jueves, 4 de febrero de 2010

Julio Cortazar, Johnny persigue en vez de ser perseguido

Dédée y Art Boucaya han venido a buscarme al diario, y los tres nos hemos ido a Vix para escuchar la ya famosa -aunque todavía secreta- grabación de Amorous. En el taxi Dédée me ha contado sin muchas ganas cómo la marquesa lo ha sacado a Johnny del lío del incendio, que por lo demás no había pasado de un colchón chamuscado y un susto terrible de todos los argelinos que viven en el hotel de la rué Lagrange. Multa (ya pagada), otro hotel (ya conseguido por Tica), y Johnny está convaleciente en una cama grandísima y muy linda, toma leche a baldes y lee el París Match y el New Yorker, mezclando a veces su famoso (y roñoso) librito de bolsillo con poemas de Dylan Thomas y anotaciones a lápiz por todas partes.

Con estas noticias y un coñac en el café de la esquina, nos hemos instalado en la sala de audiciones para escuchar Amorous y Streptomicyne. Art ha pedido que apagaran las luces y se ha acostado en el suelo para escuchar mejor. Y entonces ha entrado Johnny y nos ha pasado su música por la cara, ha entrado ahí aunque esté en su hotel y metido en la cama, y nos ha barrido con su música durante un cuarto de hora. Comprendo que le enfurezca la idea de que vayan a publicar Amorous, porque cualquiera se da cuenta de las fallas, del soplido perfectamente perceptible que acompaña algunos finales de frase y sobre todo la salvaje caída final, esa nota sorda y breve, que me ha parecido un corazón que se rompe, un cuchillo entrando en un pan (y él hablaba del pan hace unos días). Pero en cambio a Johnny se le escaparía lo que para nosotros es terriblemente hermoso, la ansiedad que busca salida en esa improvisación, llena de huidas en todas direcciones, de interrogación, de manoteo desesperado.
Johnny no puede comprender (porque lo que para él es fracaso a nosotros nos parece un camino, por lo menos la señal de un camino) que Amorous va a quedar como uno de los momentos más grandes del jazz. El artista que hay en él va a ponerse frenético de rabia cada vez que oiga ese remedo de su deseo, de todo lo que quiso decir mientras luchaba, tambaleándose, escapándosele la saliva de la boca junto con la música, más que nunca solo frente a lo que persigue, a lo que se le huye mientras más lo persigue. Es curioso, ha sido necesario escuchar esto, aunque ya todo convergía a esto, a Amorous, para que yo me diera cuenta de que Johnny no es una víctima, no es un perseguido como lo cree todo el mundo, como yo mismo lo he dado a entender en mi biografía (por cierto que la edición en inglés acaba de aparecer y se vende como la coca-cola). Ahora sé que no es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que le está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado. Nadie puede saber qué es lo que persigue Johnny, pero es así, está ahí, en Amorous, en la marihuana, en sus absurdos discursos sobre tanta cosa, en las recaídas, en el librito de Dylan Thomas, en todo lo pobre diablo que es Johnny y que lo agranda y lo convierte en un absurdo viviente, en un cazador sin brazos y sin piernas, en una liebre que corre tras de un tigre que duerme. Y me veo precisado a decir que en el fondo Amorous me ha dado ganas de vomitar, como si eso pudiera librarme de él, de todo lo que en él corre contra mí y contra todos, esa masa negra informe sin manos y sin pies, ese chimpancé enloquecido que me pasa los dedos por la cara y me sonríe enternecido.



Cortázar lee este fragmento del cuento "El Perseguidor".
De fondo suena el tema "Out Of Nowhere" con Charlie Parker.




Julio Cortázar amaba el jazz y a sus personajes, y esto quedo evidenciado en "El perseguidor", que es como una pequeña "Rayuela", por las similitudes de sus personajes: Johnny y Oliveira.
"El perseguidor", dedicado In memoriam de Ch. P. (Charlie Parker), retrata a un Johnny Carter (donde se reúnen nombre y apellido de dos saxos memorables: Johnny Hodges y Benny Carter), que hereda aficiones de Parker: alcohol, drogas, escándalos, amoríos. Johnny es un músico arbitrario y genial, que descoloca con gestos y desplantes de intuitivo a Bruno (es decir, Cortázar), un crítico racional que está escribiendo un libro sobre Johnny.





Johnny Hodges (John Cornelius Hodges, Cambridge, Massachusetts, 25 de julio de 1907 - Nueva York, 11 de mayo de 1970), fue un músico de jazz, saxofonista alto y soprano, extraordinario e inigualable, y uno de los tres saxofonistas altos más influyentes y reconocidos de la historia del jazz junto con Benny Carter y Charlie Parker. La sonoridad de Johnny, es transparente y tensa, a la vez que amplia, delicada y de indefinible belleza. Su nombre permanecerá escrito en la historia del jazz, como uno de los solistas más determinantes de la gran orquesta de Duke Ellington en la que ingresó en 1928 con apenas veintidós años y que no abandonaría hasta su muerte. Fue un grande a la hora de la improvisación, y sus ideas sorprendentes, y su sonido melodioso, pulcro, y lírico, crearon escuela entre los saxofonistas.





Benny Carter, saxofonista alto, arreglista y compositor, desarrolló una de las carreras más admiradas del jazz. Con más de noventa años seguía tocando en clubes, festivales y encuentros jazzisticos.
Fue un músico heterogéneo, poseedor de una gran técnica y que dominaba con soltura varios instrumentos. Fue en la mítica época del swing un extraordinario arreglista y compositor. Adoptó como instrumento preferido el saxo alto y fue junto a Johnny Hodges, el punto de referencia antes y después de la aparición en escena del genial, Charlie Parker.


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