miércoles, 25 de abril de 2012

Pienso en la brevedad del canto del pájaro

Pretendí, insensato como soy, ingresar en la locura del Twitter. Me abrí una cuenta y, acto seguido, intenté realizar un comentario sobre #YPF. El impertinente programa me reclamó que sea más ingenioso al comprobar la longitud de mi comentario.
Confieso que escapé de allí, francamente incómodo. Sospecho profundamente de las personas ingeniosas, estoy íntimamente convencido de que usan el ingenio para esconder su destellante superficialidad.

No reniego ni de la síntesis, ni del dinamismo del formato, sin embargo me siento incómodo con el ingenio como única herramienta porque así como es necesaria la agilidad, entiendo que también lo son la profundidad y la precisión. Decía uno que a veces sabía lo que decía, que la conversación ejercita y favorece la agilidad, leer la profundidad y escribir la precisión.
Sólo usar el ingenio como herramienta para comunicarnos, puede ser agradable para compartir una amena cena de amigos, pero es un inconveniente enorme a la hora de pensar y debatir. Y esto es lo que me parece valioso rescatar de estos espacios, la posibilidad de compartir con otros el ejercicio de intentar entender.

Y en Twitter, desde mi modesto punto de vista, no logran establecerse diálogos con una continuidad discursiva que permitan la conclusión, los debates que se establecen terminan enredados en la vacuidad de la chicana. Si un debate no deja más preguntas que respuestas, podemos decir que no estuvo habitado por el diálogo sino por discursos. Cierto es que los discursos se posicionan invariables cuando se desconoce el detalle de los datos que relatan la realidad, los hechos históricos y las ideas que les dieron sustento. Entonces el debate deviene de manera ineluctable en discusión.

Sigo prefiriendo el Facebook. Aún sabiendo que allí uno se enfrenta a las imágenes estridentes y las consignas frágiles. Pero queda abierto como opción que los actores y los interlocutores logren el objetivo interesante del espacio que debería ser, desde mi punto de vista, usar como atalayas a los compañeros de ruta para logra ver mejor en el intento de entender.





Un pájaro vivía en mí. Una flor viajaba en mi sangre. Mi corazón era un violín.
Quise o no quise. Pero a veces me quisieron. También a mí me alegraban: la primavera, las manos juntas, lo feliz.
¡Digo que el hombre debe serlo!
Aquí yace un pájaro. Una flor. Un violín.

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