Es curioso que quienes dan golpes de estado acusen de dictadores a los que ganan elecciones.
Curiosos demócratas quienes sólo llaman democracias a las que gobiernan sus amigos.
Curiosos defensores de la vida quienes llaman asesino a quien no ha matado a nadie mientras asesinan a miles y miles a lo largo y ancho del planeta.
Sospecho que la impotencia de no poder golpear la puerta de los cuarteles para evitar que la democracia se encause en contra de sus personales intereses, lleva a violentas e intensas minorías a golpear a los cronistas de esa realidad que odian, además de a sus relucientes cacerolas. Y me pregunto una vez más: ¿Quién genera la crispación? Quien propone el cambio o quien lo resiste, quien ejerce la democracia o quien la resiste.
Serán conscientes estas intensas minorías que se pretenden el único todo válido y tienen la insólita creencia de que sus intereses personales son los únicos respetables, que quien insulta y ejerce violencia sobre el diferente está reconociendo que carece de capacidad para imponer su razón. También me pregunto si en una democracia hay acaso otro método mejor que el debate, y finalmente, si fuera el caso de que éste no zanje la cuestión, el ejercicio del voto.
Quizá, con estas violentas actitudes, con la intolerancia y la negación del otro, del diferente, lo que reconocen finalmente es que la democracia no les sirve, que el poder militar ya no puede salir en defensa de sus intereses, el poder mediático tampoco, y la revelación de esa realidad los rebela.
El dogmático necesita certezas, cree que él tiene la única verdad. No es capaz de comprender que no existe la verdad, que la verdad probable no es más que la suma de todas y cada una de nuestras individuales verdades. No dispone de razón para ver que claramente lo único que existe es la realidad, pero que a ésta accedemos desde miradas subjetivas, incluso -o particularmente- cuando esa mirada es la propia.
El dogmático es incapaz de entender que la misma realidad puede tener múltiples miradas que se constituyen en diferentes verdades. No acepta, no puede, que todas estas verdades y miradas son, y deben ser, válidas. Miradas y verdades que no sólo requieren tolerancia, también aceptación.
No aceptar el derecho del otro a una mirada subjetiva y a construir su propia verdad es el primer paso en su negación. Y negar al otro es el paso previo a poder eliminarlo de la realidad, la nuestra que es donde no encaja, donde sobra.
El dogmatismo sólo lleva al odio.
No, no hay cárcel para el hombre. No podrán atarme, no. Este mundo de cadenas me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa? ¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola que la muerte, la una y yo. A lo lejos tú, sintiendo en tus brazos mi prisión, en tus brazos donde late la libertad de los dos.
Libre soy, siénteme libre. Sólo por amor.
(Miguel Hernández)
martes, 5 de junio de 2012
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