que el defensa contrario llegue a hacerme una zancadilla más bien criminal, oigo desde lejos la voz del negro Obdulio, cuidado botija, y puedo esquivar a aquel bulldozer. Y te podría seguir contando. Es raro, dijo Ale, y encendió un cigarrillo para pensar mejor. Es raro, sí, repitió Benja, por eso no lo cuento a nadie.

8.

Desde que vivían juntos, Benja llevaba a Ale a la pizzería. El sordo Bellini la había recibido poco menos que con salvas, y la primera vez trajo un chianti para celebrarlo. Ale había caído bien entre los amigos de Benja, y especialmente Martín bromeaba preguntando al reducido auditorio qué le habría visto a Benja semejante preciosura. Algo habrá, decía el número ocho con aire de enigma, pero Ale se ponía colorada, así que no repitió la gracia.

Esta vez, cuando entró Martín, todos percibieron que venía radiante. Albricias, proclamó el sordo con su entusiasmo de costumbre, seguro que vos también te enamoraste. Frío frío, dijo Martín, cada vez más iluminado. Te sacaste la lotería, insinuó Ale. Frío frío. Te contrata Peñarol. Tibio tibio. ¿Nacional? Tibio tibio. Bueno, todavía no me enganchó nadie, pero el contratista Piñeirúa me aseguró esta mañana que hay un club español y otro italiano que se interesan por este joven y notable portero (te juro que dijo portero). Martín que no ni no, gritó Benja levantando los brazos. Hubo aplausos, abrazos, besos de Ale. Esperen muchachos, vamos a no festejar antes de tiempo, parece que la decisión la tomará el domingo, justo el día que jugamos contra ustedes, Benja, de modo que cuando te enfrentes al arco pateá con ganas así me luzco. Pierda cuidado, míster, cumpliré sus instrucciones.

También él estaba contento, porque sabía cuánto deseaba su compinche dejar este mercadito deportivo para consagrarse en un supermercado de veras. A partir de ese momento todos fueron proyectos. Martín no tenía pareja, así que iría solo, y eso facilitaba las cosas. Ya te veo venir en las vacaciones con una galleguita colgada al pescuezo, intercambio cultural que le dicen. ¿Y por qué no? Mirá que han mejorado mucho, dijo Ale, ¿querés que te preste ¡Hola! para que vayas haciendo boca? Bueno, tampoco exageres, no vayas a culminar tu carrera como violador de menores. En todo caso, de menoras. No jodan, che, el trabajo es lo primero. Te desconozco, flaco. ¿Me da la bendición, padre Martín? Ahora hablando en serio, ¿qué tal te sentís para el domingo, Benja? Como un potrillo.

9.

Faltan apenas tres minutos para la conclusión de este excelente partido y el score se mantiene igualado en un gol por bando, resultado a todas luces justo y que a esta altura ya parece inamovible aunque ahora avanzan los anaranjados en lo que podría ser la última tentativa para vulnerar por segunda vez la valla de Martín Riera, que esta tarde (digamos que el único gol que le hicieron era sencillamente inatajable) ha confirmado su gran categoría al evitar varios goles que parecían cantados, en este momento lleva la pelota el puntero Suárez con su característica parsimonia, elude limpiamente a dos defensas y la cede a Henríquez, quien sin dejarla picar la toca hacia Ferrés, que la empalma sin problema, la pisa de espaldas al arco, se la pone virtualmente en los pies a Soria, qué calidad señores, Soria sin pensarlo dos veces la devuelve a Ferrés, jugada de pizarrón pero qué pizarrón, se viene, falla el zaguero Zamora al intentar el quite, sigue el Benja con el esférico, va a tirar, se viene, tiró, gooooooooool, increíble mis amigos, el balón, impulsado con gran picardía, le ha pasado a Martín Riera por entre las piernas, sí señores, aunque parezca increíble le ha pasado por entre las piernas, es algo insólito, desacostumbrado, asombroso, rarísimo, y aquí me faltan los sinónimos, que un arquero de la experiencia y calidad de Riera, a punto de ser transferido a un famoso club europeo, haya cometido un error tan garrafal que no sería de extrañar hipoteque el futuro de su hasta ahora brillante historial deportivo. Como se imaginarán los radioescuchas, la astucia de Ferrés, el extraordinario número ocho de los anaranjados, es todavía ruidosamente festejada en las tribunas, etcétera.

10.

Cuando salían de la cancha, los abucheos y silbidos dedicados a Martín fueron de película. Benja no estaba en ánimo de festejar el triunfo, aunque en las duchas los demás cantaban a grito pelado y todos lo abrazaban por aquel golazo fenomenal. Benja no podía dejar de pensar en Martín. La otra noche, en la pizzería, le había dicho: Cuando te enfrentes al arco, tirá con ganas, así me luzco. Bueno, y él había tirado con ganas. Cómo iba a imaginar que a un golero como Martín la pelota le fuera a pasar por entre las piernas. Benja bien sabía que, de aquí a la Polinesia, para un golero eso significaba la vergüenza universal. ¿Estaría el agente europeo en la tribuna? ¿Cómo podía el bueno de Martín tener tanta mala suerte?

Esa misma noche, Benja (solo, sin Ale) fue a casa de Martín pero no lo encontró. Estaba muy abatido, dijo el padre. Qué horrible, don Riera, que haya sido justamente yo. No te preocupes, él no te echa ninguna culpa. Sólo está furioso consigo mismo. Dice que pensó que vos ibas a tirar a un ángulo. Y tiré a un ángulo, don Riera, pero la pelota rozó apenas a un back de ellos, creo que nadie se dio cuenta y entonces la pelota se desvió y lo encontró a Martín totalmente descolocado. En las entrevistas que me hicieron al terminar el partido yo dije eso varias veces como explicación. Sí, él te lo agradece, se dio cuenta de tu intención, pero lo que queda de este partido es que a Martín le hicieron un gol por entre las piernas.

Benja fue a tres cafés que frecuentaba Martín y en el tercero lo encontró. Estaba un poco borracho, y eso era grave porque Martín nunca bebía. Se acabó el viaje, Benja, y no sólo eso, también se acabó mi carrera aquí, no hay golero que sobreviva a que le hagan un gol por entre las piernas. Benja dedicó dos horas a darle ánimos. Yo me siento tan mal como vos, Martín, no puedo acostumbrarme a la idea de que justamente yo te haya hecho eso. No, Benja, no me hiciste nada, todo me lo hice yo. No sirvo para golero. Ni para nada. ¿Pero estaba el contratista de España? Estaba. Y aunque no estuviera. Con las fotos que mañana aparecerán en los diarios, alcanza y sobra. Seguro que hasta las publican en España y en Italia. Cualquier día se van a perder ese manjar. Y no sólo la foto sino el comentario: Y ésta es la maravilla que íbamos a importar del Tercer Mundo. Por otra parte, ya me dijo el entrenador que, por prudencia, no voy a ser titular por tres o cuatro partidos. Mirá, Benja de esto no me repongo ni atajando tres penales en una sola tarde. Pero Martín, no quiero verte así, tenés 21 años, te queda la vida, toda la vida. ¿Sabés lo que pasa? Pasa que para mí la vida es el fútbol, más aún, mi vida son los tres palos. Es como si me hubiera quedado sin vida.

Por solidaridad, Benja también se emborrachó y luego lo acompañó, llorando a dúo, hasta la casa de sus padres. El viejo Riera estaba despierto y dijo: Gracias, Benja, sos el mejor amigo de mi hijo.

11.

El viernes, la noticia inauguró el noticiero de todos los canales: El ambiente futbolístico ha sido conmovido por un hecho inesperado y luctuoso. El conocido golero Martín Riera se ha pegado un tiro. Tanto el entrenador como sus compañeros de equipo atribuyen el suicidio a la profunda depresión que sufrió este excelente guardameta el domingo último, con motivo del fallo, realmente insólito en un jugador de su jerarquía, al serle marcado el segundo sol, casi sobre la hora, que significó precisamente la derrota de su equipo. Tanto este cronista como todo el equipo del noticiero hacemos llegar a los familiares de Martín Riera nuestras más sentidas condolencias.

Benja estaba destruido y Ale no sabía qué hacer. Ni uno ni otra habían escuchado directamente la noticia. Fue el sordo Bellini quien telefoneó para comentarla y se encontró con que ellos la ignoraban. No puedo creerlo, decía aquel buenazo, no puedo creerlo. ¿Cómo puede matarse alguien sólo porque le metan un gol? Ni que estuviéramos en la Edad Media. Jamás se lo perdonaré, jamás, cómo puede habernos hecho eso a vos y a mí. No esperó a que Benja dijera algo (en realidad, habría esperado en vano, ya que el número ocho estaba temblando de tristeza, sentimiento de culpa y desconcierto), con la voz quebrada dijo chau Benja y colgó.

Benja lloró como una criatura. Ale también, de modo que sus caricias no servían de consuelo. Y pensar que yo lo llevé a eso. No seas tonto, Benja, decía ella, él mismo te pidió que lo emplearas a fondo porque quería lucirse ante el agente europeo. Ya lo sé, ya lo sé. Pero, ¿por qué tuve que ser precisamente yo? Hubo por lo menos diez tiros peligrosos en ese segundo tiempo y él atajó todos como siempre, estirándose, arrojándose de palo a palo, alzando la pelota sobre el travesaño. Pero de eso nadie se acordó cuando la chiflatina del final, sólo lo juzgaron por ese maldito disparo mío. ¿Cómo podré entrar de nuevo en una cancha?

Ale lo besaba, lo abrazaba, lo defendía de sí mismo y de las fotografías que en las portadas del lunes habían documentado para siempre aquel gol de antología, así decía uno de los morbosos titulares. ¿Cómo voy a enfrentarme al viejo Riera, a ese pobre hombre que me dijo que yo era el mejor amigo de su hijo? ¿Y acaso no era cierto?

Besándose entre lágrimas, abrazándose poco menos que entre espasmos de dolor, de pronto advirtieron que una ola de ternura los había invadido y que, casi sin buscarlo, estaban haciendo el amor. Y Benja y Ale tuvieron en ese instante la certeza de que en esa misma jornada, cuando una vida cercana, entrañable, había decidido abandonarlos, ellos estaban creando una nueva, que por supuesto se llamaría Martín.

12.

Este cementerio es de pobres, sin grandes monumentos mortuorios ni enormes lápidas de mármol con letras doradas. Este cementerio es de cruces sencillas, de adioses casi cursis en placas herrumbrosas, de caminos con pozos y pastitos quebrados, de gente humilde doblada sobre flores.

Habló el presidente del Club y pareció sincero. Historió la trayectoria amateur y profesional de Martín Riera. Dijo que en estos momentos era el mejor golero del fútbol uruguayo, pero que además era un formidable ser humano, un constante animador del equipo, un gran compañero, y que incluso su trágico gesto era en cierto modo un colmo de dignidad, un alarde de vergüenza en estos tiempos tan desvergonzados.

Junto al féretro estaba todo el equipo, incluido el golero suplente, que ahora ascendía al primero y sin embargo maldecía esa buena suerte. También había jugadores de los equipos de Primera A, incluso de los dos Grandes.

Cuando todo terminó y aquella multitud todavía asombrada empezó a disgregarse (éstos habrían llenado la Colombes, murmuró sombríamente un hincha del montón, quizá uno de los que lo habían abucheado el último domingo), Benja y Ale se quedaron un rato, quietos y callados. No era fácil desprenderse de Martín.

Después, Benja puso su brazo sobre los hombros de la muchacha. Dejo el fútbol, Ale. Ella dijo que se lo temía, pero que tal vez era mejor no tomar ninguna decisión apresurada, pues ahora estaba demasiado afectado por la muerte de Martín. No, dijo él, con los ojos secos: Anoche, en esas dos horas que dormí, tuve uno de mis sueños. ¿Y? Y bueno, ya había terminado el partido, pero yo estaba todavía en la cancha y no sé por qué tenía la pelota bajo el brazo (eso sólo pasa en los sueños porque en la realidad la pelota se la lleva el árbitro), el público iba vaciando lentamente las tribunas, y de pronto sentí que alguien me tocaba el codo, suavemente, como con afecto, y me di vuelta. Eran Nazassi y Obdulio. A falta de uno, eran dos capitanes. Y uno de ellos, no sé cuál, me dijo: Dame la pelota, botija, y se la di. No tenés ninguna culpa, pero no tires más al arco. Siempre te vas a acordar de Martín y así no es posible meter goles. Dejá la globa, pibe, ahora que todos te quieren. Es duro dejar las canchas, nosotros bien que lo sabemos, pero será mucho más duro si esperás a dejarlas cuando empiecen a chiflarte porque errás goles seguros, penales decisivos. Y los dos me miraban con un cariño tan sobrio, tan poco escandaloso, pero tan real que dije que sí con la cabeza y los abracé, no como a fantasmas sino como a capitanes. Y es por eso que dejo, Ale, porque como siempre tienen razón.

Ale se arrimó más a su hombre. Le tomó las manos con sus manos, esas conocidas de siempre. Ya pensaremos después sobre el futuro, dijo ella. Sólo entonces empezaron a alejarse de Martín y su cruz, caminando a pasos lentos sobre ese pastito quebrado que es el césped del pobre. El césped.


Texto: "El césped", de Mario Benedetti.


Imagen: "Team de futbol o Campeones de Barrio", de Antonio Berni.




Así se sienten los envidiables pantalones con los parches caseros, calzado gastado de tan mal fútbol infantil, ensayos de cientos de peluqueros en mi cabeza. Porque tengo diez años, tal vez, y me creía en un techo tan formidable, pero la realidad era oscura como un puñado de oscuridades.
(Santiago Azar)