"Todos tenemos un origen del que no podremos desprendernos en toda nuestra vida", me escribió un amigo muy querido en la dedicatoria de un libro que compila cuentos populares de Valadouro, la tierra de mi padre, regalado a modo de despedida de una Galicia poderosa y definitivamente tatuada en mi alma.
Y es una verdad inmensa, ya que independientemente de los deseos de nuestra mente, nunca nos vamos completamente de aquellos lugares de los que somos parte.
Al principio nuestros sueños, o la frescura de nuestras pesadillas, pueden permitirnos vivir la emigración con poco dolor (o con dolor disimulado). Con el tiempo, la verdad de nuestro corazón se impone irreverente.
Debo decir que siempre he sabido algo que recién ahora soy capaz de comprender: la condición de emigrante, una vez se da el primer paso, nunca más se abandona. Nuestro corazón queda partido para siempre. Entonces, en la elección, el corazón interpela a la convicción acerca de dónde el dolor es menos intenso.
En todo caso, son pocas aquellas cosas de las que puedo ufanarme haber aprendido en mi vida, y una de ellas es que sé que lo único válido, lo único que vale la pena, es intentar ser feliz. Ése es el contenido, la sustancia, todo lo demás es parte de la forma, y nuestros deseos estéticos nunca modificarán lo esencial.
Como escribiera con más belleza y sabiduría el enorme poeta bilbaíno, Fito Cabrales:
He aprendido en esta vida de lo bueno y de lo malo, me he elevado por el cielo y me he arrastrado por el barro. Más de cincuenta años y quinientos diez defectos, y he tocado la locura con la punta de los dedos.
Nunca me han interesado ni el poder ni la fortuna, lo que admiro son las flores que crecen en la basura. ¿Dónde se han quedado tus sueños? Tienes el alma desnuda. Después de romper la ola, sólo nos quedó la espuma.
Voy mirándome en los charcos, yo no necesito espejos: sé que soy mucho más guapo cuando no me siento feo.
lunes, 21 de mayo de 2012
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