Lorena rezongaba. Decía que se le iba a enfriar la panzita y se enfermaría irremediablemente. Efectuó un detallado recuento de los antibióticos y las inyecciones que debería sufrir si no le hacía caso y no se cuidaba. Invariable discurso de Madre.
Marita era una alegre niña de 7 años. Estaba siempre de buen humor. Le fascinaba leer libros de cuentos, aunque le gustaba más si se los leía el papá. Le encantaba dibujar y ver dibujos animados en la tele. La divertía mucho ir a la escuela, aprender muchas cosas nuevas, compartirlo con sus compañeros. Le gustaba jugar con todo el mundo, siempre estaba haciendo nuevos amigos. Disfrazarse, encendía todos los motores de su fantasía, lo disfrutaba mucho. Algunas veces no le gustaba nada que le digan cómo hacer las cosas, pero no era cabezadura y enseguida pedía ayuda cuando algo no le salía bien y no sabía cómo seguir. Vivía con su mamá y su papá en un departamento pequeño, en un país muy pequeño, muy cerca de aquí. Tenía un cuarto pequeño, al lado de un comedor pequeño. También un balcón pequeño con 3 macetas, con vista a una gran familia gatuna con su tortuga mascota. Y varios pajaritos cantores, pero todos de mentira.
José, el Abuelo de Marita, un día que estaba de visita tomando unos mates con Lorena, notó sin embargo que no era completamente feliz. Se dio cuenta porque lo miraba con una oculta tristeza. Esas miradas no se le escapan jamás a un abuelo ni a una abuela.
-¿Qué pasa Mariti? Estás tristona -preguntó José.
-Es que tengo ganas de tener un jardín Abu, con tierra de verdad, con hormiguitas y sapitos y arbolitos y plantitas y
pastito y escarabajos y tierra, pero tierra de verdad. Pero papi me dijo que no me puede comprar ninguno.
José entendió enseguida. Aunque él no podía hacer nada, como iba a meter un jardín en el departamento de Marita. No entraba. Colgarlo del balcón, no se podía. Además, tampoco tenía plata para fabricarlo. Entonces fue cuando José se acordó de un viejo baúl que tenía en el altillo de su casa, donde guardaba un montón de cosas que ya no usaba. Cosas que todos decían que no servían para nada, que porque no las tiraba, que estaban siempre molestando. Pero el Abuelo igual las guardaba, porque confiaba en que algún día sirvan para algo. Y llegó ese día.
-Sabés Mariti, un Jardín no te puedo conseguir. Ni un bosque, ni siquiera un patio. Pero en el altillo de casa ¿Te acordás? Tengo algo que me parece, te va a gustar más que un jardín...
Marita se acordaba del altillo, cómo no, si le encantaba esconderse en ese cuarto, al que nadie disfrutaba salvo ella y el Abuelo, a jugar, a imaginarse que era una princesa, una enfermera, una valiente marinera, una veterinaria, una dentista, y un montón de cosas más que le gustaría ser cuando sea grande. Pero, que le podría gustar más que un jardín, que esté escondido tras las empinadísimas escaleras que llevaban a esa mágica habitación
-¿Qué Abu?
-Una libreta mágica. La que sólo se puede usar con una lapicera mágica, cargada con tinta mágica; elemento éste, el más importante de los tres elementos mágicos, y que sólo yo sé donde conseguir.
-¿De verdad? -Los ojos de Marita se abrieron gigantescos, se iluminaron, la ilusión se los llenó de un brillo que a José le pareció mágico. Ya estaba funcionando.
-De verdad. Pero me tenés que prometer que vas a guardar este secreto celosamente. Nadie más que vos y yo debe saber que existe una libreta mágica y una lapicera mágica con tinta mágica; elemento éste, el más importante de los tres elementos mágicos.
-Prometido -y extendió el dedo meñique hacia el abuelo, quien selló el pacto enlazando el suyo con el de Marita.
Cuando Marita tuvo en sus manos la libreta, la lapicera y la tinta, elemento este el más importante de los tres elementos mágicos, lo primero que dibujó no fue un jardín. Dibujó un bosque. Lleno de árboles, como le gustaban los bosques, con un árbol muy viejo y muy grande en medio.
Marita nunca supo muy bien como sucedió, pero de pronto estaba caminando por ese bosque, el más hermoso que jamás había visto. Cuando estuvo frente al gran árbol, le preguntó con un poco de temor, como cualquiera que se encuentre de pronto, parado frente a un árbol muy grande y muy viejo:
-¿No se aburre señor árbol de estar siempre parado en el mismo lugar?
-No creas. Los pájaros y las mariposas me cuentan todo lo que ven. Ellos siempre conversan conmigo, para que no me sienta solo. No te voy a negar que a veces me dan ganas de salir a pasear y conocer esas maravillosas flores de las que me cuentan con tanta admiración, sobre todo las mariposas, claro. O ese fascinante espectáculo que debe ser ver a los niños jugando en el parque. Pero estoy bien. Además, me divierte mucho cuando los chicos vienen y se trepan a mis ramas. O cuando esos mismos chicos se esconden entre mi follaje, y se quedan horas conversando. O cuando el pájaro carpintero me hace cosquillas con su piquito repiqueteando en mi panza.
Otro día Marita se puso a dibujar en su libreta mágica, con la lapicera mágica que cargaba tinta mágica, elemento éste el más importante de los tres elementos mágicos, una selva. Era genial la selva porque allí podía jugar con unos requetetraviesos monitos; sentarse sobre la cabeza de la jirafa agarrada fuerte de los cuernitos y desde allí mirar todo lo que pasaba tras los árboles; pasear parada sobre el lomo de un elefante mientras éste la abanicaba con sus orejotas los días de calor. También charlar muy seriamente con el León:
-Señor León: ¿no se aburre de andar todo el día rugiendo y poniendo cara de malo?
-Un poco sí, me aburre un poco. -dijo el León riéndose con ganas, abriendo tan grande esa boca grande, que a Marita le dio un poco de miedo y empezaba a arrepentirse de haber preguntado. Así que decidió que era mejor ir a jugar con unas gacelas que andaban correteando por ahí.
Una tarde que Marita había llevado todos sus elementos mágicos a la casa del abuelo José, incluso la tinta mágica, que como todo el mundo sabe, es el más importante de los tres elementos mágicos, y después de comer todos los ravioles para que mamá y la abuela no se enojen, se fue al altillo a dibujar. Allí empezó a dibujar un castillo enorme al lado de un bosque, con una hermosa princesa, llena de corazones como tanto le gustaba a Marita. Estaba tan entretenida en el castillo, bailando con el príncipe más lindo de todos los príncipes lindos, era tan bonita la música de la orquesta real, que cuando Lorena la llamaba para volver a casa, Marita no escuchaba. José decidió remontar la empinadísima escalera, para avisarle que ya era la hora del regreso. Pero Marita tampoco escuchaba. Entonces el abuelo tuvo la idea de dibujarse sobre la libreta mágica y ya todos saben que más, para ir a rescatarla de las garras de algún dragón. Y así fue que vestido de caballero, montado en un gran caballo negro, la trajo sentada sobre las ancas del corcel, saludando con un poco de tristeza a su amigo el príncipe.
Marita sigue queriendo un Jardín, pero como dijo el abuelo, la libreta mágica y la lapicera mágica con tinta mágica, elemento éste, el más importante de los tres elementos mágicos, le gustaba más. Se divertía mucho más.
Lo que nunca supo Lorena, es de donde salieron los 3 pajaritos cantores que anidaron sobre el placard de la pequeña pieza de Marita y todas las mañanas le avisan cuando debe levantarse para ir a la escuela. Tampoco sabe de qué le habla Marita, cuando le explica con voz pausada y serena, que son amigos del árbol viejo y grande del bosque más maravilloso que jamás hubo visto...
Si cualquier día vemos una Foca
que junta margaritas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
llamemos al doctor: la Foca es loca.
(María Elena Walsh)
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