lunes, 24 de octubre de 2011

Hermosas mareas humanas

Amo a esa mujer que la tierra abriendo su hondo secreto parió bajo la luna del poema. Voy a su corazón como a mi casa. Entro y me paseo desnudo con la capa de la risa en una mano y los zapatos en la otra. En ese territorio de la luz me quedo. Allí sucede el nacimiento del destino. Los labios en su leve roce encienden el planeta. Allí crece el día. En esa mujer que amo un niño tiende su sueño de alas.

Palabras con las que fundamento mis preferencias para estas elecciones.

Y agrego que está claro que salvo algún insensato, todos tienen claro que si bien nos alejamos muchísimo del infierno, todavía falta mucho para el paraíso. Y es muy bueno que nadie se engañe.
De todos modos es una pena seguir escuchando el discurso del odio. Agobia un poco la falta de inteligencia de algunos que son incapaces de preguntarse: ¿en qué me estoy equivocando? Más que rabia da pena tanto miedo a intentarlo.

Y como contraparte la alegría de tanta gente. Una enorme marea humana desmintiendo a los que afirmaban insensatamente que la historia había terminado...




Alzarse en armas con esta poesía callejera mientras la noche humedece sus racimos lentamente. Salir a enrojecer el cañón de las guitarras mientras la noche estalla el zumo de la uva roja. No dar tregua con el tiroteo de las palabras. Mientras la noche reposa su vino calladamente. Derramar el poema sobre la victoria mientras el día celebra el alto fuego por los tiempos de los tiempos.
(Gabriel Impaglione, poeta porteño)

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