Escuché durante el último domingo decir a un periodista de un canal de la televisión española, muy suelto de cuerpo, que el 11 de Septiembre se conmemora el mayor atentado realizado contra población civil desarmada de la historia.
Hay gente que no sé si es que no tiene memoria, si no quiere tenerla, si es, quiere ser o sólo se hace. Si todo el mundo sabe que en Hiroshima murió muchísima más gente que en Chile.
Sí, evidentemente estoy siendo irónico.
No le quito entidad al dolor por un atentado en el que murieron casi tres mil personas, que francamente a mí también me ha conmovido. Pero es que también precisamente un 11 de Septiembre en Chile se inició la matanza de muchos más cuando hace 38 años otro golpe de estado que los Estados Unidos de Norteamérica, la nación que más daño le hizo a la democracia del continente americano, pergeñó de manera artera, unos cuantos chilenos miserables realizaron, y otros cuantos apoyaron.
Aunque parezca no venir al caso, hay que decir una vez más que debemos agradecer que hoy en el sur de América florecen las democracias, pese a algunos curiosos demócratas y sus inefables categorías.
Y fue en Hiroshima donde antes hubo un atentado terrorista en toda regla, en tanto buscaba provocar el miedo, y que le provocó la muerte directa a más de cien mil personas en su propia "Zona Cero".
Pero supongo que no me molestaría tanto si lo escuchara de boca de Homero Simpson. Lo que me fastidia sinceramente es que se compre sin sentido crítico hasta qué debe dolernos y qué no. Y a mí, personalmente, me duele muchísimo más la vida angustiosa, dramática, que deben vivir los niños palestinos -y casualmente otra vez con EE.UU. como responsable directo del accionar de una organización militar que podríamos perfectamente calificar de terrorista dada su metodología-, básicamente porque aún son niños y sólo quieren ser felices como los demás niños del mundo.
La adelfa es la flor oficial de la ciudad de Hiroshima, porque fue la primera en florecer después de la explosión de la bomba atómica en 1945. Que florezca entonces nuestro sentido común, y aún más importante: nuestro pensamiento crítico.
La ciudad de Hiroshima fue escenario del primer bombardeo atómico de la historia, el 6 de agosto de 1945, en el final de la Segunda Guerra Mundial, por el bombardero estadounidense Enola Gay, ordenado por el ex presidente Harry Truman. Este acto bélico, cuyo objetivo fue la rendición rápida e incondicional de Japón a los Estados Unidos, produjo la muerte de alrededor de 120.000 japoneses, en su casi totalidad civiles, dejando un saldo de casi 300.000 heridos, entre los cuales gran cantidad presenta variaciones y mutaciones genéticas debido a la radiación a la cual estuvieron expuestos. Los percances biológicos y anatómicos, por tanto, persisten hasta nuestros días en los cuerpos de la población civil.
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