viernes, 1 de marzo de 2013

La misma indiferencia

No logro entender por qué la inmensa mayoría de los argentinos que conducen un vehículo, al subirse a él, al tomar el volante con sus manos y apoyar sus pies en los pedales, se convierten automáticamente en unos arrogantes, prepotentes, en unos necios insensibles, desaprensivos con la vida de los peatones, se pretenden ignorantes absolutos en las normas de tránsito (normas de convivencia al fin), o lo que es peor, aún conociéndolas, las ignoran sin más, lo que los convierte llanamente en unos cretinos.
¿Es esto lo que en verdad son, y en ese momento simplemente se muestran tal y como son, o acaso existe alguna justificación sociológica, o más bien deberíamos ensayar una explicación psicológica?

Increíblemente aún me agobia cruzar en las esquinas, incluso con el semáforo en verde para los peatones dándome paso cruzan a mi lado vehículos sin reducir la velocidad. Francamente estoy pensando en comprar un coche para sentirme un poco más a salvo.

Por cierto, ahora entiendo a lo que se referían algunos amigos y familiares que me advertían antes de mi vuelta a la patria sobre los graves problemas de inseguridad: se referían, evidentemente a la vial.
Créanme que éste es el único problema de inseguridad que he experimentado desde mi vuelta a Argentina.

Y lo que me intriga es por qué oculto motivo buenas personas, gente que podríamos definir como "normal", devienen en personas tan insensatas al conducir. Siento que estoy (estamos) al borde de la catástrofe a diario.
Y con alguno de estos inefables personajes con quien he discutido en la calle, redondea el escenario respondiendo con arrogancia a mis reclamos de prudencia, de respeto a las normas; pareciera que creen tener derecho a exigir que seas el peatón quien cruces cuidado aunque le asista el derecho de paso, en tanto la calle es de él y la vida y el cuerpo de quien cruza no es su problema.

No lo sé. Lo peor del caso, es que temo que llegará el momento en que me resigne, y empiece a convivir con normalidad con esta realidad.


Imagen: Roberto Dannemann.




Qué tierna insensatez la de estar solos, la del estremecimiento vergonzoso ante la voz del hombre.
Y el no estar a la altura de las propias palabras con esfuerzo aprendidas, pues ahora bien sencillo sería el acto del amor sin aquel eco soez de sumergidas tradiciones no expurgadas a tiempo, ahora que la misma indiferencia de las frases audaces y ante oídas del loro varonil tan propicia parece, si la conversación no fuera ya pretexto, argumento de un miedo mal oculto a no saber qué hacer en este trance.
(José Ángel Valente)

No hay comentarios:

Publicar un comentario