Cómo va a ser éticamente igual quien indultó sin vergüenza a los genocidas, que quien impulsó su juzgamiento y lo amplió a todos los asesinos y represores de la última y más sangrienta de las dictaduras argentinas.
Cómo va a tener la misma visión del mundo quien inauguró las relaciones carnales, que quien impulsó Unasur y el NO al ALCA.
Cómo van a tener la misma concepción moral de la justicia quien fundó la mayoría automática en la Corte Suprema, que quien la renovó democráticamente como le reconocen prácticamente todos.
Cómo van a tener la misma idea de país quienes pulverizaron el estado, que quienes intentan recuperar el papel rector del estado en la economía.
Cómo van a tener la misma concepción económica quienes convirtieron en dantesco el problema de la deuda y gracias a esto nuestro sometimiento a los organismos de crédito (y dominación) internacionales, que quienes lograron la mayor quita de deuda sin mediar conflicto bélico del mundo y nos liberaron de la tutela e imposición de políticas de los nombrados organismos.
Se puede ser sectario, pero tampoco es necesario ser tan necio.
Que falta mucho camino por desandar, nadie medianamente sensato lo niega. Que podríamos desandarlo más rápidamente, es discutible, pero un debate ciertamente interesante. Que en algún momento haya que pensar en cambiar de caballo para seguir avanzando hacia el horizonte, sería una tontería negarse a esta futura posibilidad.
Pero si lo que faltan son argumentos poderosos para discutir los datos duros de la realidad, no pueden cegarse con la supuesta (o real) impureza del código genético de quien esto hizo.
Porque sabés qué: está hecho.
Podemos ampliar las diferencias, aún así ya vendrán quienes nos recuerden en qué falta todavía establecerlas. Lo que se impone como necesario, fundamental, es reconocer dónde estamos, de dónde venimos, y a dónde queremos ir. Eso sí que es dar un paso de gigante hacia la claridad...
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