"Vi la luz en el barrio del once, en el surero. Cerca de allí nació también Julio de Caro y escribió de la Púa sus memorables versos. Entonces aún la luna bajaba hasta los patios. ¿Era todo mejor? No lo sé. Era distinto"
Fue un poeta de su vida y de la vida. Porque además del diálogo del hombre con su tiempo
la poesía es un estado de ánimo, fue siempre el suyo un vago amar y sentir y esperar no se sabe qué cosas: y no pudo escribir ni un solo verso. La muerte, la inquirida “Tía de las muchachas”, Se lo llevó una tarde de azul desprevenido. Murió de inanición, como Meg Merrillies, la que en vez de cenar contemplaba fijamente la luna sobre el bosque.
Tanta es su soledad que el olvido se toca.
El poeta murió al amanecer
Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
Raúl González Tuñon. Poeta y periodista, comenzó a publicar sus primeros versos en revistas como "Proa" y "Martín Fierro". Compartió con el grupo de Florida los experimentos formales, y con el de Boedo la preocupación social, que con el tiempo fue acentuándose en su obra.
Eche veinte centavos en la ranura
(1927)
Letra: Raúl González Tuñón
Música: Juan Cedrón
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes, y de lámparas luminosas,
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refresco.
Pero sobre todo mujeres
para los hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.
No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala,
rima en tu viejo corazón.
Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
de vida miliunanochesca.
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer,
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire...
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo...
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer,
la mujer más gorda del mundo!
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
Gracias amigo Rafa
ResponderEliminarEs como llenarse los pulmones de aire puro en medio de la contaminación.
Te mando un gran abrazo