Un fama tenía un reloj de pared y todas las semanas le daba cuerda con gran cuidado.
Pasó un cronopio y al verlo se puso a reír, fue a su casa e inventó el reloj-alcachofa a alcaucil, que de una y otra manera puede y debe decirse.
El reloj alcaucil de este cronopio es un alcaucil de la gran especie, sujeto por el tallo a un agujero de la pared. Las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas, de modo que el cronopio no hace más que sacarle una hoja y ya sabe una hora. Como las va sacando de izquierda a derecha, siempre la hoja da la hora justa, y cada día el cronopio empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la infinita rosa violeta del centro el cronopio encuentra un gran contento, entonces se la come con aceite, vinagre y sal, y pone otro reloj en el agujero.
TeXTo: "Relojes", de "Cronopios y Famas", de Julio Cortázar.
Imagen: "Reloj tras del tiempo", de Luis Ángel Carpinone.
Mucho es el sentido que se ha perdido en la marcha de ir hacia dónde, en la mancha de ir hacia o en la de ir: se ha perdido el sentido a sí mismo, ensimismado.
Sin sentido de mí estás dormida en tu sueño, no yo, vuelve tú.
(Eduardo Millán)
martes, 26 de junio de 2012
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