"La gente", concluyo, son esas señoras agrias y prejuiciosas, que se quejan amargamente de todo lo que no entienden cuando hacen alguna cola.
"El pueblo", en cambio, son aquellos que, acertada o equivocadamente, vota, asume y toma decisiones. Y si es menester, se queja.
Luego están los mediadores de la verdad, los proveedores de la palabra, inefables personajes que ya parecen estar hartos de su propia ineficacia en la tarea que les han encomendado: ser formadores de opinión.
Me parece a mí que lo mejor que se puede hacer es ignorar los debates banales que estos oscuros personajes proponen para intentar mejorar su eficacia en la formación de opinión, cuyo objetivo es que no sólo asuman como propios sus argumentos aquellos que llamamos "la gente", sino que también, y fundamentalmente, los repita "el pueblo".
Sospecho que no resulta conveniente convertirse en "la gente". Ser "la gente", de la experiencia empírica resulta que suele ser triste, y lo poco que sabemos nos demuestra que si algo nos aporta cosas válidas, eso es la alegría.
Dado que, como efectivamente sabemos, sin alegría no hay nada que valga la pena.
Además, deberías preguntarte que si te enganchás recurrentemente en la banalidad, cómo sabés que no sos vos el banal...
Imagen: Foto de Fernand Fonssagrives
Estáis muertos. Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos. Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte. Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados, y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra. Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca, sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades. Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida. Estáis muertos.
(César Vallejo)
miércoles, 18 de julio de 2012
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