jueves, 11 de febrero de 2010

Volveré en vino

El triunfo de Baco es una pintura del español Velázquez, conservada en el Museo del Prado desde 1819. Es conocida popularmente como Los borrachos.
El cuadro se realiza después de su llegada a Madrid procedente de Sevilla, estaríamos entre los años 1626–1628 poco antes de su primer viaje a Italia.
En la capital Velázquez puede contemplar la colección de pintura italiana del rey y se muestra impresionado por los cuadros de desnudo que tiene la colección así como por el tratamiento del tema mitológico.

La obra fue pintada para Felipe IV.







Volveré en Vino

Antes que sea demasiado tarde,
Antes que oigamos tañer
La postrera campanada,
Y la muerte
Nos dé su golpe de gracia,
Ven a beber conmigo
El vino color de rubí.
Aprisionado en su órbita,
Este globo giratorio
Va girando,
Va girando...
En cuanto suene
La hora fatal de nuestra partida,
No habrá ni tiempo
De tomar un sorbo de agua.


Poema 144 de “Las Rubaiatas” de Omar Khaiame (Persia, 1040-1125dC), traducción directa del Iranio por Christovam de Camargo. Trascripto de un ejemplar publicado por Editorial Losada, edición 1967.






MITO Y POESIA DEL VINO

Tal vez el mito más conocido que existe sobre el vino sea el de la ebriedad de Noé. En la Biblia hay más de doscientas citas sobre el vino o la viña, todos los libros sagrados lo nombran y el culto griego a Dionisos (Baco) lo perpetuó durante siglos.
En excavaciones paleontológicas recientes se han descubierto restos prehistóricos con fósiles de orujo o de uva prensada. Y también se encuentran depósitos de pepitas en las huellas dejadas por las viviendas lacustres del paleolítico europeo. Parecería que el vino, más que el perro, es el más antiguo compañero del hombre. Extenderse sobre la mitología equivaldría a escribir un libro de miles de páginas. Basta enumerar algunos datos y contar anécdotas poco conocidas que traduzcan, apenas, parte de la riqueza sacra de esta historia.

En general, los estudiosos coinciden en señalar que el nombre de el vino -en griego oinos, en latín vinum, en hebreo wainu- proviene de la cuenca del Mediterráneo y penetra en Asia llevado por los prósperos comerciantes armenios.
Hay papiros del siglo XI antes de Cristo, de la época del faraón Ramsés III, que describen la elaboración del vino en Egipto. Y hasta nombran la cepa preferida por el monarca, llamada kankomet.
Algunos estudiosos insisten en que el nombre de Italia deriva de vit (eit), vitis y la raíz al (alere, nutrir) de donde vitalia sería la región que produce la vid. La teoría no es desdeñable puesto que se han encontrado inscripciones anteriores al latín cuya grafía, pronunciada, resuena con la misma raíz vid. Por otra parte los antiguos llamaban a la península itálica, Oinotria o Enotria: "país del vino". Y en un mito Enotrios, un héroe de la Arcadia, es el que colonizó la región itálica de Lucania cinco siglos antes de la guerra de Troya. Era hijo de Licaón, rey de la tribu de los lobos y por ello es un dios que une míticamente a los dos antiguos amigos del
hombre: el perro y el vino.
Hay referencias anteriores, como por ejemplo los babilonios, quienes no tenían una palabra específica para denominar a la bebida sagrada y la llamaban elixir de la vida.

El dios clásico del vino, el gran Dionisos, tiene su origen en Egipto. Es un retoño de Osiris, quien, según relatan las crónicas "fué el primero que hizo trepar la vid por una estaca y pisó los racimos". La vendimia se festejaba en una ciudad llamada Bubastis y según relata Herodoto, durante ella "Los dioses del cielo estaban jubilosos, los antepasados se regocijaban y los que participaban se embriagaban con vino, coronada la cabeza con flores".
Pero, sin duda, ningún pueblo honró tanto al vino como el griego. Herencia que, sumada a la de Roma, está en los orígenes mismos de nuestra civilización. Las tres comidas diarias de los griegos, incluyendo el equivalente a nuestro desayuno, constaban básicamente de pan, carne de cordero y abundante vino. Es cierto que lo rebajaban con agua. Sólo se bebía vino puro antes del banquete, en honor del dios. Ni siquiera dejaban de brindar durante los azarosos viajes en sus frágiles barcos y la cantidad de ánforas encontradas en el fondo del Mediterráneo atestiguan el hecho. La Odisea relata que Telémaco, para un viaje de sólo doce días, carga su ínfimo trirreme con doce ánforas de vino tinto. Cada ánfora tiene una capacidad de veinte litros.

Si queremos tener una idea más próxima de hasta qué punto el vino formaba parte de la cotidianidad griega baste señalar que uno de los deportes preferidos durante siglos fue el kottabos. Se trataba de un juego de salón, tan popular que las casas llegaron a construirse teniendo en cuenta el ámbito para jugarlo.
Los griegos, como después los romanos, comían recostados en divanes. Desde esa posición los jugadores, por turno, intentaban tocar un blanco con unas cuantas gotas de vino arrojadas en pronunciada curva sin derramar el resto del vino que quedaba en el copón. Este blanco se denominaba Kottabeion y era un platillo de bronce. Por encima del platillo, había un pequeño busto de Hermes. El jugador debía tocar con las gotitas el busto del dios, para que rebotaran en el platillo, haciéndolo sonar. Una ocupación nada fácil. En otra forma del juego, el platillo flotaba en una gran vasija y las gotas de vino, después de golpear a Hermes, debían hundirlo en el agua.
El juego se realizaba en una cámara circular para proporcionar a cada jugador la misma oportunidad de dar en el blanco. El ganador recibía un premio convenido de antemano. También era un juego augural; servía para saber si tendrían suerte en el amor. Al arrojar el nombre de la persona amada, y según pegara o no en el blanco, se obtendrían sus favores. Los buenos jugadores permanecían en absoluta quietud, recostados sobre el codo izquierdo y utilizaban sólo un movimiento de muñeca con la mano derecha para arrojar el vino.

Sin duda, esta crónica resulta asombrosa y divertida. Pero, aunque es una sofisticada demostración de ocio, señala la presencia del néctar de los dioses, del vino, en todos los ámbitos de la vida griega, el symposium, en donde se libaba y se discutía sobre el ser y la verdad, sobre la filosofía y la diversión.
En el culto dionisíaco también figuraban las mujeres. Fueros las ménadas o bacantes, herederas, según la tradición, de las nodrizas del dios.
Los griegos las representaban con los cabellos sueltos, envueltas en velos diáfanos, entregadas a la danza o tocando flautas y tamboriles. Sileno, en cambio, cuya imagen es la de un sátiro ebrio, fue el maestro de Dionisos. Gracias al vino conocía el pasado y podía prever el futuro.
El mito del vino no se limita a Occidente. La religión del Tao señala que los inmortales son bebedores de vino. Y tienen su Baco a quien llamaron Lan Tsai-huo. Lan era un dipsómano que cantaba por las plazas y mercados vestido con una remendada túnica azul. Siempre decía la verdad. Un día lo alcanzó la música en una terraza y una gran grulla se apoderó de él y lo llevó al cielo entre los inmortales.
Los hebreos, en la Biblia, tienen palabras diferentes para distinguir las clases de vinos. Uno de ellos, parecido al actual vino griego, se hacía con pasas de uva y era dulce. Otro, era aún más dulce y se llamaba miel de vino, obtenida haciendo hervir el mosto hasta reducirlo a su cuarta parte. También tenían el vino añejado. Y el vino con especias, como la mirra y la canela. Esto da apenas una idea de la perfección que alcanzó Israel en el arte de la elaboración de vinos. Tanta era su fama, que como consta en el Libro de los Reyes, los invasores babilónicos tenían orden de arrasar todo, respetando los viñedos y sus trabajadores.

La Biblia también registra la antigüedad de los coperos. José fue copero del
faraón: le alcanzaba la copa, luego de haberla catado. Y el príncipe Nehemías cumplía la misma función en la corte del persa Artajerjes. Dos mil años después, la función de Gran Copero del reino se adjudicaba en Francia sólo a los príncipes de sangre, es decir a los parientes cercanos del rey.
La arabia preislámica, anterior a Mahoma, produjo, con Persia, la más abundante y bella poesía del vino.

Otro persa, Hafiz, escribió un breve poema que corona, mejor que cualquier otro relato, los mitos contados hasta ahora:
"Los que beben vino puro igual que Hafiz, son los que se embriagan con el Unico en la copa de la Eternidad".






LOS VERSOS DEL VINO
Sí señor... el vino puede sacar
cosas que el hombre se calla;
que deberían salir
cuando el hombre bebe agua.
Va buscando, pecho adentro,
por los silencios del alma
y les va poniendo voces
y los va haciendo palabras.
A veces saca una pena,
que por ser pena, es amarga;
sobre su palco de fuego,
la pone a bailar descalza.
Baila y bailando se crece,
hasta que el vino se acaba
y entonces, vuelve la pena
a ser silencio del alma.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cosas que queman por dentro,
cosas que pudren el alma
de los que bajan los ojos,
de los que esconden la cara.
El vino entonces, libera
la valentía encerrada
y los disfraza de machos,
como por arte de magia...
Y entonces, son bravucones,
hasta que el vino se acaba
pues del matón al cobarde,
solo media, la resaca.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cambia el prisma de las cosas
cuando más les hace falta
a los que llevan sus culpas
como una cruz a la espalda.
La puta se piensa pura,
como cuando era muchacha
y el cornudo regatea
la medida de sus astas.
Y todo tiene colores
de castidad, simulada,
pues siempre acaban el vino
los dos, en la misma cama.
El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Pero... ¡qué lindo es el vino!.
El que se bebe en la casa
del que está limpío por dentro
y tiene brillando el alma.
Que nunca le tiembla el pulso,
cuando pulsa una guitarra.
Que no le falta un amigo
ni noches para gastarlas.

Que cuando tiene un pecado,
siempre se nota en su cara...
Que bebe el vino por vino
y bebe el agua, por agua



Poema Al Vino
(Jorge Luis Borges)

En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
negro vino que alegras el corazón del hombre.
Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
desde el ritón del griego al cuerno del germano.

En la aurora ya estabas. A las generaciones
les diste en el camino tu fuego y tus leones.
Junto a aquel otro río de noches y de días
corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías.

Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo
vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.
En tu cristal que vive nuestros ojos han visto
una roja metáfora de la sangre de Cristo.

En las arrebatadas estrofas del sufí
eres la cimitarra, la rosa y el rubí.
Que otros en tu Leteo beban un triste olvido;
yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.

Sésamo con el cual antiguas noches abro
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro.
Vino del mutuo amor o la roja pelea,
alguna vez te llamaré. Que así sea.


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