Esta no es la definición del diccionario. No todavía, pero pronto lo será, al paso que vamos.
Ahora se invocan razones humanitarias para liberar al general Pinochet, aunque su salud resulta envidiable comparada con el estado en que él dejó a sus miles de muertos y torturados. No menos humanitarias, la verdad sea dicha, habían sido las razones que lo habían llevado a Londres, en 1998; el general viajó para comprar armas y cobrar comisiones.
Rueda el mundo, gira el reloj. El mundo demuestra lo humano que es destinando, cada minuto, un millón de dólares a gastos militares. Las guerras se llaman misiones humanitarias, desde que el presidente Clinton las bautizara así.
Rambo es el Erasmo de este nuevo humanismo. Según han contado los corresponsales de guerra, los soldados rusos, que redujeron a cenizas la ciudad de Grozny, tuvieron a Rambo por modelo. Y mientras llovían los bombazos, el general Valeri Manilov, jefe del estado mayor, exigía la rendición de los chechenos aclarando que no se trataba de un ultimátum:
–Este es un acto humanitario –declaró.
A Vladimir Putin no lo quería nadie cuando el zar Boris le cedió su trono. Según las encuestas, lo apoyaba el uno por ciento de la población. Meses después, cuando ya la bandera rusa flamea sobre lo que era Grozny, Putin es el político más popular de Rusia. Hasta su cara de ofidio ha resultado una virtud: éste es el hombre implacable y helado que Rusia necesita.
No hay mejor campaña electoral que una guerra exitosa. Chechenia ha sido salvada del peligro checheno. Putin le ha aplicado el mismo tratamiento humanitario que la OTAN había aplicado poco antes a Yugoslavia. La terapia viene de la guerra de Vietnam. En 1968, un oficial norteamericano había declarado a la Associated Press: “Hay que destruir la aldea de Ben Tre, para salvarla”. Pero en la guerra de Vietnam fueron muchos los invasores que murieron, y muchas fueron las víctimas que la televisión mostró. Desde aquel entonces, las grandes potencias, que comparten el derecho de matar con impunidad, han hecho enormes progresos en el arte de matar a distancia, sin riesgo de morir, y la tecnología, puesta al servicio de la hipocresía, permite que los verdugos no vean a sus víctimas, y la opinión pública tampoco. Las fulminantes operaciones militares que arrasaron barrios enteros de Panamá, Bagdad y Belgrado, y que en Grozny no han dejado piedra sobre piedra, se han traducido en espectaculares ascensos de popularidad para Bush, Clinton, Blair y Putin.
“Cada arma que se dispara es un robo que se comete contra los que tienen hambre y no reciben alimentos, y contra los que tienen frío y no reciben ropa.” Aunque fue pronunciada el 16 de abril de 1953, cuando las guerras todavía se llamaban simplemente guerras, la frase tiene mucha actualidad en el mundo de hoy y, sin ir más lejos, en América latina, donde se han duplicado los gastos militares en la década pasada. El autor de estas palabras sabía muy bien de qué estaba hablando. Dwight Eisenhower no era, que digamos, un agitador pacifista, sino un guerrero profesional que estaba ocupando la presidencia de Estados Unidos.
¿Misiones humanitarias o sacrificios humanos? Para que el orden cósmico continuara funcionando, los aztecas ofrecían corazones humanos a los dioses. Para que el orden terrestre continúe funcionando, el mundo de nuestros días ofrece sacrificios humanos a los fabricantes de armas y a los señores de la guerra. Jehová, el dios de los hebreos, que después fuedios de los cristianos y los musulmanes, amenazaba a quienes no lo obedecían con azotes y plagas y sequías y hambres y derrumbamientos (Levítico, 26), y sin pestañear ejecutaba sus castigos. Pero el Antiguo Testamento queda a la altura de un poroto, comparado con los truenos de la ira del Nuevo Orden Mundial. Y jamás a Jehová se le ocurrió decir que fueran humanitarias sus maldiciones y sus venganzas. El era más bien despiadado, pero no era un farsante.
Quizá las guerras son humanitarias en el sentido de que matan cada vez más humanos sin uniforme. Un artículo del New York Times (de R. W. Aple, 21 de diciembre de 1989) exaltó la invasión de Panamá como un exitoso “ritual de iniciación” del presidente Bush, que así demostraba “su voluntad de derramar sangre”. En las ceremonias de cacería de nuestro tiempo, el guerrero es el cazador y el civil, la presa. A lo largo del siglo veinte, que ha sido, y por lejos, el más carnicero de la historia, hubo un quince por ciento de muertos civiles en la Primera Guerra Mundial. La proporción pegó tremendo salto, hasta el sesenta y cinco por ciento, en la Segunda Guerra Mundial. Y después ha seguido subiendo, en las guerras del medio siglo siguiente, hasta llegar a las espeluznantes estadísticas actuales: nueve de cada diez víctimas son civiles y, en su mayoría, niños.
Muchos de esos niños mueren después que las guerras han terminado. Ellos estallan al contacto con las minas antipersonales sembradas en los campos –que Estados Unidos continúa fabricando y vendiendo, a pesar de la prohibición internacional– o pagan las consecuencias de las guerras ocurridas. En Irak, por ejemplo, la mortalidad infantil se ha triplicado en los años posteriores a la guerra, a causa del bloqueo económico: “Vale la pena”, declaró, en 1996, la canciller Madeleine Albright. En Yugoslavia, niños y adultos civiles están sufriendo, ya pasada la guerra, las radiaciones cancerígenas de las tierras contaminadas por las bombas revestidas de uranio empobrecido, un mortífero producto de descarte de la energía nuclear. Según el Landau Center, un instituto de investigaciones que hizo un informe para el gobierno italiano, cada misil Tomahawk puede generar mil seiscientos enfermos de cáncer. La OTAN había negado el uso del uranio. Después, reconoció que se había utilizado contra los tanques serbios. En total, el diluvio de bombas destruyó trece tanques.
Estados Unidos, cuyo territorio no ha sido nunca bombardeado por nadie, han bombardeado a diecinueve países a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte: China, Corea, Guatemala, Indonesia, Cuba, Congo, Laos, Vietnam, Camboya, Líbano, Granada, Libia, Nicaragua, Panamá, Irak, Bosnia, Sudán, Afganistán y Yugoslavia. En setiembre de 1999, el presidente Clinton explicó:
–Lamentablemente, no podemos responder a todas las crisis humanitarias que se producen en el mundo.
Menos mal.
¿HUMANIQUÉ?
POR EDUARDO GALEANO
Fue escrita por el vocalista Zack de la Rocha y es una de las muchas canciones del álbum que contiene letras anti-bélicas y anti-autoritarias. Critica la virulencia de la Guerra del Golfo, y principalmente el sueño americano: el gobierno estadounidense muestra a los EE. UU. como la tierra de la libertad, únicamente para quitarla y aprisionar. Este mensaje es evidente en frases como: "What? The land of the free? Whoever told you that is your enemy!" ("¿Qué? ¿La tierra de la libertad? ¡Quién te haya dicho eso es tu enemigo!), "As we move into '92, still in a room without a view!" ("¡A medida que avanzamos en el '92 -año de la publicación del disco-, aún estamos en una habitación sin vista!") y "Yes I know my enemies! They're the teachers that taught me to fight me!" ("¡Sí, conozco a mis enemigos! Ellos son los maestros que me enseñaron a pelear conmigo mismo"). Al final de la canción, Zack nombra los ocho elementos en que, según su criterio, se basa el sueño americano: compromiso, conformidad, asimilación, sumisión, ignorancia, hipocresía, brutalidad y élite, terminando con la frase "¡Todos éstos son los sueños americanos! [repetida ocho veces]".
No hay comentarios:
Publicar un comentario