“A nosa terra non e nosa”,
del libro "Cousas da Vida",
de Alfonso Rodríguez Castelao.
La Rianxeira fue compuesta en 1947 en Buenos Aires por Xesús Frieiro Dourado y Anxo Romero Loxo, y estrenada un año después por el Coro Castelao de la ciudad de Buenos Aires. La historia de este tema muestra el esforzado empeño de emigrantes que reivindicaban su añorada tierra y dedicaron este himno al destacado político, pintor y escritor Alfonso Rodríguez Castelao, autor del libro Sempre en Galiza, obra fundamental del nacionalismo gallego.
Su estreno oficial se concretó en el año 1950, también en Buenos Aires. Esta pieza que ya forma parte de la mitología gallega, se grabó en la Buenos Aires bajo el título "Ondiñas da nosa ría", y fue más tarde popularizada en Galicia en los años cincuenta por el coro "Bernardo del Río", que sólo conservó su melodía.
Xesús Frieiro Dourado, "Pinciñas", compositor de la letra, llegó a ella a partir de un amplio repertorio de coplas populares rianxeiras a la Virxe da Guadalupe cuyas fiestas comienzan cada año, desde 1854, el primer domingo posterior al 8 de septiembre.
Luego le fue puesta la música por el emigrante de rianxeiro Anxo Romero Loxo, quien dirigía en aquellos años la Rondalla Castelao, en la la capital de la República Argentina.
Hoy "A Rianxeira" se ha convertido, de hecho, en el segundo himno de Galicia.
Existe más de una versión de la letra de dicha canción.
Esta letra de "A Rianxeira" es la que se canta el último día de las fiestas de Guadalupe en Rianxo, y que también es la más popularmente conocida en nuestros dias:
A Virxe de Guadalupe
cando vai pola ribeira. (bis)
descalciña pola area
parece unha Rianxeira.(bis)
ESTRIBILLO
Ondiñas veñen
ondiñas veñen e van
non te embarques rianxeira
que te vas a marear. (bis)
II
A Virxe de Guadalupe
cando vai para Rianxo(bis)
a barquiña que a trouxo
era de pao de laranxo (bis)
III
A virxe de Guadalupe
quen a fixo moreniña,(bis)
foi un raiño de sol
que entrou pola ventaniña. (bis)
Sin embargo, existe otra versión de la letra: la original, tal como
fue grabada en la ciudad de Buenos Aires, por primera vez:
I
Moito me gustas rianxeira
que estás eiquí na Arxentina
verche cantar e beilar-e
coma alá na terra miña. (bis)
ESTRIBILLO
Ondiñas veñen
ondiñas veñen e van
non te embarques rianxeira
que te vás a marear. (bis)
II
Que guapa estabas rapaza
cando che vín na ribeira,
tiñal-a cara morena
coma a virxe rianxeira. (bis)
III
A virxe de Guadalupe
vái no yate de Baltar,
lévana os rianxeiros
a remolque polo mar. (bis)
Fragmentos de "Un espía en el reino de Galicia"
(Manel Rivas)
Querido Golf Oscar Delta:
Me alegra que existas. Me conforta que se confirme la ecuación visionaria de Frank Drake acerca del cálculo de civilizaciones en la Vía Láctea. Un brindis por Drake y por los días del futuro! Ya ves qué útil me ha sido conocer a un paisano que trabajó de limpiador en el gigantesco radar de la Universidad de Cornell y que me adiestró en las claves de la radioastronomía. Me alegra que tengas sentido del humor, como demuestra tu mensaje de despedida: 'Si el teléfono no suena, soy yo'.
El planeta no se llama Galicia. El planeta es Tierra. Galicia es mi tierra, dentro de la Tierra. Pero Galicia está y no está en Galicia. Es un lugar y también un des-lugar o un No lugar. Como lugar, Galicia es pequeña. Bah, depende. Es grande de sobra. Galicia está al oeste de Europa, en la península Ibérica. Con un gobierno autónomo, está integrada en España y posada en el norte de Portugal. El gallego suele ser español tranquilamente, pero si lo incordian mucho siempre puede salir airoso por la puerta de la saudade: 'Menos mal que nos queda Portugal!'. A mí ya me gustaría tener también pasaporte portugués. Pertenecer a una logia del Gran Oriente Lusitano y conspirar en el Pabellón Chino de Lisboa, mientras suena el fado: 'A quem eu quero, nem ás paredes confesso'. Sí, amigo, tener cuatro o cinco pasaportes, cuatro o cinco identidades en el bolsillo. Vosotros tenéis pasaporte sideral?
A los gallegos les gusta nombrar. Poner nombres a las cosas para que las cosas puedan existir y hablar. A la manera budista, el gallego sabe que las piedras sólo hablan si tienen nombre. Los geógrafos de la antigüedad les llamaban 'bellas durmientes' a los territorios incógnitos. Una bella durmiente despierta cuando la llamas por un nombre. La tierra gallega, desde las montañas orientales a los fondos marinos, es un manuscrito miniado que no tiene márgenes en blanco. La toponimia es nuestra obra maestra literaria. La letra de un cósmico hip-hop. Cada nombre, un punto de cruz en un infinito pañuelo de enamorado.
En el lenguaje estándar utilizamos entre tres mil y cinco mil palabras. Sólo en lo que se refiere a núcleos de población, en Galicia hay 250.000 nombres de lugar, la mitad del catastro español, y eso sin incluir bares, bodegas, mesones y tabernas, que eso ya es un mapamundi, una obra abierta, una gran estela de la emigración retornada. Eso explica que, haciendo la ronda de bares de un pueblo, digamos Vimianzo, uno pase del London al Montevideo, y de éste al Zurich y del Zurich al Happy Day y de allí puedes ir al Hilton, para acabar en el Por la Vía Rápida. El señor Manuel de Ricardo, que atiende en la barra, fue boxeador en Venezuela. A los clientes los trata de intelectuales, sea cual sea su oficio. Si un día apareces por allí, con tus orejas puntiagudas y tus ojos de pez, de mirada gran angular, y la piel azul turquesa, el señor Manuel de Ricardo te dirá con cosmopolita naturalidad, sin extrañarse: 'Qué le pongo, entonces, señor intelectual?'.
Me gustaría enviarte por radioastronomía, como regalo, algunos topónimos de aldeas siderales. Tenemos un Trasmundi. Y un Extramundi, además de un Aldemunde. Y valles que llevan el nombre de Mar, Amor, Oro o Silencio. Y un Pico Sacro y una Boca del Infierno. Uno de mis preferidos es el nombre de un bosque fronterizo con Portugal: El Bosque del Oscuro Bermellón. Mi selva sideral en Galicia. Aquí el ser vivo con más nombres es la luciérnaga. Para la ciencia, Lampyris nocticula. Se cuentan casi cien sinónimos! La luciérnaga es una auténtica estrella en la memoria luminosa de la cultura pop gallega. Algunas denominaciones son maravillosas, todas metáforas: vella do caldo, lucencú, verme da noite, corcoño... Por qué esta fijación del gallego con ese fascinante ser minúsculo? Emite luz en todas sus formas, incluso cuando es huevo. Pero la luminosidad es especialmente intensa en la hembra. Un poeta de la montaña, Aquilino Iglesia Alvariño, fue capaz de enhebrar con luciérnagas la más hermosa oración laica, que dice así:
Dainos, Señor,
un alpendre de sombras e de luar
para cantar.
E un carreiriño de vagalumes
polas hortas vizosas do teu reino.
Eso es, estar y andar. Escucha. Querría enviarte una luciérnaga. Galicia, desde el cielo, a medida que reduces la distancia sideral, puede verse como una congregación de luciérnagas. Ciudades, pueblos, aldeas, lugares, hasta ese cuarto de millón de núcleos habitados, muestran una puntillosa intervención humana en un paisaje de pizarra, piedra, verdor y mar. Mucho mar. Galicia tiene, así a ojo, 30.000 kilómetros cuadrados de superficie y 1.200 de litoral marino. El mar bravío que trepa por los abruptos farallones y el mar que penetra por las venas, tierra adentro. Nuestro mejor camino. Casi todo llegó y se fue por mar. Al norte hay una isla a la que llaman Irlanda. Enfrente, un gran continente llamado América. Las luciérnagas tienden a apagarse en el interior. Es una extinción real, causada por los pesticidas, y también simbólica. Es muy sintomático que en la llamada 'sociedad del riesgo' las primeras en caer sean las luciérnagas. Por los caminos de tierra adentro, desfallecen también las linternas humanas. Van hacia el oeste, hacia la orla del mar. La vieja Galicia campesina se está despoblando. Las dos grandes ciudades gallegas, Vigo y A Coruña, nacieron como nidos de pescadores. Ahora son focos de una gran ciudad difusa. No es ficción científica. Dentro de nada, veremos surgir una ciudad, como una Nueva Atlántida, por ponerle al asunto un poco de leyenda, que se extenderá desde Ferrol hasta Porto. Se está tejiendo una nueva geo-grafía humana. Y no tendría que llamarse algo así como Porto Galicia?
Ese movimiento de luces, esa tensión, esos guiños, reflejan una encrucijada sociológica. Más que un repentino apagón, lo que se produce es un marchitarse, una insuficiencia respiratoria que va ahogando al antiguo cosmos de la sociedad agraria. Hay una sensación de pérdida, de desafecto, pero esa sensación está ahí como un 'presente recordado' que podría dar ánimos en vez de lastrar. Propiciar contrastes, fusiones, creaciones. El espacio portuario como lugar y no lugar. Incubador de odiseas. Un gran puerto donde las grúas ya no cargan tristeza. Una gran aldea que orienta las casas hacia el mar, con la memoria sobre las coronas de la cabeza. Atlántico Norte Mediterráneo. Clima variable. Por una carretera con curvas, un turbodiésel adelanta a un tractor que adelanta a un viejo carro. Aceleración. Derrape. Bocinas. Tanatorios. Hiper-ferias. Fiestas. Dj’s. Arqueología industrial. Pop-feísmo arquitectónico. Museo etnográfico. Body-art en la piel del catastro-hermosura. Ondiñas veñen, ondiñas veñen e van. Encrespar de piedras eternas. Recomenzar.
Galicia, ironía del destino. Contra el terrible clásico: 'Olvida toda esperanza'. En el cementerio vanguardista de Fisterra, nichos cósmicos, consagración de la piedra, bien podría figurar como lema el verso del Cementerio marino de Paul Valéry: 'El mar, el mar, siempre recomenzar!'. Puedes observar todo esto a un tiempo con tus ojos de pez, de gran angular.
El antropólogo dice: 'Galicia es un mundo'. El gallego, cuando se pone arisco, dice que Galicia es el culo del mundo. Sería un lindo culo. Cualquier parte del mundo puede ser el culo del mundo. Depende. Hay días. Hay siglos buenos y malos. Durante mucho tiempo, para las civilizaciones mediterráneas, Galicia fue el final de la tierra. Tenía ante sí el Mar Tenebroso, o sea, el Atlántico, y ahí se acababa todo excepto para los de Fisterra, que creían que el cabo era el muelle de embarque para el Más Allá. Se cuenta que Iulius Caesar, el jefe del gran Imperio Romano, se acercó al Far West gallego para ver cómo moría el sol chisporroteando en la forja del océano, etcétera. Aquel imperio desapareció, pero Fisterra sigue ahí. Con su muelle, su faro legendario, una bocina que muge en la niebla como una vaca y el cementerio vanguardista en el cabo.
Ahora Galicia es y no es un Far West. Un tal Pedro Fariña cobró, en 1736, tres mil reales, una fortuna, por llevar una carta urgente desde Compostela a Madrid. Estaba de regreso a los dieciocho días. Ese problema, el del transporte por carretera, se ha resuelto. Pero continúa pendiente el ferroviario. En los noticiarios y en las gacetas de Galicia se habla del tren como se hablaba en la California del siglo XIX. Y tenemos un veterano presidente que admira a Búfalo Bill. Cada vez que se pone en duda su salud de roble, la fauna autóctona tiembla, porque el presidente sale de caza para acallar rumores y hace de Galicia 'tierra peligrosa'. Ése es también un toque de identidad Far West.
Cuando se explica, parece que el gallego tiene que luchar contra la idea de Galicia como tierra remota. La distancia, lo sabes muy bien, es algo subjetivo. Oí a un campesino describir así el destino de dos de sus hijos, emigrantes: 'Uno anda por aquí cerca, por Buenos Aires; el otro lejos, en un sitio muy raro, Frankfurt o algo así'. Él sabía bien lo que quería decir. Hay periferia y centro en el universo? Ésa es una idea que tiene que ver con el poder.
En Galicia vivimos 2,8 millones de humanos, un millón de vacas, quinientos lobos, un oso ilocalizable y quinientos millones de árboles. Sólo de manzanos hay setenta y siete variedades. Quiénes somos, adónde vamos, de dónde venimos? Es una buena pregunta y el título de una canción del grupo musical más agudo del rock español del siglo XX, los gallegos de Siniestro Total. Sobre todo gracias al mar, el mejor camino de la antigüedad, la humanidad gallega es un torrente de aliens. Una tierra de llegada. Las primeras noticias hablan de los kallaikoi, que significaría algo así como 'Los de los pedruscos, los que viven entre las piedras'. Los célticos. Los romanos, que parece que le pusieron el nombre: Gallaecia. Los bretones de Maeloc. Los suevos que en Galicia, según la reconfortante frase del historiador Claudio Sánchez Albornoz, 'fundieron la espada e hicieron arados'. Fueron derrotados, claro, por los visigodos. Los judíos. Los moros. Los gitanos. Los maragatos. En el siglo XVIII son catalanes los que impulsan la industria pesquera y los vascos, la de curtidos. Pero, sin duda, el alien más célebre es el apóstol Santiago, un pescador palestino discípulo de Jesucristo (de quien ya te hablé en el primer mensaje). El descubrimiento de su tumba dio lugar, por motivos religiosos, a la primera gran ruta turística del mundo: el Camino de Santiago. El descubrimiento lo hizo un tal Paio, hace mil y pico de años, y no el político conservador Fraga, tal y como algunos creen, aunque la invención de Santiago fue también usada como propaganda bélica. Como la cruz de Cristo. Qué retorcida, qué arpía puede ser la historia! Durante siglos, Galicia fue lo que ahora llamamos un centro cosmopolita. Además de peregrinar, aquí se aposentaron francos, genoveses, flamencos, provenzales... Es curioso. El primer texto escrito en gallego del que se tiene noticia figura en un poema de autor provenzal: Rimbaud de Vaqueiras. Es un poema de amor.
La historia se enreda mucho, mucho. Se reinventa hasta el despropósito. El palestino Santiago, decapitado por el poder romano, es convertido por el poder de la época en patrón de España y capitán matamoros. Por cierto, la curia compostelana, con muy pocas excepciones, será una 'cripta' de poder reaccionario a lo largo de los siglos. En el XIX, por ejemplo, el derecho de acogida en las iglesias se respetaba para los delincuentes pero no para los liberales, a quienes llamaban 'negros'.
En la tradición popular hay un cierto desapego por la historia, que el diablo la lleve, y una confusión bastante más divertida que las doctas manipulaciones. Se escribe, con asombro, que 'los gallegos no se reconocen en sus antepasados gentiles'. Los habitantes de los castros (las citanias prerromanas o poblados celtas, para entendernos) serían los moros. Digamos que Galicia es celta a partir del siglo XIX, cuando la historiografía romántica creó el mito del fundador Breogán, y aún más cuando a principios del siglo XX se funda el Celta de Vigo, club de fútbol. Pero un texto muy antiguo, de un tal Estrabón, describe a los kallaikoi como melenudos y amantes de la cerveza (ya beberían Estrella de Galicia?) y de la danza. Como los de mi generación en el I Festival de Música Celta de Ortigueira.
A mí me gusta esta visión un poco cómica de la historia. Recuerdo una conversación sobre el origen del puente en un pueblo. Uno de los que disputan afirma, muy decidido: 'La mitad del puente es ghoda y la otra mitad visighoda'. Alguien le aclara que el puente lo hizo la Diputación provincial. Una vez convencido, el hombre sentencia: 'Caghar, cagheina, pero mantengo la caghada'.
Todos somos aliens. La más hermosa definición del gallego la dio un viejo emigrante entrevistado en la televisión. 'Está usted orgulloso de ser gallego?'. El hombre miró al público, miró luego a la cámara y dijo: 'Estoy muy orgulloso de ser gallego porque gallego, gallego, puede serlo cualquiera'. O esta otra frase de un marinero que ahora trabaja de operario en el ferrocarril en Nueva Zelanda: 'He visto tanto mundo que soy más gallego que nadie'.
Porque la historia de nuestros aliens tiene una segunda parte. El país de la llegada se convirtió en el país del Adiós. Hubo fervientes católicos gallegos que escribieron que Galicia también era un pueblo escogido por Dios. Lástima que se equivocasen. Galicia fue un pueblo escogido por el Adiós.
La estrella más popular en la tradición gallega es Venus. Me gusta que la luz de más influencia sea esa diosa. Tiene muchos otros nombres: Lucero, Estrella de la mañana, Estrella de la claridad, Estrella de la abundancia o Estrella panadera. En San Salvador de Bahía, en Brasil, había una panadera gallega que se llamaba Estrella. Al escritor Jorge Amado le gustaba mucho su pan.
Galicia Venus, Galicia matria.
Galicia está y no está en Galicia.
La fotografía más célebre de la historia de Galicia es la de una despedida. Un tío y un sobrino lloran en el puerto de Coruña. Lloran porque los otros de la familia marchan. A veces pienso que también lloran porque ellos no se van.
La palabra clave hoy en el planeta es globalización. Mundialización. La tierra como aldea global. Se habla mucho de mercancías e información, pero el rasgo más característico de esta época son las migraciones, los éxodos masivos de gente de países pobres o en guerra hacia las fronteras de la abundancia. Galicia pertenece hoy a ese mundo de la abundancia, aunque sea como periferia del pastel. En cifras oficiales y en parámetros europeos, en Galicia hay medio millón de personas que viven en la pobreza relativa, y un 5% de la población en la extrema pobreza. Esto explica que la llegada de inmigrantes aún sea mínima. Es muy escasa la oferta de empleo.Y el inmigrante busca, en todas partes, pan y libertad. Así de simple. Como hizo el gallego.
Es un momento muy contradictorio. Galicia paradójica. Galicia oxímoron. Galicia está en el mismo lugar geográfico, pero ha cambiado de lugar en el mundo. Hace cincuenta años salían transatlánticos de Coruña y Vigo repletos de emigrantes hacia Buenos Aires. En la embajada y en los consulados de España en Argentina los descendientes de gallegos forman ahora largas filas. Se ha invertido, pues, la dirección de la flecha hacia la Tierra Prometida. Al mismo tiempo, miles de jóvenes gallegos se largan en los dos últimos años a trabajar en la construcción o en la hostelería. La novedad es que también, y a veces por delante, van algunos agentes inmobiliarios.
Galicia es aldea global desde hace tiempo. Por la intensa emigración durante dos siglos, y hasta ayer mismo. Y por el trabajo en los mares. La flota pesquera es, a escala, la primera de Europa, y hay barcos gallegos, o de sociedades mixtas, allí donde hay algo que pescar, y algunas veces donde no lo hay. Luis Menéndez, que recorrió el mundo siguiendo la estela de la emigración gallega, cuenta la historia alucinante de un juez de Nueva York. Nació en una aldea, en Ourense. Trabajó de maletero en el hotel Lisboa de Vigo. Embarcó en Lisboa y recorrió todos los mares, desde Shanghai hasta Rotterdam. Tenía un billete de cien dólares en el bolsillo cuando decidió quedarse en Baltimore y empezar una nueva vida. Trabajó de descargador, de limpiador, de mozo de gasolinera. Por las noches estudió Derecho. Ejerció de abogado. Luego hizo la carrera judicial. Cuando Menéndez dio con él, era juez presidente de la corte de Elizabeth. Y le contó un sueño: volver a Galicia como navegante solitario.
Detrás de la vida de muchos emigrantes hay una novela de dolor e ilusión. A veces tiene forma de unas lápidas de mineros, en West Virginia, junto a los Apalaches; otras, el rostro hermoso de una mujer, en un taller de Londres, que hace invisible mending (zurcido invisible) en el codo de la americana de Dustin Hoffman. La mayor ciudad de Galicia sigue siendo Buenos Aires. El mayor cementerio gallego, el de Cristóbal Colón, en La Habana. Más de dos millones de gallegos emigraron durante el siglo XX. El éxodo ya había comenzado de forma masiva con las hambrunas de mediados del siglo anterior, provocadas por la peste de la patata, como en Irlanda. Hoy se discute mucho sobre las garantías del voto y la forma de participar de los emigrantes censados. Los resultados electorales dependen, en buena parte, de la Galicia de la diáspora. La oposición ya denunció que votaron docenas de muertos. Creo que no es justo. Quién dijo que los muertos eran de derechas? Habría que dar mítines y colocar urnas en lo que Rosalía llamó 'el inmenso camposanto de La Habana'.
Deja que te cuente la historia de un edema en la piel. A principios de los años sesenta, una chica marcha desde una aldea gallega a París. Trabaja duramente en la limpieza. Vive la soledad. Al poco tiempo, ante el espejo, ve que le ha salido una mancha en la cara. Ningún médico es capaz de sacársela. La primera vez que regresa a Galicia de vacaciones, años después, se le va la mancha. Al volver a París, la mancha reaparece. Se casa con un obrero metalúrgico. Tienen una hija. Cuando van de vacaciones, a la madre se le borra la mancha. Cuando ya es adolescente, a la hija no le atrae ese viaje. Al llegar a Galicia le aparece una mancha. No es ninguna metáfora. Sólo una historia real.
Dentro del mundo de la emigración europea hay otras en sentido contrario. Son los hijos, educados como ingleses, franceses, alemanes o suizos, los que quieren finalmente volver. En la Red hay un portal donde contactan hijos y nietos de emigrantes con diferentes experiencias (www.fillos.org).
Los gallegos somos como nos ven los demás, y al contrario. Lo que se ve en el espejo y el reverso. Hay quien se molesta con los chistes cuando su gentilicio no sale bien parado. Pero una identidad está también hecha de los chistes que los otros hacen de uno. Los gallegos somos también los chistes de gallegos. En nuestros chistes, de niños, los gallegos eran unos héroes. Me gustaba mucho el de un gallego capturado por una tribu caníbal. Mientras lo cocían en la gran olla, el gallego pedía más sal y se iba comiendo las patatas. Al salir de Galicia, descubrí con sorpresa que, en los chistes de gallegos, los gallegos eran muy torpes.
- El otro día hubo un atentado contra el Centro Gallego.
- Y qué pasó?
- Les tiraron un libro!
Después sabes que siempre es así. La historia se repite. El pobre sale siempre mal parado. 'Mire usted, yo soy pobre pero muy honrado'. Y el otro responde: 'Las desgracias nunca vienen solas'. Me acuerdo de una lectura de joven que me impresionó mucho. Era una antología recogida por el profesor Xesús Alonso Montero en el año 1974 de lo que autores españoles o extranjeros habían escrito sobre Galicia. Predominaban referencias tremendas. Yo admiraba, y admiro, a algunos de los autores. Por ejemplo, Mariano José de Larra dejó escrito: 'El gallego es un animal muy parecido al hombre, inventado para alivio del asno'. Algunos autores del llamado Siglo de Oro, como Góngora, Lope de Vega o Quevedo, eran especialmente hirientes. Más lecturas. Más impresiones de una identidad negativa. Para Paul Lafargue, el yerno de Karl Marx, y autor de una simpática obra, El Derecho a la Pereza, el gallego es de una estirpe maldita por su sumisión al trabajo. 'No hay tierra menos conocida ni más calumniada que Galicia', dice en su Viagem na Espanha (1923) Anselmo de Andrade. Volví a La Biblia en España, de George Borrow, una deliciosa obra, y allí se recoge una interesante conversación en una fonda de Lugo. Un viajero se queja, fastidiado: 'Ay, Dios mío! A bonito país hemos venido a dar'. Aún me deja meditabundo y pesaroso la respuesta de Borrow: 'Realmente no veo nada tan malo en este país, que es el más rico de toda España por su naturaleza y el más fértil. Verdad es que la generalidad de sus habitantes son miserablemente pobres, pero la culpa la tienen ellos y no el país'.
Me gustaría encontrar la Biblia de Borrow, porque has de saber que la verdadera razón de que este genial viajero viniese a Galicia fue donar un ejemplar traducido de las divinas palabras al pueblo de Fisterra a causa de una promesa hecha cuando estuvo a punto de naufragar en ese extremo del mundo en un vapor inglés, y la visión de los fanales de pescadores fue su único hilo con la esperanza. La descripción que hizo de aquella tormenta me parece insuperable. Tan vívida que hace temblar el libro de sus memorias en nuestras manos. Pues bien, después de muchas peripecias, atravesando la convulsa España decimonónica, Borrow llegó a Fisterra y estuvo a punto de morir de nuevo, a manos humanas, ya que los naturales, muy dados a la imaginación haciendo honor a su reputación, lo confundieron nada más y nada menos que con un espía carlista. Lo salvó el Valentón, marinero que sabía algo de inglés como superviviente de la batalla de Trafalgar. Y a él le dio de casualidad la Biblia nuestro cuáquero. Qué será de ella? Lástima que no se fundase entonces en Galicia una sociedad de cuáqueros. A mí, amigo Golf Oscar Delta, puestos a hacer ucronía, lo que más me gustaría es haber sido francmasón del café coruñés La Esperanza en tiempos de Porlier, o cuáquero con el Valentón de Fisterra.
Las estampas que dejó Borrow resultan ya remotas. El gallego, en su gran mayoría, no vive ahora en la miseria. Pero tengo la sensación de que, en general, el gallego ha compartido siempre esa aguda contradicción formulada por aquel curioso cuáquero vendedor de biblias. Galicia nunca ha sido pobre. La gente, sí. Pero de quién es la culpa? El colmo de la más grande pobreza para un pueblo sería aquella pobreza o aquel pueblo al que le sobran los recursos. Surrealista y contradictorio. Habría que preguntárselo a Arsenio, el entrenador de fútbol que convirtió en un transatlántico de primera a aquel equipo que no era más que una humilde chalupa.
Hay una cosa muy importante que también llegó por mar, en un barco inglés: el primer balón de fútbol. Es un planeta en miniatura. El fútbol fascina porque es una guerra simbólica. Es el gran deporte mundial. He comprobado que Galicia es mucho más conocida por el mundo desde que el Deportivo de A Coruña hizo unas cuantas hazañas y juega, por eso, en la Liga de Campeones. La vida es así, colega. Para crear una identidad hay gente que tiene que escribir una enciclopedia de cincuenta tomos a lo largo de cincuenta años. El fútbol, en cambio, crea una identidad en una tarde de gloria, en una patada virtuosa. Arsenio, que ahora entrena a chavales, fue un hombre que transformó algunos prejuicios en simpatía. Lo que muchos spin doctors saben sobre Galicia se resume en dos ideas: una, los percebes saben a Dios, y dos, si encuentras un gallego en la mitad de la escalera no sabrás si sube o baja. Arsenio hizo saber, de forma entrañable, que una cosa es coger los percebes del plato y otra, muy distinta, del mar, y que por una escalera, a veces, se baja cuando uno cree que está subiendo.
Vayamos por tópicos. El gallego es ciclotímico. Tiene momentos de euforia y de disforia. Comparable con el guerrero celta, del que se dijo que era tan bravo en la acometida como propenso al desaliento. Ésa es una conclusión a la que llegó Vicente Risco, pionero de la etnografía, tras escribir miles de páginas sobre el carácter gallego, y pocas, lástima, sobre sí mismo. Pero creo que es una conclusión que vale para todo el mundo, tanto para los celtas como para los ciclistas. En Galicia hubo buenos ciclistas. Por ejemplo, Delio Rodríguez o Álvaro Pino, que llegaron a la cumbre, y Raúl Rey, que siempre llegaba el último, lo que es complicadísimo. Te estaba hablando de Vicente Risco. Era un gran erudito. Un sabio. Sabía más que nadie sobre el Demonio. Pero cuando el Diablo se le presentó delante, no lo supo ver. Se sumó al fascismo español y escribió algunos despropósitos sobre las razas, y maldades acerca de los judíos que él mismo después procuró olvidar.
Galicia es morriña. 'Teño morriña, teño saudade'. Es una palabra que exportamos. Que ya aparece en otros diccionarios. En el de la Real Academia Española. En el Collins inglés. Es una palabra que te envío como regalo, para que la difundas por tu planeta, pero adminístrala con prudencia. Morriña significa echar de menos algo, sentir nostalgia, melancolía. Está asociada a una historia de dolor, de pérdida, de emigración. Yo escuché, en algún centro de emigrantes, en la noche invernal de Suiza, alguna balada de morriña que paró a las doce de la noche los relojes de cuco y que ponía los pelos de punta. Como la saudade en el fado portugués o la morna caboverdiana. El gran baladista gallego fue Pucho Boedo, con su grupo Los Tamara, que recorrió los salones húmedos de los bailes de emigrantes.
Pero ten cuidado con la morriña. Hay que tomarla en la dosis justa. Al gallego le ha colgado el sambenito de pueblo tristón. Y además es un comodín que lo mismo sirve para un discurso electoral que para un dolor de muelas. Intentaré enviar por el emisor radioastronómico Mi tierra gallega cantada por Pucho Boedo.
Pucho Boedo es uno de los héroes secretos de Galicia, querido como la voz de un pueblo. En la guerra española, que comenzó en 1936 y se prolongó en una interminable dictadura, a Pucho le asesinaron a su padre, fundador del ateneo 'Resplandor en el abismo', y a un hermano, lúcido y boxeador, que era uno de los que publicaban el magnífico semanario del anarquismo coruñés Brazo y cerebro. El niño, para sobrevivir en aquel naufragio, se puso a cantar como un petirrojo. En el arrabal coruñés, la gente suspendía sus faenas cuando él pasaba cantando. En sus labios, como una acusación, un tango de letra estremecedora, aquél titulado Chesman. Y ya no dejó de cantar hasta su muerte. Hoy es un tipo venerado. Sus casetes son música barata, de la que se vende en gasolineras y ferias. Pero sólo por el precio, su voz le levanta a uno del suelo. Los músicos jóvenes llevan flores a su estatua todos los años en la primera semana de septiembre.
Ahora que lo pienso, hay muchos héroes en la memoria sentimental del pueblo que casi no figuran en los libros. Déjame que te cite a algunos. Está Foucellas, un cestero revolucionario, antifascista, que se echó al monte al salir de la cárcel en la que lo habían metido después de la guerra del 36, un maquis convertido en leyenda, muy apuesto, que asitía a los partidos de Riazor disfrazado de cura. Lo pillaron afeitándose en el espejo de un río y lo condenaron a morir en el garrote. La prensa destacó, no sé si en honor del reo, que se había traído para la ocasión 'al mejor verdugo de España'. Está Ramón Sampedro, un marinero que se quedó tetrapléjico y que conmovió al mundo, ejerciendo ante la cámara de vídeo lo que los tribunales le habían negado: el derecho a la propia muerte. Otro héroe es Chichi Campos. Murió joven. Un despido totalmente improcedente, porque Chichi Campos era el humorista gráfico de nuestro tiempo. Un humor crítico, heterodoxo y sutil. La vanguardia irónica. Contra el complejo de inferioridad, Chichi publica una parodia de anuncio publicitario: 'En Suiza hay una clínica ultramoderna que te opera de gallego por diez mil duros'.
La fórmula de un presunto carácter gallego sería H + M = I (Humor más Morriña, o melancolía, igual a Ironía). Melancólicos somos todos, pero lo que de verdad tiene prestigio en Galicia es el humor. Un ejemplo que merecería figurar en las frases célebres, en los momentos estelares de la historia contemporánea. Verás. En pleno franquismo, hay una reunión en Coruña del mundo del mar y en la que la autoridad obliga a un brindis incondicional: 'Por el primer pescador de España, el Caudillo!'. Uno de los presentes se levanta de repente, se da la vuelta y empieza a alejarse. 'Adónde vas, Ferreiro?', increpa un mandamás. Y Benito Ferreiro, coruñés, galleguista y republicano, se gira con calma y suelta: 'Voy a mear'.
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