sábado, 16 de octubre de 2010

Madre es la verdadera palabra de un universo

Madre: no quieras que me lleven de las costas, abre las ventanas en la noche, de la luna. Mira: ¡vienen por allí los claros del río!…
Diles que me dejen aquí, al pie de este hilo, encima de estas sombras de higueras, de sol, tranquilas, concurridas de canónigos a lo viudo, panzudos de arrope, con los cuales se confiesan abejas, rumorosas, largamente. Madre, madre: te amo. Porque te dolí más que una muela cuando me pariste. Porque las veces que tenía ganas de oler, me ponías en cuclillas con un gesto tuyo, sólo sabido por tu ojo de aquel lado. Porque cuando venía el doctor a verme enfermo tomabas, dolorosa, a tu blancura izquierda el pulso…Pero que me dejen…¡Es tan bello el vino con luna, bebido a medianoche de pechos sobre la sierra con rescoldos del mediodía! ¡Además! si me llevan no sabré que los ciegos no necesitan espejos porque, aunque no están con su imagen, valdría más hacerlos añicos a todos.
Madre: que se callen, que se hagan evasivos todos por esos caminos de harina lacteada. Que no ahogen más navajas en mis ríos. Que me dejen, solo en las que cuelgo islas canarias de hierro en lluvia y cristal, aprender el arte de pescar estrellas; aunque nadie sepa que soy lunicultor. Madre: vuelvo grupas a la tierra oscura, de luces sin ventilación. Voy a coger el agua cerrada, no de llave, redonda de las cisternas.
Llegaré a sus márgenes defendiéndome como pueda de la luz en filo. Por eso iré antes que cigarras raspen con lijas las horas… Madre, madre…¿me entiendes?.


Miguel Hérnández: “Yo- la madre mìa“.-(publicado en “El clamor de la verdad“, Orihuela, el 2 de octubre de 1932)



La mamadre
Pablo Neruda


La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.

Oh dulce mamadre
—nunca pude
decir madrastra—,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.

Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.




Madre vasca
Atahualpa Yupanki


Qué nombre tendrán las piedras
que le vieron caminar
a mi madre cuando niña
o pastorcilla quizás.

El árbol a cuya sombra
descansó ¿dónde estará?
¡Qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar!

He de llegar algún día
en tierra vasca a cantar
¡Ay madre! Desde muy lejos
en mis coplas volverás.

Tu sangre dentro de mis venas
como un árbol crecerá
Y el viento, que es generoso
su árbol me enseñará

Qué bueno si lo encontrara
para rezar o llorar.






Como pájaros en el aire
Peteco Carabajal


Las manos de mi madre
parecen pájaros en el aire,
historias de cocina
entre sus alas heridas de hambre.

Las manos de mi madre
saben que ocurre por las mañanas
cuando amasa la vida
horno de barro, pan de esperanza.

Las manos de mi madre
llegan al patio desde temprano
Todo se vuelve fiesta
cuando ellas vuelan junto a otros pájaros.

Junto a los pájaros que aman la vida
y la construyen con el trabajo
arde la leña, harina y barro
lo cotidiano se vuelve mágico
se vuelve mágico

Las manos de mi madre
me representan un cielo abierto
y un recuerdo añorado
trapos calientes en los inviernos.

Ellas se brindan cálidas,
nobles, sinceras, limpias de todo
¿Cómo serán las manos
del que las mueve gracias al odio?


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