jueves, 5 de julio de 2012

De todo comienza a hacer bastante tiempo

El objeto de este post, es que no nos olvidemos nunca de dónde venimos. Básicamente porque algunos son de memoria extremadamente frágil.
Como esos negadores del holocausto, que lo niegan porque Israel desarrolla una política de terrorismo de estado sobre el pueblo palestino, con el explícito objetivo de quedarse con su territorio. Pero es que a todos los seres humanos de buena leche nos resulta inaceptable la salvaje crueldad del estado de Israel, pero no por eso negamos que unos locos asesinaron con extrema crueldad millones de judíos (no sólo, a muchos otros más, pero esa es otra historia).

En este caso es más o menos lo mismo, con el siguiente razonamiento implícito: "como no me banco a la presidenta, entonces niego todo".

Cuando resulta evidente que si no podemos (o no queremos) recordar de dónde venimos, cómo decidiremos a dónde ir (o no ir) sin equivocarnos.

Desde hace un tiempo, tomé la costumbre de leer todos los días el diario de justo hace una década, y cada tanto encuentro artículos interesantes, como me lo pareció éste que copio a continuación:


El actual gasto de consumo del conjunto de las familias argentinas representa un valor equivalente al necesario para que 128 millones de personas salgan de la pobreza, o para que 300 millones superen la indigencia. Sin embargo, a fines de junio pasado más de 18 millones de personas no contaban con los ingresos necesarios para adquirir una canasta básica, y de ellos cerca de 8 millones se encontraban en situación de indigencia. Los datos surgen de un reciente trabajo del Instituto de Estudios y Formación de la CTA.

La investigación, que lleva por título “Catástrofe social en Argentina”, agrega también que dos tercios de los menores de 18 años, 8,3 millones de personas, son pobres. “Se trata de un país donde la mayor parte de los pobres son niños y donde la mayor parte de los niños son pobres”, destaca. Desde el inicio de la recesión, en 1998, la desocupación creció el 74,2 por ciento, la pobreza el 67 por ciento y la indigencia el 180 por ciento.

La continua difusión de los alarmantes indicadores sociales parece producir un efecto de acostumbramiento en quienes escuchan desde fuera del problema. Se trata de cifras en constante crecimiento, pero que agregan poco si se las considera aisladamente. Sin embargo, desde octubre pasado, cada mes 700.000 personas se convirtieron en nuevos pobres. Si se mantiene el rumbo actual, con el nivel de inflación previsto por Economía, a fin de año la situación se habrá vuelto particularmente explosiva. El economista Claudio Lozano, autor del informe, estimó que la pobreza alcanzará al 65,1 por ciento de la población (23,1 millones de personas) y la indigencia al 32,2 por ciento (11,4 millones).

En cuanto a la distribución regional del problema, la mayor parte de la población pobre vive en los principales centros urbanos, mientras que el NEA y el NOA revelan porcentajes de pobreza e indigencia superiores en un 40 y un 78 por ciento a los del resto del país.

La principal causa del empeoramiento de la situación fue la fenomenal transferencia de ingresos provocada por la devaluación y el consecuente aumento de precios. Los efectos negativos de la pérdida del poder adquisitivo de la moneda –expresa la investigación– “han desplazado los eventuales efectos positivos de carácter sustitutivo que de la misma podían inferirse”. Así, la destrucción del aparato productivo y la completa ausencia de crédito consiguieron una panorama inédito: que la devaluación sólo se traduzca en distribución regresiva del ingreso. En los primeros 5 meses del año, la caída promedio de ingresos fue del 21,6 por ciento, lo que proyecta para el año una merma del 45,5 por ciento.

Puesto que el aumento de precios fue más significativo en alimentos, el rubro más importante en el consumo de los sectores de menores recursos, los pobres experimentaron una caída de ingresos del 26,3 por ciento y los indigentes de un 29,9 por ciento. Estas bajas se corresponden con los nuevos valores para la canasta básica de alimentos y la canasta básica total, de 252,64 pesos y 598,75 pesos respectivamente, guarismos calculados para un matrimonio con dos hijos de cinco y ocho años.

El trabajo del Idef-CTA también evaluó los efectos de la inflación sobre las prestaciones y actividades del sector público. Si se expresan los números del presupuesto 2002 en pesos de 2001, se tiene que el gasto público cae el 35 por ciento. Considerando que los principales usuarios de servicios públicos como educación y salud son, otra vez, los sectores de menores ingresos, la baja del gasto “profundiza los niveles de desprotección de la población pauperizada”. Cabe destacar que la merma del 35 por ciento está calculada sobre las previsiones de inflación del Ministerio de Economía: 60 por ciento para el IPC y 117,5 para el índice mayorista. Para las hipótesis inflacionarias manejadas por el Idef, la caída del gasto primario sería del 52 por ciento.


El crecimiento de la pobreza ya preanuncia una catástrofe social
Publicado por Página/12, el 04 de julio de 2002.


Que actualmente aún haya más de 7.000.000 de pobres de los cuales casi 1.000.000 son indigentes, es un dato objetivo que considero inaceptable. Pero es que no tener en cuenta al considerarlo estas cifras reseñadas en este informe, desde las que (nos guste o no) venimos, no destacar que la profundidad estadística de estos niveles actuales de pobreza es mucho menor que aquellos de hace una década, y que según palabras del propio Juan Carr estamos en condiciones objetivas de plantearnos la erradicación del hambre en nuestro hermoso país, es de una necedad imperdonable.


Imagen: "La persistencia de la memoria", de Salvador Dali.




De todo comienza a hacer bastante tiempo. Y en una habitación cerrada hay un niño que aún juega con cristales y agujas bajo la mortandad hipnótica de la tarde. Comienza a hacer de todo muchos años. Y la noche, sobrecogida de sí misma, abre ya su navaja de alta estrella ante la densa rosa carnal de la memoria. Comienza a ser el tiempo un lugar arrasado del que vamos cerrando las fronteras para cumplir las leyes de esa cosa inexacta que llamamos olvido. Y llega la propia vida hasta su orilla como lleva el azar la maleta de un náufrago a la playa en que alguien la abre con extrañeza —y esa ridiculez de disfraz desamparado que adquieren los vestidos de la gente al morir.
Lejano y codiciable, el tiempo es territorio del que sólo regresa, sin sentido y demente, el viento sepulcral de la memoria, devuelto como un eco. Como devuelve el mar su podredumbre. Todas nuestras maletas reflejan la ordenación desvanecida de un viaje que siempre ha sucedido en el pasado. Y las abrimos con la perplejidad de quien se encuentra una maleta absurda en esa soledad de centinela que parecen tener las playas en invierno.
(Felipe Benítez Reyes)

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