Argentinos y uruguayos no nos merecemos esta falta de respeto. Tampoco el momento de conciencia de la región sobre la necesidad de estar unidos se merece esta pueril actitud pro imperial. Claro que entender que en la base de la confesión ahora en los términos realizada obedece a una estrategia electoral lo que me provoca es indignación. Como estupefacción me provoca la constatación de que mientras en la región se acordaban políticas de liberación, el presidente de la hermana república del Uruguay en representación de una experiencia política señera y faro de la región, apostaba por reafirmar la dependencia.
Y no sé porqué, todo esto me recuerda aquel dicho: "dime con quién andas y te diré quién eres". A lo que me pregunto, qué debo de pensar de quienes andan con estos que andan con aquellos...
La primera dama y senadora del Movimiento de Participación Popular, Lucía Topolanksy, calificó la revelación de “absurda” y se manifestó sorprendida, y pidió que quede como una simple anécdota escolar.
Yo lo que digo, por más que se pongan bravos, es que a Gardel no se lo damos, porque el Zorzal siempre quiso ser de Buenos Aires.
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Que la realidad supera a la ficción no es una novedad. Yo había escrito en el 2006 una novela titulada La Guerrita, que relataba una guerra entre Uruguay y Argentina a partir del conflicto de Botnia.
Me parecía tan absurdo que dos países como los nuestros se pelearan por el negocio de una transnacional que pensé que podía ser un buena tema para tratarlo con humor. Con los yoruguas podemos pelearnos, pero por cosas más importantes, como ser el fútbol, la nacionalidad de Gardel o si la yerba es mejor con palo o sin él, pero agarrarnos a las piñas por la plata de otros, jamás. Como pueblos no merecemos que nos traten de tontos.
Pero hoy escuchándolo a Tabaré Vázquez me di cuenta de que estaba equivocado. El hombre había analizado seriamente la posibilidad de una salida armada. Y enterarme ahora de que ellos contaban con cinco aviones y nosotros no teníamos ni un miserable cañón antiaéreo porque Menem se los había vendido a Ecuador y Croacia me hizo erizar los pelos. ¡Llegamos a estar a merced de Tabaré!
Pero lo que más me espantó fue que el ex presidente oriental fuera a pedirle ayuda al Gran Hermano cuando estaba Bush, que era un tipo de anotarse en cuanto bombardero o invasión party se organizara en cualquier parte del mundo.
Tal vez Tabaré lo hizo porque entendió que así colaboraba a integrar más la Unasur. La política, a veces, suele transitar por senderos impensados.
Pero yo, cuando describía la guerra en el libro, juro que no tenía ni idea de que algo así podía pasar. Aunque, debo confesarlo, hoy me doy cuenta de que algunas veces me sucedieron cosas extrañas. Por ejemplo, sentía que me vigilaban. Un día, cuando estaba describiendo los combates de las tropas uruguayas que intentaban invadir Punta del Este, vino el encargado a decirme que probablemente me hubieran pinchado el portero eléctrico, ya que del mismo salía un cable que se metía en un camión de transporte de carne que hacía cinco días que estaba estacionado... y ya olía. Quedé intrigado.
Otra vez, al llegar a mi casa veo, en la vereda, apoyado en la pared, a un hombre con impermeable, sombrero y anteojos oscuros. Lo raro es que no llovía, hacía 38 grados y era de noche. Pensé que era de la SIDE, que querían saber lo que yo sabía –cosa muy común en ellos–, pero cuando vi que el hombre portaba un termo sobaquero y el clásico porongo, me di cuenta de que éste venía del otro lado del charco.
En fin, fueron detalles que pasaron inadvertidos. Jamás pensé que esa Guerrita pudiera ser posible. Lo que no quita que haya algunos que se las dan de estadistas que no solamente piensen que pudo haber sido posible, sino que además, al decirlo hoy, lo hagan motivados por algún tipo de misteriosa conveniencia.
Por Santiago Varela, autor de La Guerrita, la novela rioplatense sobre una guerra idiota. Editorial Sudamericana, 2006.
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